Si supieras

Por Rodrigo Martín Seijas

The Half Of It 
EE.UU., 2020, 105′
Dirigida por Alice Wu
Con Leah Lewis,  Alexxis Lemire,  Daniel Diemer,  Becky Ann Baker,  Catherine Curtin, Wolfgang Novogratz,  Enrique Murciano

Más corazón que bocho

En cuanto me pongo a pensar en Si supieras, no puedo evitar pensar también (de manera totalmente antojadiza, lo admito) en Los viajes de Sullivan, aquella obra maestra de Preston Sturges. Aquel clásico un poco escondido de 1941 se centraba en un director de cine especializado en comedias que salía a buscar ese componente oscuro y terrible que le permitiera hacer un drama, para terminar descubriendo que el público lo que necesitaba era la risa. Sutilmente, con una gran sensibilidad, Sturges nos decía que los supuestos sobre los que construimos nuestras perspectivas pueden chocar de manera inesperada con una realidad heterogénea y compleja. 

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Algo parecido hace Alice Wu, la realizadora de Si supieras, reformulando la estructura narrativa de Cyrano de Bergerac. Acá tenemos a Ellie Chu (Leah Lewis), quien acepta el pedido de Paul (Daniel Diemer) de escribirle una carta de amor a su nombre a Aster (Alexxis Lemire), aunque claro, Ellie también está enamorada de Aster, lo cual terminará disparando toda clase de enredos. Cada uno de ellos funciona como representación de modelos mentales y sentimentales, acumulaciones de estereotipos reconfigurados paulatinamente por el relato, donde es principalmente la visión de Ellie la que irá mutando. 

Ellie es claramente la Cyrano de la película: una chica tan inteligente como introvertida, que siempre parece tener a mano el sarcasmo como método de defensa, pero también un arsenal de conocimiento cultural para sentirse superior –o por lo menos diferente en un sentido más superador- a los demás. Del mismo modo, sus orígenes y crianza -donde lo chino y lo estadounidense intentan balancearse- se reflejan en el recuerdo de su madre fallecida y la presencia de un padre frustrado, que no pudo explotar a fondo su potencial y que intenta aprender inglés mirando clásicos hollywoodenses. Y es asimismo una especie de encarnación de los anclajes de buena parte del cine independiente norteamericano: la melancolía algo impostada, la observación irónica del entorno, incluso la negación de lo romántico a pesar de tener las herramientas para vivirlo.

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En cambio, Paul, el deportista con potencial pero básico en sus conocimientos -y hasta ingenuo según la perspectiva de Ellie-, representa esa dosis de inocencia (en el sentido más idealista del término) que todavía queda en algunos rincones del mainstream hollywoodense. El encuentro de ambos implicará también una contemplación fascinada hacia Aster, una vívida encarnación del género romántico, un enigma dentro de otros enigmas, una figura lejana que se irá acercando progresivamente a medida que deja caer las máscaras que construyó para legitimarse socialmente. Desde esos cruces, Si supieras va combinando –no amontonando- estéticas, esquematismos, estereotipos, tópicos, incluso ideologías: alta y baja cultura, masculinidad y feminidad, sexualidades, necesidades expresivas en un pequeño pueblo donde todo se dice a medias.

Lo maravilloso de Si supieras (y de Wu como realizadora) es cómo deja en claro desde su puesta en escena y su construcción narrativa que en la mixtura de capas que surgen o se caen lo más relevante siempre es el aprendizaje. Principalmente de Ellie y, con ella, de la “alta cultura” que porta en su formación: si al principio rechaza los gestos altisonantes, los lugares comunes y el discurso romántico, su escudo va cayendo poco a poco. A la vez, el relato demuestra la necesidad de lo que cómodamente denominamos como “estereotipado”, “esquemático” o directamente “cursi”. Paulatinamente pero más claramente en los minutos finales, el film nos dice que hay cosas que llevamos adentro –anhelos, deseos, frustraciones, hechos del pasado- que no las podemos decir de formas “sofisticadas”, que hay un lenguaje verbal y gestual ineludible. Ese posicionamiento llega al clímax con la secuencia, donde Si supieras abraza todas las convenciones, pero con un convencimiento y un cariño enormes por lo que está contando, sin la menor vergüenza, sin el menor atisbo de cinismo. Con todas las emociones juntas, demostrando que la inteligencia también nace del corazón.

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