Soul

Por Luciano Salgado

EE.UU., 2020, 100′
Dirigida por Pete Docter & Kemp Powers
Con voces de Jamie Foxx, Tina Fey, Graham Norton, Rachel House, Alice Braga, Angela Bassett

Instrucciones para la felicidad

Ya comenzamos mal. O al menos con un error: Soul no es una mejora, una reescritura de Intensa-Mente (una película malentendida y despreciada injustamente), sino que funciona, bien por el contrario, como la versión vulgar de aquella, como si Pete Docter hubiera desaprendido todo lo que alguna vez supo ser: el responsable de Monsters Inc y Up. Si en Intensa-Mente se preguntaba por el modo de continuar y resolver la tensión entre la autonomía del mundo propio y la imitación del mundo exterior (recomiendo leer la siguiente nota de Federico Karstulovich, en torno a aquel film), cinco años después de aquella Docter parece haber resuelto. Para peor. Porque si en el film de 2015 Docter lograba transformar a abstracciones como las emociones en personajes con densidad (con niveles de maldad y psicopatía que Pixar no se había propuesto exceptuando algunas de las Toy Story), por lo que el cambio del mundo exterior, del realismo mimético por un mundo interior delirante poco importaba: seguía habiendo narración, aventura y confianza en los personajes. Pero nada de eso sucede en Soul, película que no confía en el menor rasgo de humanidad.

Intensa-Mente narraba por medio de personajes que encarnaban emociones, pero en aquella película esas encarnaciones no podían ni debían ser leídas desde la literalidad (algo que sucedió en su momento), sino desde la humanización de las abstracciones. Ahora bien: solo es posible una cosa semejante en tanto sea más importante narrar y contar la historia de un cambio. En el caso de Soul la decisión es inversa: lo que importa es mostrar, alegorizar un cambio más allá de cualquier posible narración tentativa (casi nada de lo que narra la película supone un peligro o una aventura, apenas un traspié de un día). Intensa-Mente creía en sus personajes y en la aventura del crecimiento, Soul cree en los aprendizajes y en las certezas del adoctrinamiento.

Sigamos con las comparaciones odiosas: lo que en aquella película de 2015 (no, muchachos: nada que ver con esta más allá del horrible diseño de las criaturas del más allá y las emociones del más acá, en Soul e Intensa-Mente, respectivamente) era un cierre con la ambivalencia, la duda, la apertura hacia el miedo detrás de todo proceso de crecimiento, en Soul es un liso y llano llamado a la autosuperación, en un verdadero curso de autoayuda. En aquella el mundo era un tembladeral, en esta el mundo es maravilloso. En aquella el mundo interno era una pesadilla plagada de tensiones, en esta última el mundo interno es el producto del encuentro con nuestra propia esencia. La pregunta es: en qué momento Pixar se convirtió en una bazofia semejante como para que uno de sus grandes directores disolviera su mirada casi completamente?

Soul juega todas sus cartas de manera desordenada: un inicio que se presume pudo haber sido más extenso pero que murió en la isla de montaje, un segmento disperso, carente de humor, en donde el idioma new age se impone con fuerza por sobre cualquier tentativa de interés narrativo -soporífero como pocas veces lo fuera Pixar a lo largo de sus tres décadas de vida-, un retorno a la comedia -en este caso de cuerpos invertidos- desaprovechado casi por completo demostrando una impericia sorprendente y un final atolondrado, forzado en su aceleración, en donde todo se resuelve con una arbitrariedad pasmosa y en donde el inverosímil que nos había invadido previamente (pero que la comedia habilitaba) se revela por comparación como un verdadero tratado de Lógica hegeliana frente a tamaño voluntarismo por forcejear un cierre que no es tal. Ni que hablar de la rotunda negación de la muerte (que junto a la negación de la maldad en el cine se ha vuelto un caballito de batalla de la contemporaneidad: la anestesia del dolor), que a diferencia de Coco (el Pixar que recuerda al pasado) no abraza el duelo para convertirlo en parte de la vida, sino que lo niega, no vaya a ser que nos duela mucho algo y no estemos en condiciones de hacer cosas que no sean constructivas. Nuevamente la administración de las emociones (en vez de las emociones convertidas en personajes: dejen de hacerle decir a Intensa-Mente lo que no dice, muchachos).

En el medio de todo este desbarajuste fenomenal en donde la lógica no se aplica ni siquiera a los registros de representación (el hiperrealismo que se le criticaba a Toy Story 4 si estaba justificado, ahora bien: alguno de los variados estilos de dibujo que atraviesan Soul tiene alguna clase de justificativo que no sea el mero pictoricismo, el goce por la variación tonal?), nosotros boyamos como espectadores en medio de una película-monstruo (y monstruosa): se nos lleva de las narices por un mundo en el que nunca podemos entrar ni podemos confiar, se nos propone una lectura aleccionadora frente al dolor y el duelo, se nos anestesia y pueriliza (Pixar era la antítesis de todo esto, laputamadre) para finalmente hacernos arribar a un mundo de texturas y formas que ninguna conexión tienen con lo narrado, es decir: texturas ya no para cine sino para una experiencia audiovisual en 4K o superior. De cine no queda nada.

En el medio de los despojos, de la arbitrariedad, del sistema de aleccionamiento propio del cine-púlpito del que en alguna ocasión Pixar pudo haberse burlado, nos damos cuenta que entre 1995 y 2020 pasó un cuarto de siglo. Y que los padres (incluso los imaginarios, los que nos criaron con imágenes) también pueden envejecer mal.

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