Sueño Florianópolis

Por Fernando Juan Lima

Sueño Florianópolis
Argentina-Brasil, 2018, 106′
Dirigida por Ana Katz
Con Mercedes Morán, Gustavo Garzón, Marco Ricca, Andrea Beltrão, Manuela Martínez, Joaquín Garzón y Caio Horowicz.

Saudade

Por Fernando E. Juan Lima

Hay algo en el tono, en el ritmo y en los breves silencios en el decir de Ana Katz que impregna toda su obra como directora de cine. Un pequeño delay antes de cada afirmación, un momento que se toma para pensar realmente cada respuesta, evidencian una actitud vital siempre dispuesta al asombro, al descubrimiento; una renuncia consciente a todo tipo de preconceptos (propios o ajenos). Ese desprejuicio humanista, esa predisposición a la más absoluta libertad de pensamiento nos habla de una artista inteligente y sensible. Pero además, al momento de llevar a la acción sus películas, esos principios conforman el terreno perfecto para una muy personal cosmovisión en la que el humor crece con aquellos particulares ingredientes. Las películas de Katz se acercan a temas que podrían relacionarse con lo que, muchas veces por comodidad o pereza identificamos como costumbrismo criollo, pero los minutos parecen durar unos segundos más, los necesarios para generar empatía con sus personajes apenas un poco extraterrestres, demasiado personales como para ser considerados arquetipos.

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Así, el aparente lugar común de la familia tipo de vacaciones estivales en manos de la directora de El juego de la silla y Una novia errante adquiere otra profundidad, otro espesor, otro efecto. La época es los noventas, pero en el amable y sutil universo de Katz no son necesarios mayores artilugios ni omnipresentes detalles de época, bastará la ausencia de teléfonos móviles, un auto algo desvencijado y poco más para que inmediatamente nos traslademos en el tiempo y el espacio. La construcción, formal y narrativa, está poblada de pequeños detalles, de derivas aparentemente insignificantes que suman densidad y verdad, que nos disparan recuerdos y nos remiten a las propias experiencias. Las cenas más o menos compartidas, la duda de si elegir torta o helado, un  tema musical o un baile adquieren así una entidad y significado, que no por caminar el terreno del humor dejan de indagar sobre esa familia que, en algún momento de la última década del siglo pasado pudo recuperar el sueño de tomarse vacaciones en el exterior. Está dicho (ellos lo dicen) que no es la primera vez. Pero Florianópolis no es la misma. Ellos no son los mismos.

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Padre y madre están separados. O están separándose. O algo así. Pero ello no puede ocultar la agridulce corriente de cariño que une a los personajes interpretados por Mercedes Morán y Gustavo Garzón. Mucho se ha hablado de la actuación de la multipremiada actriz que la viene descosiendo el último año (de El ángel, de Luis Ortega, a Familia sumergida, de María Alché). Y se ha hablado con razón y fundamento. Pero quizás se ha pasado por alto la labor de Garzón, perfecto en su padre en principio algo más ortodoxo, atravesado por sus propias contradicciones, combatiendo a su modo los restos de un machismo ya entonces en retirada. El hecho de que los dos integrantes de la pareja sean psicólogos y que los hijos en la ficción sean los de uno y otro protagonista en la vida real, multiplican los lazos y relaciones posibles, suman capas y añaden otra materia más con la cual (¿por qué no?) reírse un poco.

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Tomarse vacaciones (incluso de uno mismo). ¿Qué hacer con toda esa libertad al alcance de la mano? Brasil, en cierto imaginario, es el territorio de la animalidad y la falta de límites, el lugar ideal para salir de la rutina, para atreverse a aquello que en lo cotidiano tememos hacer. La algo deprimente casa alquilada, el entorno selvático y, sobre todo, el mar, conforman el escenario en el que las distintas búsquedas (no sólo sexuales) de los cuatro integrantes de la familia tendrán lugar. Ese terreno desconocido, esa incomodidad de caminar por senderos no habituales encuentra su correlato en la palabra, dicha, elidida o farfullada. Es por eso que la incomprensión entre quienes hablan en castellano y portugués (argentino y brasileño, debería decirse) es un poco el reflejo de lo que pasa al interior de la familia; y el portuñol, idioma oficial de la película, la oportunidad de un encuentro aparente, precario, momentáneo. La inteligencia del guión en la utilización de la herramienta de la palabra, el cruce de idiomas e incomprensiones, es algo que nos acompaña, tal como esa contradictoria sensación de la necesidad, añoranza, nostalgia melancólica  de estar solos, por más pretendidamente acompañados que estemos.

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