Tenet

Por Pedro Gomes Reis

Reino Unido, 2020, 150′
Dirigida por Christopher Nolan
Con John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh, Dimple Kapadia, Aaron Taylor-Johnson, Michael Caine, Clémence Poésy, Martin Donovan, Himesh Patel, Andrew Howard, Yuri Kolokolnikov, Fiona Dourif, Jonathan Camp, Wes Chatham, Marcel Sabat, Anthony Molinari, Rich Ceraulo, Katie McCabe, Mark Krenik, Denzil Smith, Bern Collaco, Laurie Shepherd

Quisiera ser pequeño (*)

Para quienes vivimos del otro lado del Atlántico algunas cosas se nos hicieron mas accesibles mientras la pandemia atacaba a Latinoamérica sin la menor contemplación. Ahora la segunda ola viene por nosotros. Y de vuelta los cines -eso que ha quedado vedado para tantos países del mundo- nos dan la espalda. Pero en el medio, mientras la primavera duró, pudimos ver cosas como las que propone Nolan. Y debo decir que en tiempos de encierro, el retorno a las salas, a las pantallas grandes, a el gran espectáculo, quizás se vea mas espectacular de lo que realmente es. No obstate el cine de Christopher Nolan es eso: un cine con gigantismo, pero casi completamente incapacitado de identificar la dimensión humana del movimiento. Por eso su cine es una máquina cerebral que retorna a las formas de modernismo narrativo que en los 60s y 70s hacían ruido entre los espectadores (de Resnais a Roeg, de los directores checos -como Oldrich Lipsky, el responsable de esa locura olvidada que es Happy end, una película íntegramente contada de atrás para adelante- a los polacos -como Kieslowski-) y que hoy apenas puede ser mirado porque el espectador contemporáneo, asumo, tiene bastante menos paciencia que el de hace cuatro décadas.

Lo cierto es que Nolan, como todos los gigantes, tiene dedos gordos y le cuesta agarrar las cosas sin romperlas. Por eso, como todo gigante, lo mejor que puede hacer es patear cosas, destruir cosillas que exceden las posibilidades de su tacto de King-Kong. Por eso cada vez que intenta agarrar a la rubia (oh casualidad: la dama en desgracia de la película lo es) rompe todo. Pero no rompe cosas con la anarquía del gusto por jugar con las formas y no tomárselas en serio (busquen esa maravilla del gigantismo que es Rampage, con The Rock, y entenderán que son experiencias en extremos opuestos). Como Nolan rompe lo que no puede tratar suavemente (como la canción de Melero) intenta compensar esa falta con un sistema de contrapuntos: set pieces grandotas como el mundo, virtuosas, vistosas, divertidas, pero también fútiles vs momentos de explicaciones insoportables, paradojas lógicas, teorías cuánticas y muchas de esas cosillas que me recuerdan a Wes Craven cuando quería explicar a su Freddy Kruegger vía psicoanálisis. Salvajismo al salvajismo, cuerpo al cuerpo. Pero el pobre Christo no sabe nada de eso. Es el arte de los cerebrales.

Tenet está plagada de ideas visuales que se arruinan por la extensión desmedida, por la hipérbole filosófica (no conocerá el director la existencia de los bozales? Al final de cuentas puso uno en la boca de Bane en la tercera entrega de la trilogía de Batman y al menos controló un poco mejor la tendencia a explicarnos todo), pero fundamentalmente por lo que las escenas mismas exponen con desesperación: una alarmante desconfianza en las imágenes por las imágenes mismas. Hice, en este sentido, un experimento en mi cabeza: pensar qué clase de película hubiera sido esta si le suprimiéramos el padecimiento de las explicaciones. Seguramente duraría unos 30 a 40 minutos menos. Y resultaría un experimento curioso, cinemático, frío, es cierto, pero dotado de una vitalidad que, ante la ausencia del contrapeso explicativo, retornaría. Pero no sucede nada de eso, porque la misma historia de dos agentes del tiempo que deben evitar la destrucción del mundo a manos de un manipulador hitchcockiano (y bla bla bla) es también una historia helada, que no convoca ninguna clase de empatía por ninguno de los costados que ofrece.

Al final de cuentas, Tenet no es mas que la historia de Tristan e Isolda por otros medios. O Vértigo revisitado, sumado a los mencionados ejemplos del modernismo narrativo pero todo eso mezclado en la licuadora del mainstream histérico, grandote y conciliador de mundos (oh, un mainstream intelectual, quién lo hubiera pensado?) para narrar un palíndromo que todo el tiempo nos está recordando que el cine grandote es “complejo” e “inteligente” si abandona el goce por el cuerpo, por la superficie, por el movimiento. Aunque esté repleta del mismo, extrañamente, Tenet desprecia a la acción, al movimiento y a cualquier cosa que se asemeje al recorrido vital de las imágenes que, 24 veces por segundo, nos mienten un mundo de posibilidades. Nolan sigue atentando contra el cine. Pero los cines han vuelto a cerrar. Quizás le sirva para abandonar el gigantismo (de las palabras) y recolectar su cine con lo pequeño (del movimiento humano).

(*) Publicada previamente como No estreno en el Nro 43 de Perro Blanco, Octubre 2020

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