The House That Jack Built

Por Andrés Brandariz

Dinamarca-Francia-Alemania-Suecia, 2018, 152′
Dirigida por Lars von Trier
Con Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Siobhan Fallon Hogan, Sofie Grabol, Riley Keough.

Fuck your feelings I’m a rockstar

Son tiempos en los que los adeptos a un artista suelen abogar por separar su obra de su persona; acaso, para sostener la ilusión de que entrar en conocimiento de información desagradable o cuestionable de gente que admiramos no afecta nuestra percepción y predisposición hacia su trabajo. Lars von Trier apuesta, desde su última película, a lo contrario: The House That Jack Built es tanto una parodia despiadada de la personalidad pública del director como una fábula cínica (pero no exenta de una lectura moral) sobre la naturaleza del mal, en la cual la figura del autor es un elemento de lectura indivisible de la obra.

The House That Jack Built devolvió a von Trier a las pantallas del Festival de Cannes, luego de haber sido expulsado por manifestar su empatía con Adolf Hitler. Muy orondo, el danés se paseó los siete años que pasaron entre su expulsión y su regreso al Festival con una remera de “Persona non grata” exhibida con orgullo. En su figura hay algo de rockstar: de aquel que, desde el privilegio que otorga un talento consagrado, provoca hasta la estupidez. Por otro lado, en el año del #MeToo, reflotaron los cuestionamientos hacia los maltratos que debieron aguantar varias actrices en los rodajes de sus películas. Esto suele venir acompañado de un cuestionamiento a la representación de la mujer en sus películas, a menudo señalada como misógina. El lugar que la mujer ocupa en el cine de von Trier resulta, por lo menos, ambivalente. Por un lado, la mayoría de sus personajes femeninos sufren humillaciones e injusticias con un énfasis en sus padecimientos que alcanza cierto grado de regodeo; por otro, en es la mujer quien recibe casi siempre un rol protagonista, y sus sufrimientos se deben a su inadecuación a los mandatos de una sociedad que la oprime. La llamada “Trilogía de la depresión” (AntichristMelancholia y Nymphomaniac) resultan especialmente claras: las tres son protagonizadas por mujeres en guerra con los conceptos de la sumisión en la pareja y la maternidad. Ambos aspectos (la empatía con el nazismo y la misoginia) son referidos de manera directa en su última película.

Ante todo, cabe dejar en claro que The House That Jack Built no es una película memorable del realizador: tiene una extensión desmedida (aunque el ajustado montaje de sus habituales Molly Malene Stensgaard y Jacob Secher Schulsinger la mantiene dinámica e interesante); es más desprolija, reiterativa y evidente que otras de su reciente producción. Pero introduce, al menos en relación con la “Trilogía de la Depresión” un decidido viraje en cuanto a su visión del mundo. Si en las anteriores, frente a la crueldad y arbitrariedad del mundo persistían una angustia y un desamparo palpables, en esta el sinsentido de la violencia está jugado en un tono totalmente diferente: The House That Jack Built es, a la manera retorcida de von Trier, una comedia negra que tiene tanto de American Psycho como de Funny Games. Este viraje viene dado, también, por la elección del protagonista: si en las anteriores las mujeres ocupaban el centro de la escena, en este caso el relato está narrado desde la perspectiva de un hombre (el Jack del título, un Matt Dillon encendido y brillante), que encuentra en asesinar a decenas de personas -con una recurrencia hacia las mujeres- un hecho artístico. La película, estructurada de manera muy similar a Nymphomaniac, toma el diálogo entre el personaje principal y un interlocutor, Verge (Bruno Ganz) como dispositivo para que Jack evoque cinco “hitos” de su desempeño como asesino serial. Conforme avanza el relato, comprendemos que Verge es una especie de Caronte, encargado de llevar a Jack hasta el infierno como castigo por sus pecados.

Como si fuera una caricatura de la figura pública del realizador, Jack exhibe sus peores características: carece de empatía alguna, manifiesta su admiración por la perfección de los aviones de combate nazis y está dispuesto a someter a otros a cualquier tipo de vejación con tal de continuar con su “obra”. También es un idiota con suerte: sus torpezas reiteradas a la hora de borrar sus huellas de las escenas del crimen son enmendadas por intervenciones cuasi divinas. Parece que el mundo quiere que Jack siga matando, y en ello von Trier fuerza deliberadamente el verosímil para plantear un estado de permanente impunidad. Reiteradamente, Jack relata sin tapujos sus múltiples asesinatos a quienes lo rodean, sólo para ser tomado en broma. En este universo, no sólo el mal se abre paso a pura crueldad, sino a pura estupidez y ceguera.

Es en las delirantes ambiciones artísticas del protagonista que von Trier establece la más ácida y directa relación con su persona. Jack, su ego y su petulancia por lograr escapar de la justicia, traza una locuaz analogía con una estrella de rock: en cada uno de los capítulos en los que se divide el relato de los truculentos crímenes suena con desparpajo Fame, de David Bowie. También, para ilustrar el relato en offde los crímenes se muestra a Jack en un callejón, enfatizando su discurso con carteles de papel con palabras escritas. Se trata de una referencia directa a Bob Dylan sosteniendo el mismo tipo de carteles en el proto-videoclip de Subterranean Homesick Blues. Jack se piensa a sí mismo como artista y como rockstar, porque se opone al sistema que su impunidad parecería desafiar; pero su obra está vacía, es profundamente irrelevante en su afán de destrucción. El montaje, sobre la voz en offde su protagonista, acumula entonces imágenes de películas anteriores de von Trier: la identificación entre autor y personaje se termina de explicitar, en lo que resulta un (auto)comentario irónico y demoledor.

Pese al espectáculo por momentos carnavalesco, por otros directamente vil de la muerte, The House That Jack Built tiene un centro moral. En el tramo final, magnífica e imaginativamente filmado, la necedad y tozudez de Jack aparecerá por última vez para sellar su destino en un final musicalizado con burda y desvergonzada ironía. Cabe mencionar, como último detalle, la elección de Bruno Ganz para el personaje del encargado de llevar a Jack al infierno: ni más ni menos que la encarnación más recordada de Hitler (aquella de La caída). En The House That Jack Built el director realiza, desde la ironía, una aguda introspección sobre sí mismo y su obra (aunque no se disculpa por ninguna de ellas): no hay arte alguno que pueda surgir del mal, y cualquier intento termina en el sinsentido total: tarde o temprano, el infierno alcanza a quien se lo merece.

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