The Lost City of Z

Por Tomás Carretto

The Lost City of Z
EE.UU., 2016, 140´
Dirigida por James Gray
Con Charlie Hunnam, Sienna Miller, Tom Holland, Robert Pattinson, Angus Macfadyen,Bobby Smalldridge, Edward Ashley, Tom Mulheron, Aleksandar Jovanovic,Siennah Buck, Stacy Shane, Bethan Coomber, Ian McDiarmid

El último de los mohicanos

Por Tomas Carretto

“No temas ningún fracaso”
Percy Fawcett.

“Legendario explorador británico”, imprime la leyenda. Percival Harrison Fawcett lo fue, si. Su vida en formato de fábula sirvió de inspiración para héroes y sagas cinematográficas como Indiana Jones y James Bond y estimuló a directores como Steven Spielberg, que de leyendas y escrituras míticas sabe y mucho.  A mas de 90 años de su desaparición, la verdadera leyenda de Percy Fawcett (hay historiadores y antropólogos como el canadiense John Hemming, que lo acusa poco menos que de farsante y racista) es todavía materia de debate.  Lo cierto es que el explorador en cuestión fue un personaje contradictorio, que a diferencia de otros grandes exploradores de la época como Richard Francis Burton, David Livingstone, Ernest Schakleton, James Augustus Grant, Samuel Baker, John Speke o Henry Morton Stanley -que recorrieron los 5 continentes, desde los afluentes del Nilo, Sudán, Ceylan, Zambia, Zimbabwe, Tanganica, el Desierto de Kalahari, el Congo, Kenia, la India, La Meca, el Himalaya, China, pasando por los extremos de ambos polos-, tuvo una trayectoria como explorador de bastante pobre y sin grandes logros a la vista. Oficial del servicio secreto y perteneciente como muchos de sus colegas a la Royal Geographical Society, una fachada para la intervención del Imperio Británica en otros países, fue enviado ante la guerra inminente entre Brasil y Bolivia a trazar la frontera entre ambos países. Durante aquella expedición pareció dar con la existencia de una gran civilización perdida  que lo obsesionó por el resto de su vida y que llamó “Z” y que lo llevó incluso a un final trágico.

Pero el libro en el que se basa la película escrito por un periodista de The New Yorker, David Grann, decide “imprimir la leyenda”. Gray  entonces decide llevar esta apasionante “historia real” hacia sus propias fronteras. Por su enorme conciencia y entendimiento de los resortes clasicistas sobrevive a los diálogos literarios de un libro de non-fiction espectacularizado hasta el paroxismo y homónimo de la película, que “novela” la historia de vida de Fawcett. Pero a su vez jamás abandona sus constantes autorales (la búsqueda del perdón o prestigio social de sus desclasados, el poder de la familia, la violencia que subyace en todo momento y desencadena lo trágico, el problema del linaje,  la ilusión y el amor –filial aquí- como motor).

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Estilísticamente, Gray encuadra a sus actores con su cámara de una manera que hace imperar su lucimiento:  sea Joaquín Phoenix, Mark Wahlberg, James Caan, Ellen Burstyn, Charlize Theron, Robert Duvall, Eva Mendes,  Moni Moshonov, Gwyneth Paltrow, Isabella Rossellini, Marion Cotillard o Jeremy Renner (aquí  Charlie Hunnam, Sienna Miller, Tom Holland y Robert Pattinson) no hay actor que a lo largo de su filmografía como director no se haya destacado. Esa cualidad y sabiduría recuerda a unos pocos elegidos:  Josef Von Sternberg, George Cukor, Carl. T. Dreyer, Howard Hawks o Alfred Hitchcock. En el cine de Gray los primeros planos son poderosos. Los protagonistas de sus películas tienen su propia ciudad “Z”: Leo Handler, Leonard Kraditor, Ewa Cybulska, Bobby Green, Bruno Weiss, todos están movidos por una ilusión de amor, redención, ascenso o respeto social. Que incluso pueden llevarlos a un estadio de locura (Michelle Rausch, Gwyneth Paltrow en Los amantes, o aquí el Percy Fawcett de Hunnam) por el que deciden abandonar todo. A veces lo único que buscan es encontrar su propia paz como Leo Handler (Walhberg en The Yards) o Ewa Cybulska (Marion Cotillard en El inmigrante).

Gray jamás pone en duda la pericia del explorador. Pero le da otro matiz muy distinto al que le dieron en vida los amigos de Fawcett, los ilustres Henry Ridder Haggard (“Las minas del rey Salomón”) o Arthur Conan Doyle  (autor de “El mundo perdido” que toma parte de la biografía de Fawcett). El Fawcett de Gray no tiene que ver con Conan Doyle o Haggard sino con otro escritor eduardiano, el gran Joseph Conrad.  Marino y explorador de vocación, este Fawcett de Gray se parece mas a las criaturas conradianas, Lord Jim (1899) o el Charles Marlow de El corazón de las tinieblas (1902).Del héroe de leyenda al antihéroe vulnerable y aspiracional del cineasta neoyorquino hay todo un recorrido que se nutre de dos tradiciones: la literaria y la autoral derivada de los personajes del mismo Gray. Ni la tónica naturalista e imperialista de Kipling ni el afecto por la exploración, las aventuras, y lo fantástico de Conan Doyle sino puro humanismo tortuoso y una poética extraña, densa, fantasmal.

Gray que nunca había salido de su aldea neoyorquina (sus películas transcurren en Queens, Brooklyn, Lower East side (Manhattan), Ellis Island) se adentra en la selva amazónica, pero toma varias determinaciones para darle a este Fawcett su sello. Algunas decisiones en cuanto a la estructura del guión:  Gray condensa las ocho expediciones en tres como si se tratase de una típica pieza clásica de tres actos. ¿Otra? Decide prescindir del amigo de Fawcett, Raleigh Rimell, acompañante en la última expedición para centrarse en la historia de amor entre un padre y su hijo que deciden marchar juntos hacia su destino fatal.

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La elección de Charlie Hunnam, el motoquero de Sons of Anarchy,  es también un gran acierto. Hunnam se hizo conocido por ser el compañero de habitación y bromance de Jay Baruchel, en la genial Undeclared (2001) de Judd Apatow. Luego de la dickenseana Nicholas Nickleby (2002) donde hace una pareja perfecta con Anne Hathaway, se arriesgó con papeles oscuros donde incluso llegó a alterar gravemente su aspecto (Cold Montain 2003, de Anthony Minghella o Hijos del hombre (2006) de Cuarón, interpretando a villanos sombríos). Hunnam es un actor “natural” surgido en una serie de tv que apenas llegó a los 15 episodios –Queer as folk (1999)-. Como Chris Evans –otro descarado- (surgido en la luminosa y frustrada Opposite Sex (2000)) era cuestión de que su talento natural se equilibrara con la madurez física. Aquí es perfecto para un Fawcett que necesita del carisma y el rictus clásico que le exige el papel, en una maduración que ya se empieza a vislumbrar, pero también con una tónica barriobajera que pulsione con la necesidad interior de trascender de las criaturas graycianas. La falta y la carencia que no se hubiese percibido jamás en un aristócrata de familia de artistas como Benedict Cumberbatch, la primera elección para el papel. Hunnam es un inglés del norte. Nacido en Newcastle, su padre era una suerte indefinida de chatarrero, gangster y “pimp”. Hunnam fue cambiando ese marcado acento geordie de los suburbios de Newcastle por un impostado acento de clase alta más propio de los ingleses del sur. Pretencioso, con fuertes ansias de trascender, cuando llegó a Los Angeles se casó con la hija del legendario de Robert Towne, de la que se divorcio al poco tiempo.  Y es que el “verdadero” Fawcett, un oficial colonial eduardiano, que a pesar de vivir en los lugares más recónditos siempre frecuentó los mismos círculos, quizás hubiese resultado demasiado solemne para su propia parábola.

Gray pone el acento en el deshonor de la familia de Fawcett por un padre apostador y alcohólico que despilfarró varias fortunas, un estigma que lo persigue durante toda su vida y se ve en la obligación alienante de reparar. Ese emparentamiento entre Fawcett-Conrad-Hunnam-y el cine de Gray es lo mejor de la película. Y el código que genera el encuentro con Sienna Miller agrega un segundo tono: bajo la piel de Percy y Nina, ellos son el chico humilde de Newcastle convertido en hombre y la “Boho chic” de Chelsea hija de un banquero. Como si fuesen Spencer Tracy y Katherine Hepburn. En esas escenas Gray usa todo su pudor para introducir esos rasgos melodramáticos tan caros a su cine.

Y es que La ciudad perdida de Z podría ser un film de David Lean, de Werner Herzog, de John Huston, de Max Ophuls o de Terrence Malick, pero el apasionamiento cinéfilo y el amor de Gray por los modos narrativos del cine clásico lo convierten en un realizador a contracorriente. Aún así, siendo clásico no cree en un mundo cerrado ni carente de contradicciones. Un mundo definido por la carencia donde no faltan las acciones sublimes y los desencuentros trágicos. Un cine de dos mundos. Clásico y moderno a la vez.

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