The Power

Por Andrés Brandariz

Reino Unido, 2021, 92′
Dirigida por Corinna Faith
Con Rose Williams, Emma Rigby, Charlie Carrick, Gbemisola Ikumelo, Paul Antony-Barber, Clara Read, Shakira Rahman.

Entre Tinieblas

Angel of night from the other side of daylight
Burning like a candle till the morning light

Angel of the night blinded by the morning light
Slipping into darkness like a thief in the night

Una discusión -en realidad, una no discusión- parece haberse instalado definitivamente entre quienes se atreven a la crítica de cine: por un lado, aquellos escribas que aprovechan cada oportunidad para mostrarse en contra de la “corrección política” en oposición a quienes se muestran a favor no tanto de la corrección (nadie diría de sí mismo que está a favor de lo políticamente correcto), sino de que las películas exhiban una toma de partido por discursos que van ganando fuerza a la hora de cuestionar el statu quo. Es muy probable que The Power quede entrampada en esta disyuntiva.

Seguramente The Power reciba el mote de “políticamente correcta” porque no esconde su intención discursiva. El disparador es el de un efectivo cuento de terror: Val (Rose Williams) una enfermera primeriza, empieza a trabajar en la guardia nocturna de un hospital de Londres. Es el año 1973, y una serie de huelgas de mineros envuelven a la ciudad en completa oscuridad. A medida que explora los rincones oscuros del hospital, Val irá descubriendo que entre esas paredes habitan almas sin descanso, lo cual a su vez le permitirá desbloquear recuerdos reprimidos de su infancia. A lo largo de la película, Val -y los espectadores- descubrirán que el fuego que alimenta esos fantasmas responde a una cuestión muy terrenal: un siniestro entramado de complicidades que oculta las transgresiones de uno de los médicos del establecimiento. 

Si los dos primeros actos de The Power desarrollan un clima de cierto misterio e intriga (tampoco tanto: es fácil predecir por dónde van los tiros), el último recae mucho en una sobre verbalización que genera una inevitable decepción, un abandono. Es probable que en este tipo de decisiones narrativas se concentre la mayor parte del desdén hacia lo “políticamente correcto”: la sensación de que el género de horror es apenas un continente para la bajada de línea, una “trampa” para engañar al espectador para enchufarle una panzada ideológica. 

Me permito dudar: muchos relatos de terror tienen la estructura de un cuento con moraleja. Desde ese punto de vista, las parrafadas discursivas vendrían a ocupar el lugar de la enseñanza, de la fábula. No me queda duda de que -con cientos de años de perfeccionamiento en el arte de contar historias de por medio- las formas podrían resultar más refinadas, y que el cine es mejor cuanto más nos hace ejercitar el intelecto (y el espíritu). Pero no estaría de acuerdo con que una serie de decisiones poco sutiles suprimieran la posibilidad de valorar la búsqueda que la película realiza: una búsqueda noble, que confía en los recursos de puesta en escena para establecer un tono muy efectivo, que explota las virtudes del escenario del hospital para generar imágenes del horror.

La resolución de The Power se establece de acuerdo a los límites del género, y eso es todo un mérito. Si sus excesos discursivos le sacan un poco de brillo, el clímax regresa a la efectiva metáfora que plantea alrededor de la palabra inglesa power y su doble significado: por un lado, la energía eléctrica que envuelve todo en las tinieblas e impide ver; por el otro el poder, y cómo la posibilidad de alumbrar el pasado permite invertir una dinámica desde las tinieblas.

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