Three Identical Strangers

Por Raúl Ortiz Mory

Reino Unido, 2018, 96′
Dirigida por Tim Wardle
Con intervenciones de Eddy Galland, David Kellman, Robert Shafran

Un mundo misterioso

La conducta humana -ese conjunto de respuestas, muchas veces complejas, que elaboramos como interpretación a los estímulos originados desde un entorno determinado- ha sido estudiada a partir de diversas aristas, pero la disyuntiva de si el contexto o la determinación genética son los factores que influyen en las motivaciones del ser humano han dividido a científicos y psicólogos. ¿Se puede responder mecánicamente al llamado del ADN sin que los hábitos, creencias o aprendizajes interfieran en ese mandato inevitable? Crianza versus naturaleza en tiempos post Freud. 

Para hacer más complicada la situación, qué pasaría si dos mellizos que no se conocen son educados por familias que pertenecen a círculos socioeconómicos muy distintos entre sí. ¿Podrían conservar su instinto y esencia? Y si no fueran dos, sino tres. Y si estos tres son separados después de nacer y dados en adopción a personas que no sabían que los bebés formaban parte de un experimento científico, siempre a la orden de la mentada disyuntiva entorno-genética. 

Puede sonar muy miserable, inhumano, ilógico y hasta hitleriano tener que separar, en nombre de la ciencia, a tres individuos que deberían crecer juntos o, al menos, saber que existen entre sí. Sin embargo, este relato, más aproximado a una pieza de terror protagonizada por un moderno y descafeinado Joseph Mengele, llega a Netflix en forma de documental a través de Three Identical Strangers, trabajo de Tim Wardle y que desde su estreno, en 2018, ha cosechado buenos comentarios. 

Wardle, que solo había dirigido proyectos documentales para la televisión británica, deconstruye la historia que involucra a los trillizos Edward Galland, David Kellman y Robert Shafran, hombres que al nacer fueron entregados por su madre adolescente a un centro judío de adopciones que, a la vez, orquestaba ensayos clínicos secretos con humanos idénticos, a la orden de Peter B. Neubauer, un psiquiatra austriaco que huyó de Europa en plena II Segunda Guerra Mundial. La paradoja se cuenta sola. 

Lo más valioso de la película de Wardle es que transforma un hecho super mediático de los ochentas, y que muchos solo conocen por el idílico reencuentro de los trillizos a los 19 años de edad, en una narración desbordada de intrigas. Wardle arma un vertiginoso rompecabezas de emotiva intensidad que se ampara en imágenes de archivo y buenas entrevistas a dos de los tres protagonistas de la historia, a sus respectivas familias adoptivas y a personas inmersas en los increíbles hechos. 

Hasta la mitad del documental, el ritmo aumenta conforme aparecen nuevas pistas que tejen una trama alucinante, llena de dolor, resiliencia y triunfo. Pero, cuando todo hace suponer que las revanchas de la vida siempre aparecen en forma de final feliz, la historia adopta un giro siniestro, oscuro y enfermizo. El dolor ya no es una prueba para afrontar el trago amargo, sino que es el inicio de una serie de revelaciones que golpean, una tras otra. Wardle aprovecha el lado B de la historia para convertir a Three Identical Strangers en un thriller inquietante que por momentos se acerca a las películas de espías o las de científicos que experimentan con humanos.    

Otro factor que ayuda para que el documental se sienta sólido es la exhaustiva investigación del director. Cada referencia dudosa o información controvertida tiene una contraparte que la refuta o la respalda, dejando de lado el oportunismo al que cualquier otro realizador hubiese acudido frente a tan seductora historia. Y no se trata de ser objetivos -no seamos inocentes, sobre todo, cuando el documental es un ejercicio cinematográfico muy manipulable- sino de equilibrar y escarbar en los sucesos por más dolorosos que puedan ser.

Three Identical Strangers desarrolla la prestancia de ponerse en los zapatos del “otro” para redescubrirnos y cuestionarnos cuánto en realidad conocemos a quienes más cerca están de nosotros. Una premisa alejada del sensacionalismo y cercana al análisis de la complejidad de la psicología humana. 

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