Tigre Blanco

Por Ariel Esteban Ramos

The White Tiger
India, 2021, 131′
Dirigida por Ramin Bahrani
Con Adarsh Gourav, Priyanka Chopra, Rajkummar Rao, Perrie Kapernaros, Abhishek Khandekar, Nalneesh Neel, Aaron Wan, Vedant Sinha, Solanki Diwakar, Ram Naresh Diwakar, Mahesh Pillai, Harshit Mahawar

Esquivar lo previsible

El último experimento de trasposición literaria en Netflix se llama Tigre blanco, producción basada en el premio Booker de 2008, del Indio Aravind Adiga. Con una técnica fílmica de manual, sin sorpresas, tal vez su mayor virtud sea su fidelidad al relato original, crudo como las cosas que simplemente no pueden ser de otro modo. Y quizá sea eso mismo, al menos para quienes leímos el libro, lo que le impide levantar vuelo con alas propias.

El monólogo reflexivo del protagonista, Balram, es un extracto correcto del que atraviesa todo el libro. La excusa, que literariamente funciona bien, es un mail al premier chino en el que relata su trayectoria desde una pobreza que para parámetros indios no sabría si calificar como digna o indignante, hasta convertirse en un emprendedor en la moderna Bangalore. En el filme al recurso le falta naturalidad, y me atrevo a pensar que se debe a problemas repartidos entre casting y dirección. Al protagonista le falta ese mismo algo que grita por su ausencia en otras tantas películas con guiones inspirados en libros exitosos de cierto nivel. Es decir, donde el personaje ya tiene una voz, o una máscara descrita con pelos y señales y, aún con toda la subjetividad e imaginación del lector/espectador, se plantea la caracterización desde una base muy concreta. Si no puede decirse cómo debe ser el personaje, por lo menos nos queda una buena idea de cómo no puede ser. El caso más famoso podría ser El perfume, que se transmutó de best-seller perenne y absoluto a fracaso cinematográfico, con un talentosísimo Ben Whishaw rodando por la tierra con su insípido (y ya era inodoro) Jean-Baptiste Grenouille. En criollo, se puede pifiar con mucho menos que un Hamlet.

Se echa en falta cierta acidez que los personajes de papel destilan con mayor facilidad que los audiovisuales, y que se expresa en una cadencia que paradójicamente llegamos a entender mejor cuando la reelaboración de esa fisonomía invisible no convence. A esto se debe que se haya disuelto gran parte de ese sentido del humor que no hace reír, del cual el libro tiene generosas dosis, y que le impide al espectador/lector sacar las conclusiones morales más fáciles. ¿Cuáles serían? Pensar que no se está hablando también de occidente de maneras oblicuas, a través de representantes occidentalizados. Ellos se ven enredados fácilmente, en momentos extremos, en la trampa de un sistema donde el otro es prescindible, reducible a una pura negatividad que se corresponde con la pura positividad de un amo. En este sentido, Tigre blanco repite toda la partida de la dialéctica de nulificación (no uso el término clásico para distinguir servidumbre de esclavitud) que hizo populares a Kojève, y sobre todo a Fanon (aunque en este caso no haya un eje racial o colonial evidente). Tal vez sea la ausencia de un eje racial o cultural claro y limpio lo que salve a Tigre blanco de derivar hacia la máquina de picar carne de la corrección política, que produce en cada obra que toca la misma doctrina prêt-à-porter, el mismo pensamiento uniforme y empobrecido.

Pero no quisiera arruinarles la noche con la cantilena de “el libro es mejor”. Es una mirada muy actual de la crudeza naturalizada de las abismales asimetrías socioeconómicas, la persistencia del sistema de castas, la realidad material de la pobreza (no tan gráfica como en Slumdog millionaire), los mecanismos perversos de sujeción cuasifeudal, corrupción generalizada, etc. Una mirada actual de un problema milenario que está lejos de resolverse. Así y todo, la sensación no es de opresión absoluta, no es 12 años de esclavitud en donde hasta Sartre habría concedido que la libertad prácticamente no existía. Esa precisión en el matiz le permite a un ojo occidental entender mejor el mecanismo que produce y naturaliza la sumisión, algo que rescato, ya que es uno de los temas principales del libro y ha sido aquí resuelto con economía y claridad. Todo eso convierte a El tigre blanco en una de las cada vez más escasas producciones que ameritan robarle un par de horas al sueño al final de la jornada.

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