Todo en todas partes al mismo tiempo

Por Federico Karstulovich

Everything Everywhere All at Once
EE.UU., 2022, 139′
Dirigida por Dan Kwan & Daniel Scheinert
Con Michelle Yeoh, Jamie Lee Curtis, Jonathan Ke Quan, James Hong, Anthony Molinari, Audrey Wasilewski, Stephanie Hsu, Peter Banifaz, Brian Le, Andy Le, Tallie Medel, Jenny Slate, Harry Shum Jr., Biff Wiff, Aaron Lazar, Sunita Mani, Narayana Cabral, Chelsey Goldsmith, Craig Henningsen

Ciudad de pobres corazones

Una señal de inteligencia, dijo alguna vez Albert Einstein, no deriva de la información que tengamos sobre algo sino de la capacidad de vincular cosas de manera imprevisible. Bombástica, veloz, imparable y muscular es la inteligencia que demuestra Todo en todas partes al mismo tiempo, que conecta y desconecta cosas con la velocidad de una operadora que comunica telefónicas en la década del 50. Por eso los modos en los que la inteligencia se pone de manifiesto en la nueva película de los directores de Swiss Army Man están mediados por el virtuosismo de la puesta en escena, que aquí es un espectáculo digno de ver como pocas cosas vayamos a testimoniar a lo largo de este año. Histeria formal? Puede ser. Pero ante todo hay dominio del lenguaje, como si a cada plano los Daniels (si, son una entidad que se reconoce con ese nombre plural en la dirección) se hubieran propuesto reinventar las formas narrativas de los géneros con los que coquetea: de las películas de artes marciales al drama doméstico, del cine de superhéroes al cine de acción. Pero en realidad no solo no reinventa nada sino que se divierte como si todo se tratara de un día de visita en el pelotero.

El problema es que todo lo que TETPAMT logra gracias s su velocidad y confianza en las imágenes, en alguna medida (como también sucedía con Swiss Army Man), encuentra un contrapeso en la necesidad de decir algo importante, como si el cine de Michael Gondry y Spike Jonze estuvieran sobrevolando el ambiente, es decir, un cine ingenioso, con capacidad audiovisual innegable pero al mismo tiempo con una suerte de lastre proveniente del cine indie americano que precisa hacer statements sobre cosas -en este caso sobre la familia, sobre la libertad, sobre los sueños frustrados, el matrimonio y algunas cositas más-. Pero la cuestión es: nos tenemos que tomar demasiado en serio todos esos momentos lacrimógenos que funcionan como enlaces entre escenas? Por un lado quiero pensar que si, porque todo el tiempo la película nos escupe en la cara unas diminutas gotas -pero goteo al fin- de inconformismo con la existencia cotidiana contemporánea, como si en buena medida tuviera también -para bien y para mal- la ambición de contarlo todo, como su nombre lo indica. El tema es que al mismo tiempo que cuando todo se detiene corremos el riesgo de tomarnos en serio una solemnidad que, a primera vista, nos hubiera parecido medianamente intolerable, los directores optan por sacarnos de ritmo, rotar un pie y una rodilla y obligarnos a bailar y dejar la inercia discursiva de la bajada de línea varios metros atrás. Entonces, la tomamos en serio a TETPAMT? Ni. O so.

El problema es que en su ejercicio de baile acrobático entre el display virtuoso de recursos y las sentencias inconsolables de los personajes deprimidos por su existencia melancólica (a la que no le tenemos que creer mucho) una de las cosas que se nos pierde es el corazón, como si en el fondo la película quisiera ser tantas cosas a la vez, con tanta furia y sonido e ideas juntas que terminara olvidándose acaso la gran amalgama: la emoción genuina frente a las revelaciones, pérdidas, cambios de distinto tipo que los personajes pudieran experimentar. Por eso cuando sobreviene algún momento de emoción genuina nos cuesta un poco ablandarnos, porque el cinismo de tanto display vulgar de talento nos endureció el cuero. Me resulta difícil pensar en una película cinematográficamente más estimulante que esta en 2022. Pero a la vez me pregunto si el cine no es también, entre otras cosas, una ciudad en la que exista la posibilidad de despertar nuestra empatía genuina por personas que no existen. En este caso particular, una ciudad que apenas pedía que le diéramos nuestro corazón pero nunca supo cómo pedirlo.

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