Toronto 2017 : Diario de festival (3)

Por Laura N Vitalli

Tiempo de relax cinéfilo. Es decir: tiempo para ir al cine a medianoche y sumergirse en un mundo de zombies, aullidos y vísceras expuestas. Nuestra enviada especial en Toronto no dejó nada por ver en Midnight Madness, la sección de género clase B (y C, D…Z) que es una de las joyas del festival canadiense. Parece que este año nuevamente estuvo a la altura de las circunstancias. Pasen y lean para comprobarlo.

Locura de medianoche

Por Laura N. Vitali

En un festival en el que ocupa tanto espacio el lanzamiento de tanques y películas que competirán por los premios Oscar, el remanso garantizado está en las medianoches, en el cine de género que toma como centro la sala de cine de la Universidad Ryerson (sí… ¡hay un cine con DCP en la universidad!). Las trasnoches allí son un espectáculo que excede lo cinematográfico. El público que se congrega acude con ese espíritu lúdico que puede verse, por ejemplo, en quienes a través de los años siguen disfrazándose y yendo a ver (y cantar con) The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975). Ese es el público que adora a Sion Sono pero también se engancha con una slasher movie clase C. En fin, ese es nuestro festival y no el de la pretenciosa alfombra roja. Este último es un poco deprimente, se nota mucho la necesidad de parecerse y congraciarse con el vecino del sur. En fin, que pese a que los cambios preocupan, todavía tenemos Midnight Madness.

The Crescent. Seth Smith

Con 9 sobre 10 aciertos (la única impresentable fue la canadiense The crescent, de Seth Smith, seguramente incluída sólo en razón de la localía) acá van algunas recomendaciones para tener en cuenta… En noviembre se viene el Festival de Mar del Plata y no sería de extrañar que alguna pueda verse en la trasnoche del Ambassador.

La aludida The crescent viene de historia de muertes familiares, fantasmas y contactos entre este mundo y el más allá. El programador que la presentó aludió a que la sección Midnight Madness no sólo tiene que ver con el terror y la sangre, sino que una película como Eraserhead (David Lynch, 1977) podría formar parte de ella. Eso es muy cierto en términos generales, pero no en lo que hace a esta película en concreto. Que una cosa es acercarse al surrealismo o incluso al sinsentido y otra es ser confuso con pretensiones. Sólo las imágenes de la confección de unos grabados en el inicio y el final valen la pena en una película que llama a la vergüenza ajena.

Bodied Joseph Kahn

Lo dijimos, no todo es terror. Bodied, de Joseph Kahn, es una película sobre las particulares “luchas” que se dan entre los rapperos. Nada más alejado de mi mundo. Sin embargo, también lo está el protagonista que desde la academia (su tesis doctoral es sobre la poesía ínsita en el rap) termina participando de las contiendas. Quizás demasiado canchera (los sobreimpresos en pantalla agotan un poco), el humor constante, duro, oscuro, incorrecto, funciona como una ametralladora. Película in-subtitulable (bueno, pensar en doblarla es aún peor), es tal la velocidad del cruce de palabras e insultos que uno se pierde unos cuantos por el camino (lo mismo sucede con algunas referencias). Así y todo la rapidez y cantidad de grandes momentos es tan salvaje que, incluso sabiendo que nos perdimos un porcentaje importante, la experiencia es de puro goce.

La japonesa Vampire Clay, de Soichi Umezawa, es una producción mucho más pequeña, artesanal, que recuerda al Peter Jackson de Mal gusto (Bad taste, 1987). La idea es un poco estúpida (como toda la película), pero muy rendidora: por razones que conoceremos sobre el final, hay una arcilla para modelar esculturas que tiene propiedades vampíricas. No está mal la manera en que las carencias se transforman en hallazgo: al jugar con arcilla, con ella se puede hacer de manera accesible cualquier tipo de monstruo. Boba y divertida. Con muy poco está mejor que el 80% de las películas de terror que semana a semana se estrenan en Argentina.

Downrange. Ryuhei Kitamura

También es de origen japonés Ryuhei Kitamura (Azumi, 2003; Godzilla: final wars, 2004), el director de Downrange, aunque se trate de una producción estadounidense. Un grupo de amigos sale de vacaciones y en una ruta abandonada queda a merced de un francotirador. La lógica del gato y el ratón en una película que no sorprende por la originalidad del guión, claro está, cobra vuelo en unas cuantas escenas en los que el punto de vista y la construcción de la puesta en escena nos dejan sin aliento. Para ver en la pantalla más grande que se consiga (tuve la suerte de verla en IMAX). El final, además, es m-e-m-o-r-a-b-l-e.

Mom & Dad (Brian Taylor) se caga en todos los principios pretendidamente más sagrados y lo hace con una alegría tan irresponsable como contagiosa. Resulta que en un momento determinado, sin que se sepan demasiado bien las razones, una epidemia se desata en la tierra: los padres no pueden resistir el impulso animal de matar a sus hijos. Comedia de costumbres que hace foco en cómo tiende a funcionar hoy en día esa caduca institución a la que identificamos como “familia”, la película funciona tanto en su tono de humor zafado como en el de película de invasión o zombies con mucho de slasher. Los padres de familia en los que se hace foco están a cargo de Nicolas Cage y Selma Blair, dos o tres tonos por encima de lo que aconsejaría cualquier director de actores normal. Un festín hermoso.

The Disaster Artist. James Franco

The disaster artist es la última película como director del simpático James Franco. No podemos resistirlo: nos cae bien, por más que no siempre esté a la altura de las expectativas. Pues bien: esta es su mejor película como director. ¿Que eso no significa mucho? ¡Estamos ante una película del carajo! Rara mezcla que nos deja con el cuerpo dolorido de tanta risa y que, al mismo tiempo, tiene la ternura y el cariño por su personaje que podíamos encontrar en el Ed Wood (1994) de Tim Burton. ¿Será esta la Ed Wood de la NCA? (tengo que dejar de leer Variety…). Pues bien, lo cierto es que la narración sigue la vida y obra de Tommy Wiseau, director de The room, horrible película que se ha transformado en objeto de culto. James Franco se luce también como actor y, sobre el final, cuando vemos los fragmentos de la obra original y del actual homenaje casi que se nos pianta un lagrimón. Y esta vez no es por la risa.

 

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