Un amigo abominable

Por Gabriel Santiago Suede

Abominable
EE.UU-China, 2019, 97′
Dirigida por Jill Culton
Con voces originales de Chloe Bennet, Tenzing Norgay Treinor, Albert Tsai, Sarah Paulson, Eddie Izzard y Tsai Chin

Puse un bot a transcribir una película

No recuerdo si fue durante 2019 o 2018 que supo ponerse de moda una suerte de meme convertido en texto. Esa moda se viralizó en redes sociales y consistía en mostrar un texto que presuntamente había sido escrito gracias a una de esas tecnologías de inteligencia artificial que escriben en función de lo que le dictemos con nuestra voz al dispositivo que transcribe.
En este contexto, se había puesto de moda el chiste de “puse a un (ro)bot a ver X programa y transcribirlo. El resultado fue este”. Por lo general solía ser hilarante. Y uno podía suponer que esa presunta transcipción llevada a cabo por una inteligencia artificial en realidad nunca había existido. No obstante era divertido pensar en la posibilidad. Y lo que importaba era el resultado (sugiero buscar los ejemplos de esto para la transcripción de los programas de Mirta Legrand y del programa Los simuladores, pero para eso ya saben: Google lo sabe todo). Bueno, ríanse: luego de terminar de ver Un amigo abominable le dije eso mismo a mi novia: “Esta película no fue escrita por una persona. Esto es una película sin corazón escrita por un bot”.

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Nuevamente el mainstream estadounidense desesperado por penetrar en el mercado chino y corriendo el eje de representaciones hacia un mundo claramente orientalizado. Al mismo tiempo (y el dato anterior no es menor) una necesidad: contar una historia vista una y mil veces (E.T., El Gigante de Hierro, Super 8 y la lista sigue al infinito) como si fuese nueva, como si realmente no hubiéramos testimoniado jamás esta clase de narraciones. Otra vez la ausencia de los padres (y la sustitución simbólica), otra vez el mensajillo ecologista, otra vez la tensión entre vida urbana y vida rural, otra vez otra vez otra vez. La reproducibilidad técnica que horrorizaba a Theodor Adorno se hizo realidad. Porque si algo salta a la vista en Un amigo abominable es su manifiesta incapacidad para hacer de los antecedentes de los que se nutre, de la historia cinéfila, de el pasado de referencias posibles, un punto de partida en vez de un punto de llegada.

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El problema, por lo tanto, no es la carencia galopante de ideas que ostenta la película en sí, sino que su nula originalidad jamás logra trasladarse a una mínima capa de emociones, como si en alguna medida esa capacidad le estuviera vedada. Y esto en buena medida está en directa relación con el modo de construir una narrativa sostenida sobre una sucesión acelerada de elipsis, como si en el fondo la película huyera de las escenas de personajes, como si le escapara a las situaciones humanas en las que se juega un componente empático. Por eso nunca tenemos la sensación de estar viviendo experiencias con personas (eso que tan bien supo lograr Pixar durante muchos años pero que parece haber empezado a olvidar progresivamente), sino que sencillamente testimoniamos sus peripecias sin que se nos juegue un solo elemento de nuestro sistema sensible. De ahí que la película parezca responder más que nada a un sistema de funciones narrativas antes que a un encadenamiento dramático construido por la dramaturgia, que al final de cuentas es un saber humano y que ninguna otra especie (ni tecnología) puede emular.

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La manera en la cual la película organiza su avance desesperado parece pasar por alto, entonces, todos y cada uno de los aprendizajes de los que toma y que evidencia (incluso hay una cita a Indiana Jones y la última cruzada, no casualmente película sobre los padres ausentes y las reconciliaciones), por lo que lo único que mantiene de ellos es su estructura superficial, como si en efecto todas y cada una de las obras maestras a las película alude pudieran simplemente simularse. Esa jactancia es la que termina haciendo de Un amigo abominable una experiencia decepcionante (más cuando la experiencia de Dreamworks con Como entrenar a tu dragón parecía demostrar que el estudio finalmente había aprendido la lección emocional de cómo narrar el crecimiento humano), pero quizás lo peor sea esto que mencionamos: la sensación de que el cine, de a poco, está convirtiéndose en un sistema de ingresos y egresos de variables y en donde el corazón que da cuenta de la experiencia humana terminará siendo el exiliado mientras los simuladores se encarguen de transcribir funciones dramáticas sin vida.

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