Un lugar en silencio

Por Santiago Armas

Un lugar en silencio (A Quiet Place)
EE.UU. , 2017, 90′
Dirigida por John Krasinski.
Con John Krasinski, Emily Blunt, Millicent Simmonds y Noah Jupe. 

Shhhhh

Por Santiago Armas

Desde sus inicios hasta la actualidad el cine de terror ha ido mutando sus características de acuerdo a los tiempos que corren, y no por nada se lo ha catalogado a veces como el genero mas político de todos, ya que en muchos casos varió sus formas de acuerdo a los cambios culturales que acontecieron en Estados Unidos en las ultimas décadas. Desde el espíritu guerrillero Clase B de Roger Corman en los años 60 y pasando por auténticos maestros de la critica social como George Romero y John Carpenter, casi siempre el terror se valió del clima de época para retratar los costados mas oscuros de la sociedad. Esos directores lo hacían con una depuración de elementos formales y expresivos que demostraban que siempre que hubiera ideas, la potencia estaba a la vuelta de la esquina. No es casual que actualmente películas como 12 horas para sobrevivir o ¡Huye! constituyan grandes éxitos de taquilla en plena era Trump (o casi). Salvando las distancias, en ellas también hay una elección: ideas cortas, ingeniosas y directas pero explotadas narrativamente.

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En este contexto si se hila fino se le podría adjudicar algún comentario sobre la actualidad a Un lugar en silencio (“En el EE.UU. actual te prohíben levantar la voz!”) pero afortunadamente el film de Krasinski va por otro lado, que es el de explotar la sensorialidad del género más allá de su condición inherentemente política. Veamos: una familia compuesta por un matrimonio joven y sus tres hijos ingresan a un supermercado vacío y abandonado. De hecho, toda la ciudad parece haber sido abducida ya que no hay rastros de ningún ser humano en los alrededores del lugar salvo ellos, que ingresan descalzos a comprar provisiones y se comunican con señas para no hacer el mas mínimo ruido. Un diario tirado en el piso titula “¡Es el sonido!“, alertando sobre una invasión alienigena como si se tratara de La guerra de los mundos narrada por Orson Welles. Mientras la familia regresa de hacer sus compras y los espectadores se impacientan por el deliberado silencio del ambiente, el menor de los hermanos prende la sirena de su cochecito de juguete, lo que genera que inmediatamente sea abducido por una criatura extraña mezcla de los extraterrestres de Alien con los de Depredador. Con ese prologo seco y directo el director y guionista John Krasinski impone las reglas con las que jugará Un lugar en silencio: confianza en las acciones, en la capacidad de las imágenes y en las elipsis informativas.

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Si en la película el menor sonido implica la muerte (doble connotación del género: literal y figurada por eso su potencia política) esto no se debe solo a que pertenece a lo que suele llamarse “Gimmick Movie” (puntualmente: películas que parten de un recurso especifico, de una premisa y o limitación puntual para intentar sostenerla durante todo el relato, como Enterrado o 127 Horas), sino que el desafío dado duplica el problema. No solo hay una limitación argumental, que si no se respeta mata a los personajes, sino que esa limitación potencia los recursos expresivos del sonido como pocas veces hayamos visto en películas industriales recientemente (estamos, bien por el contrario, ante una excepción). Se ha dicho que Un lugar en silencio trabaja con la expresividad del sonido casi como si se tratara de una película muda. La relación entre el detalle (visual, por medio de planos cerrados, opresivos) y la distancia sonora (oímos pero no sabemos cuánto de eso se oye realmente para los extraterrestres, por eso el juego con la incapacidad auditiva de la hija del matrimonio es un problema narrativo extra)  no solo genera mayor intensidad en los momentos mas angustiantes (ese maldito clavo oxidado en la escalera!) sino que también la dinámica familiar y sus conflictos internos se ven beneficiados por esta regla auto impuesta. Por eso el uso concentrado de las miradas y los gestos de cada miembro no es arbitrario, sino económico y necesario para la narración. No estamos, entonces, solo ante una idea ingeniosa, sino ante una idea cinematográfica aplicada con conciencia de clase audiovisual. Solo con imágenes y sonidos (el cine no era eso, acaso?) se entienden los roles que están claramente asignados a cada uno dentro de la familia (el padre enseña al hijo a pescar y sobrevivir afuera mientras la madre y la hija deben cuidar la casa y hacer la comida) para luego poner esa limitación de roles en evidencia e invertirlos, ya que finalmente será la hermanita (interpretada por una actriz sordomuda llamada Millicent Simmons) quien CUIDADO, SPOILER descubra la clave para derrotar a esos horripilantes bichos.

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Quizás en ese ultimo aspecto radique alguna que otra falencia en cuanto al trazado de los personajes, con obvias referencias a las conquistas políticas de las mujeres en la actualidad, lo que podría sonar a demagogia discursiva. Pero esto no deja de ser solo un detalle ya que la atención siempre esta puesta en el aspecto físico de la supervivencia y no en un deliberado contraste entre hombres y mujeres.
Otro aspecto admirable de Un lugar en silencio dentro del panorama actual del cine de género es que funciona como espejo del espectador de cine de terror. Acostumbrados (buena parte de ellos) a gritar o comer pochoclo maniáticamente para liberar la tensión que produce un buen susto en la pantalla grande, la película de Krasinski nos pide que como audiencia seamos cómplices de su juego narrativo y acompañemos el silencio que impregna el relato, confirmando que nada mejor que el terror como exponente de un cine en su estado mas puro, esencial y despojado. Todavía existe un cine que se vale de las herramientas mas ingeniosas para generar las mejores sensaciones, como William Castle y como Roger Corman en los 60s, como Romero y Carpenter en los 70s. En esa elección, en ese uso de una idea audiovisual hasta las últimas consecuencias, hay un retorno voluntario a los mejores y más capaces directores del género, conscientes de su potencia política. Esa que necesita mostrar poco y nada para que con lo mínimo se nos abra un mundo ante nuestros ojos (y oídos).

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