Unfriended: Dark Web

Por Daniel Alaniz

Unfriended: Dark Web
EE.UU., 2018, 88′
Dirigida por Stephen Susco
Con Colin Woodell, Andrew Lees, Stephanie Nogueras, Connor Del Rio, Savira Windyani

Sube a mi nube

Por Daniel Alaniz

Desde la primera vez que nos preguntamos qué es el cine vimos pasar todos los géneros, los vimos mutar hasta lo irreconocible, vimos surgir nuevos cuando nos habían dicho que el cine ya estaba muerto, nos pincharon los aguijones de las películas de William Castle, pasamos por los dinosaurios de Spielberg, el Dogma 95, el 3D, el Sensorama, los anteojitos de Freddy, las mil y una horas de las pocas películas de Llinás y hasta el Jesucristo Superstar de Ricky Fort. Salvo la Isla Demarchi con formato Hollywood de las pampas, lo hemos visto todo. Sin embargo, hoy la respuesta es más difusa de lo que siempre fue. Scorsese, los hermanos Coen y hasta gente muerta estrenan películas en Netflix. Es decir que si la oscuridad, la compañía o la soledad en una sala, o el tamaño de una pantalla, importan a la hora de pelar el carnet de cine, el 90 por ciento de lo que vemos no lo estaría consiguiendo. Es cierto, la reflexión atrasa quizás 20 años.

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Pero tal vez es por abajo. Siempre me gustó pensar al cine (a mí y calculo que a 202 millones de cinéfilos más) como una dimensión paralela, habitada por seres mejores que nosotros, por versiones más sofisticadas de lo que somos, también mucho más atroces, y por fantasmas, miles de fantasmas. Cuando me pareció prudente decir que bueno, que ya no creía en los monstruos porque era grande, me hice cinéfilo. Fue siempre la manera que encontré, socialmente un poco más aceptada, de seguir hablando con ánimas. En este sentido, creo que el cine siempre fue encontrando sus formas. Ya lo veía Cronenberg en Videodrome en su momento, en una película que no queda vieja como un vhs porque en realidad sabemos que podemos trasladarlo a lo que nos toque como actualidad. Ese monstruo que miramos, dentro de esa o cualquier pantalla, es siempre nosotros.

Cuando salió Unfriended la vi con nula curiosidad y de un minuto al otro me encontré realmente preocupado. La idea es bien de género, casi ladri, pero nunca había presenciado esa mímesis con algo tan cotidiano de mi vida. El efecto era mucho más potente que una realidad virtual o una subjetiva: vista en la misma computadora que tenía la protagonista, no podía evitar el acto reflejo de querer cerrar una ventana que no era mía o alarmarme por una call a las 2AM. El efecto era claramente el buscado, y la pericia narrativa se había lucido con éxito. Sin embargo, había algo más: esto no era El proyecto Blair witch o Actividad Paranormal, Unfriended había encontrado un vehículo que era mucho más que mera estética documental: había encontrado una forma de meterse en mis ojos. No recuerdo haber convivido, en otro momento de mi vida, tanto tiempo visualmente con algo como la pantalla de un celular o el layout de las redes sociales. Ni con la tele, ni con mi mamá, ni con una mascota, amigos, novia, Supernintendo, nada. Las redes se convirtieron en una especie de marco de anteojos, que por cierto nunca los necesité. Una extensión de la mirada.

Unfriended Dark Web

Si el cine es ese espejo fantasma que vimos siempre con tanta fascinación como desconfianza, me gusta creer que las redes sociales son lo mismo para el cine, una otra dimensión que lo supera ampliamente, mi dulce venganza tercerizada.

La primera vez que vi Unfriended tuve que dormir con todos los dispositivos en otra habitación, pero la segunda vez la vi en una tele grande y el efecto fue completamente opuesto, bastante tedioso, casi fuera de lenguaje. Eso de “esta-película-solo-puede-verse-en-una-sala-de-cine-preferentemente-con-olor-a-pis-de-abuelo” en este caso funciona al revés: es para ver en una computadora en la soledad del cuarto; y para los puristas más duros, en una mac air, en lo posible en bombacha.

¿Será esta anécdota la confirmación de que este tipo de películas no son cine, sino un efecto circense o una activación publicitaria? ¿O es al revés: que hoy, el fantasma del cine habita solo en este tipo de pantallas, tan íntimas como infinitas?

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Dark Web, ya con el código explicado, crece ahí donde Unfriended sorprende pero no llena. Los tiempos de la narración son mucho más certeros, la imaginación se amplía formando un entramado más complejo, y Susco logra un tenso exponente del terror que baila, además, el ritmo del espionaje. Con un poco de logias, otro de terrorismo y la duda constante de lo fantástico que nos viene del rebote de su predecesora, la paranoia que genera Dark Web radica en que sabemos que tenemos que atenernos a cualquier cosa, porque si bien los fantasmas nos dan miedo, lo peor se encuentra en las profundidades sin fin de la desesperación humana. A ese fuera de campo apuesta Dark Web y gana un pleno. Hay una red invisible del mal que no vemos en toda la película, pero sabemos que está a punto de revelarse en cualquier momento y lugar. Y la sentimos con toda su densidad.

Hay más que un truco en estas películas que exploran el otro lado de la pantalla (ver también Cuenta bloqueada en Netflix), ahora muchísimo más ondas que las que contenían el tren llegando a La Ciotat. Hay algo de asomar la cabeza adentro de La Boca del Miedo, de Carpenter, y ver qué pasa. A diferencia de una cámara de seguridad o un recurso técnico, el territorio a explorar es ahora mucho más vasto. Quizás el cine tampoco esté muerto ahora y solo encontró una pantalla aparentemente más pequeña, pero mucho más expansiva, donde quedarse. Quizás el cine reposa, una vez más, en el abismo.

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