Venecia 2017 – Diario de festival (2)

Por David Obarrio

Segunda entrega de la cobertura obarriana (¿u obarrista?) desde la Mostra veneciana. Aparentemente ileso de su encuentro con la actriz australiana (aunque aquí vuelve a nombrarla), nuestro adelantado no pierde tiempo y comenta una considerable cantidad de películas, de las buenas y de las otras, yendo directo al hueso, conciso y contundente como un ristretto. Anclados en este invierno terminal y porteño solo nos queda disfrutar estas crónicas venecianas que aún no terminan, un viaje triplemente vicario: el de la geografía primero, el que posibilita el cine luego y el que surge con la escritura desde el cine después.

Venecia siempre estuvo ahí: Seis días en un festival eterno (segunda parte)

Por David Obarrio

Años luz, de Manuel Abramovich, es sobre el rodaje de Zama, por lo que Martel, recibida aquí como una estrella, tiene doble presencia en la Mostra. En la película no se entrevista a Martel, solo se la ve en rodaje, hablando con los actores, repitiendo un montón de veces una toma con Daniel Veronese, puteando alguna vez (casi nunca) porque surge algún inconveniente no previsto u ocupándose ella misma de asegurar con un alambre un atado de alfalfa con el que hay que extorsionar a unos caballos para que se queden quietos en la toma. En efecto, se trata de un backstage, pero uno sobre el regreso de una directora cuya singularidad excede lo que concierne a sus películas; no un documental sobre Martel sino uno que encuentra a la directora en un momento preciso, trabajando sobre un punto específico. Abramovich lo hace muy bien y su película funciona a modo de complemento, ampliando el propio horizonte de Zama.

Brawl In Cell Block 99

La nueva película de S. Craig Zaher es uno de esos ejemplares perfectos de irresponsabilidad y nervio al rojo vivo. Brawl In Cell Block 99 presenta a Vince Vaughn (pelado), tipo de pocas pulgas que pierde el trabajo y se dedica a llevar droga de un lado a otro. Termina en una cárcel de máxima seguridad (es decir “de mínima libertad”, como aclara un perfectamente caricaturesco director del penal interpretado por Don Johnson) y se desata el pandemonium de piñas, patadas y desmembramientos. Pero en realidad algo de eso empezó antes. La película es un disparate enorme, un esbozo de historia que sirve como excusa a las escenas de violencia protagonizadas por Vaughn que, arriesgo, despliega un costado furibundo que sus comedias se dedicaban a insinuar en las sombras, un poco como se explotan y llevan al paroxismo las taras de Adam Sandler en Embriagado de amor. Esta es “una de cárcel”, como antes con Bone Tomahawk el director hizo una que parecía de cowboys. Eso ya es decir mucho, aunque da la sensación de que con este Zaher, director al que hay que no perder pisada, nunca está todo dicho.

Después me equivoqué de sala y vi una llamada Diva!, de Francesco Patierno, retrato no demasiado inspirado de la actriz Valentina Cortese. Los fragmentos de películas son buenos, pero lo que arruina el conjunto son las intervenciones a cámara de Valentina Cortese interpretada por distintas actrices de edades diferentes que se encargan de poner en contexto tal o cual acontecimiento en la vida de la nonagenaria ausente.
De La vita in comune, de Edoardo Winspeare, en la que un alcalde amante de la literatura va a parar a la cárcel y se hace amigo de un preso que más o menos empieza a redimirse por la poesía, o algo así, solo puedo decir que es lo más parecido a un bodrio que se me ocurre.
En cambio, Lean On Pete, de Andrew Haigh, tiene algo, aunque no pueda decir exactamente qué. Realismo tristón, actuaciones verosímiles aunque intensas, narrativa a los ponchazos con aspiración indie. Es de esas películas de las que “se habla”, aunque a mí me parece chata, y por qué no un poco chota, con su falta de imaginación, su fatalismo como estrategia narrativa y su idea del cine como una réplica aplicada de las penurias de la vida.

 

West Of Sunshine

West of Sunshine, de Jason Raftopoulos, es otra australiana, no tan buena como la de la directora lúcida y la protagonista preciosa mencionada, pero igual tiene su mérito. Padre separado pasa un día con su hijo de 11 años. El hombre tiene problemas: les debe plata a unos mafiosos; se dedica a transportar droga para obtener el dinero. Lo cagan a palos, tiene que dejar el auto como parte de pago. Todo es bastante convencional, pero de algún modo la historia del pobre hombre (el ser con menos carisma del mundo, además) consigue, gracias al oficio discreto y la convicción del director para usar la fuerza del estereotipo a su favor, traspasar la pantalla y tocar al espectador. Pequeña película al fin, se reserva un resto de amor a los personajes a los que parece rescatar en el último minuto: el padre devuelve al hijo, montados los dos en una bicicleta. La madre le pregunta al hijo qué tal la pasó mientras el padre observa la escena desde lejos. El chico mira largamente al padre y responde: “el mejor día de mi vida”. Según el cine, la tristeza australiana es profunda, y esta película animada por una extraña nobleza consigue trasmitirla.

La lucida follia de Marco Ferreri, de Anselma Dell’ Olio, en cambio, podría operar a modo de celebración de la vida en clave dionisíaca. Película cinéfila por excelencia, recoge entrevistas rescatadas a Ferreri, imágenes buenísimas de sus películas, discusiones históricas en torno a su cine, etc. La cuadratura más bien sumaria de la película no hace mella en el interés que despierta la figura de Ferreri, director desparejo e imprescindible al que se lo ve todo el tiempo como una especie de fuerza de la naturaleza, con un carácter expansivo que no oculta del todo una ternura extraña, forjada de contrabando en los intersticios de sus películas. No hay duda de que Ferreri era un monstruo de cine más que un cineasta monstruoso, uno de los tótems de la época en la que el cine italiano importaba algo y su fuerza irradiaba no solo al cine sino al mundo circundante.

Ryuichi Sakamoto. Coda

Ryuichi Sakamoto: coda, de Stephen Nomura Schible, es un retrato de este músico elusivo, ahora que hace un tiempo considerable que no toca porque se está recuperando de un cáncer. La película no parece decir mucho en términos de imaginación: alguna que otra toma de uno de sus shows (buenísima), imágenes de la Yellow Magic Orchestra (ídem), que muestran a un arrogante y elíptico joven Sakamoto respondiendo una requisitoria periodística; tomas del actual Sakamoto como activista antinuclear tras el último desastre nuclear japonés, o minucias acerca de la composición de la música para varias películas célebres de los últimos treinta años, el documental sirve con cierta solvencia como presentación de un músico imprescindible a quienes todavía no lo conozcan.

This Is Congo, de Daniel McCabe, es un documental sobre zona en conflicto. Imágenes buenas, no siempre pertinentes al relato. Mirada solemne. Como se dice ahora: no me cierra por ningún lado. Evidentemente hay un cine cuya función es mostrar un tema importante mediante el cual las imágenes se cargan de la importancia del tema; un cine que opera como receptáculo de ideas más o menos de consenso que no precisan de películas buenas que las contengan. Es suficiente con que las declamen. Esto no es nuevo, ni muchos menos, pero es un misterio cómo estas formas de cine “de tema” parecen subsistir e incluso reproducirse.

Ex Lybris The New York Public Library

En Ex Libris: the New York Public Libray, Frederick Wiseman lo hace de nuevo –su método, sus mañas, su astucia, su talento – esta vez sobre la Biblioteca Pública de Nueva York. Admito que di unas cuantas cabeceadas durante la función, aunque no necesariamente por entera culpa de Wiseman. Lo cierto es que el maldito tiene predilección por las películas largas (197′). Igual es buena.

Agnelli es un contundente documental de Nick Hooker sobre el capo de Fiat, contado con anécdotas y soberbio material de archivo, la película funciona un poco como “vida de hombres ilustres”, seres regios cuya estatura moldea el imaginario de la sociedad en la que se desenvuelven.

Candelaria, de Jhony Hendrix, es una película argentina/colombiana de director colombiano, ambientada en la Cuba del “período especial”. Lo bueno es su anticastrismo; lo malo es todo lo demás. Un matrimonio de viejos sobrevive como puede la carestía; él trafica habanos que distrae de la fábrica en la que trabaja leyéndoles las noticias del Granma a los trabajadores. Ella canta (muy bien) en boliches para extranjeros. El tono es de comedia romántica ñoña, onda Elsa y Fred. Padecimiento diario, personajes simpaticones, enfermedades, pequeñas delicias de la vida no burguesa servido en la forma en la que la televisión entiende por realismo.

Hay más, pero hasta aquí llegamos hoy, amigos.

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