Viejos

Por Federico Karstulovich

Old
EE.UU., 2021, 108′
Dirigida por M. Night Shyamalan
Con Gael García Bernal, Vicky Krieps, Thomasin McKenzie, Rufus Sewell, Abbey Lee, Ken Leung, Alex Wolff, Eliza Scanlen, Embeth Davidtz, Gustaf Hammarsten, Nolan River, Alexa Swinton, Aaron Pierre, Nikki Amuka-Bird, Emun Elliott, Jeffrey Holsman, Daniel Ison, Francesca Eastwood

La palabra imprecisa

Me encantaría confesar que he renunciado al cine de MNS, pero no puedo. Porque siempre hay algo que vuelve y cambia, y mejora, o empeora, pero se trata de un cine vivo y sin red. Será uno de los motivos por los que uno vuelve? En todo caso el que renuncia un poco a la tranquilidad y a la paz autoral y a otra clase de tranquilidad es el mismísimo Manoj Night Shyamalan, que cuando quiere y puede hace maravillas como Glass, pero cuando algo le retumba en la cabeza y se obsesiona, puede distraerse rápido y sin retorno. Algo de eso sucede con esta incursión de MNS en una novela gráfica a la que se queda pegado. Ahora bien, amén de cualquier problema de transtextualidad y teorías de la adaptación, la pregunta a hacerse es qué pasó en el camino como para que la apropiación cinematográfica hubiera quedado en deuda de forma tan clara? Ojo: ideas audiovisuales son lo que sobra en Viejos. Hasta me atrevería a decir que es una película pletórica en ideas expresadas en imágenes y sonidos, casi como si el director hubiera utilizado a su propia película como un laboratorio para experimentar posibilidades de trabajo con el montaje, con las lentes, con los movimientos de cámara, con el sonido, con el encuadre, con la marcación actoral. El problema no es que el cine esté ausente, sino que la información verbalizada, explicada, permea y atenta contra cualquier tentativa cinematográfica.

El inicio de Viejos es atendible, incluso en su premisa. O mejor dicho: particularmente en su premisa. La misma es lo que genera la potencia y convoca: un espacio reducido, tiempo reducido y un problema claro. Y el fantástico, siempre presente en la obra de MNS. Entonces, cómo podría salir algo mal detrás de todo esto? Precisamente la palabra es la que ataca al género y sus posibilidades, que al menos durante más de 30 minutos trabaja sin inconvenientes sobre ese terreno en el que el fantástico es amo y señor, que es el terreno de la incertidumbre. Mientras esta dura, Viejos se disfruta sin mayores problemas (más allá de algunas concesiones algo estériles en el diseño de los personajes), porque no precisa darnos más información que la que tenemos. El modo en el que se nos informa y se nos construye ese mundo es pura y exclusivamente a partir de las imágenes y sonidos. Casi ni hay dependencia de las explicaciones, que incluso cuando están, se evaporan rápidamente. El problema opera y desarticula cualquier logro obtenido cuando se hace presente la demanda del verosímil luego de que se profundiza el conflicto: en ese espacio pasan cosas raras y los personajes no pueden salir. Necesitó Buñuel explicar alguna vez los motivos del encierro en El ángel exterminador? Bueno, por algo MNS no es el español…

Tras el establecimiento de los problemas de base, con la incertidumbre a flor de piel, el dramaturgo teatral sale. Y Shyamalan va minando todas y cada una de sus propias ideas sobre la base de explicaciones que son deducciones imposibles (sin nada que envidiarle a la solución de los acertijos de Batman y Robin en los 60s). Ahora bien: el problema de MNS es que produce expresamente una renuncia no solo a lo mejor de su propio mundo personal, el de las ideas que se abren y ramifican antes que aquellas que se cierran sobre sí mismas (como demuestra el final de esta película, que conecta con los finales de vuelta de tuerca que hemos visto en el pasado en su cine en casos como La aldea, Señales, Los huéspedes y otras). Esa renuncia, contraria a perturbar -otro aspecto polanskiano de su cine, acaso la segunda gran infliuencia luego de Hitchcock y antes de Spielberg, inclusive- convierte a su propuesta en una aplanadora de ideas.

Cuando terminaba de ver Viejos pensaba en Long Weekend, en Summerfield, en Picnic at Hanging Rock y en otras maravillas australianas en las que la duda, la incertidumbre, el clima incómodo, la sensación de amenaza, siempre estaban presentes. Por un momento, cuando estaba terminando el primer tercio de la película pensé: “Shyamalan está haciendo una película australiana de los 70s hoy”. Pero nada más diametralmente opuesto: el cine australiano de aquella década era oscuro, dificil, sin concesiones, carente explicaciones, violento, incómodo. A todos esos adjetivos renuncia el director cuando se aferra a la novela gráfica y la desagota sobre nuestras cabezas con una maremágnum de finales que se acumulan. En el medio quedan nuestras certidumbres: nada más lejano al cine que la palabra.

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