Vox Lux: El precio de la fama

Por Federico Karstulovich

Vox Lux
EE.UU., 2018, 110′
Dirigida por Brady Corbet
Con Natalie Portman,  Jude Law,  Raffey Cassidy,  Stacy Martin,  Jennifer Ehle, Susanna Guzman,  Chris Banks,  Matt Servitto,  Natasha Romanova,  Daniel London, Nastasha Strang,  Fred Hechinger

Promesas sobre el bidet

En los cuerpos híbridos es impreciso el momento en el que algo cambia de naturaleza, en el que se convierte en otra cosa. Lo híbrido tiene esa clase de consideraciones: es difícil establecer límites para definir la estructura de su identidad. No obstante, si se lo fuerza un poco, todo híbrido exhibe las costuras. Ejercicio frankensteiniano, el híbrido que caracteriza los 110′ de Vox Lux es, antes que nada, un plato frío y muerto. Pero nos quiere convencer de su presunta vitalidad gracias a un display manierista de virtuosismos varios. Lo suyo no es ambición (Welles-Coppola, con quienes puede vincularse el espíritu de la película), es pretensión cargada de promesas.

Un sistema de aceleraciones y frenadas. Si algo provee a identidad es su incapacidad de quedarse quieta. O para decirlo de otro modo, su incapacidad para moverse de una manera constante. Fluidez/choque, elipsis/tiempo real, empatía/distancia. Todo forma parte del orden de las contraposiciones, por eso la película nos confunde, haciéndonos pensar que nos vamos a encontrar con un mundo de reflejos. Primero entre hermanas (nota al pie: vi la película y no pude dejar de pensar en Soledad Pastorutti y su hermana, si no saben quien es, por favor googleen), luego entre madre e hija, finalmente consigo misma. Pero no: todo ese sistema de avances/retrocesos y variaciones rítmicas es solo un sistema frío de traición de expectativas. Nada más lejano a cualquiera de las versiones de Nace una estrella, película con la que se la ha querido comparar. Y es que si algo define a aquellas (en todas sus versiones, incluyendo la más reciente, del año pasado) es el valor constructivo de la previsibilidad. En aquellas (como en los buenos relatos clásicos) lo previsible es también un sistema de variaciones. Pero Vox Lux, con su desesperación por desmarcarse, no hay espacio para pensar en los matices de toda variación intrínseca a una continuidad. En la película de Brady Corbet el volantazo es la regla. El giro inesperado es la regla. Por lo tanto la continuidad sería la verdadera variación. De ahí que todas las sorpresas que nos propone caigan en saco vacío. Y es que sencillamente cada rapto de originalidad (formal como argumental: la película necesita demostrarnos que puede con la angustia de las influencias) retorna sobre un vacío: no hay nada para contar, no hay revelación alguna, no hay ni siquiera una incógnita falsa. Welles sin Welles.

No obstante hay un momento (dentro de las muchas frenadas y contragolpes que la película nos asesta) en el que las cosas se vuelven sorprendentes. Por pocos segundos. Pero nos deja recalcando todo el tramo. Pero para eso tenemos que retrotraernos al principio. Lo voy a hacer de la manera más rápida posible: Una joven sobrevive a un tiroteo en su escuela, en el que sale herida pero muchos mueren. Poco después, a modo de despedida compone una canción que interpreta en los funerales de sus compañeros. El hecho toma estado público. Y se convierte de la noche a la mañana en una joven cantante en ascenso con solo 14 años. Acompañada en el proceso de su crecimiento artístico, eclipsa a su hermana (compositora en las sombras de las canciones y letras), se convierte en una mega estrella y pasan los años. Casi dos décadas después, presuntamente, la misma mujer se encuentra al borde de llevar a cabo un recital. Pero en los tiempos de descanso decide salir a comer con su hija. Plano: Natalie Portman (hasta ese momento interpreta al personaje de Celeste adulta) avanza hacia el lobby de salida del hotel en el que se hospeda…hasta que aparece ella misma y su hermana, pero en los cuerpos de las chicas que vimos en el pasado. De repente nos preguntamos…entonces quién carajos es el personaje que está interpretando Portman? Estamos viendo una película sobre la madre o sobre la hija? La incertidumbre dura unos pocos minutos hasta que todo se aclara. Era simplemente un juego, para confundirnos con los mismos actores y sus identidades.

Bueno, Vox Lux hace piruetas en el aire muchas veces, varias. Cuando funcionan, nos distraemos, como si fuéramos perritos valientes mirando los fuegos artificiales. Pero ese es el segundo de sus problemas: tampoco sabe ni tiene con qué sostener ese sistema de traición de las expectativas. Sencillamente porque su sistema narrativo parece riesgoso, pero lo único que hace es revelarse como un artefacto histérico: ni tradición ni ruptura pueden sustentarse . Lo único que queda es un movimiento en loop sobre el vacío mismo (pero no el de la conciencia de la incapacidad de narrar, sino el de la incapacidad de decidir como programática y estilo). Por eso lo único que queda hacer es intentar conmovernos con sus arranques desesperados de talento (su director lo tiene, pero al mismo nivel de Darío Argento, y en parte al mismo nivel de George Cukor: puede hacerlo aisladamente, pero el cine no es una suma de momentos aislados o al menos no es solo eso). Y cuando lo logra pensamos que estamos ante uno de esos descubrimientos que a todo cinéfilo nos gusta cotorrear (“tenés que ver la ópera prima de tal, que es un crack y no lo conoce nadie”). Pero son espejismos, espasmos de una contemporaneidad extraña para el cine americano en el intersticio del indie y el mainstream. No se puede estar en todas partes al mismo tiempo. No se puede conformar a todos. Hay que arriesgar. Hay que tomar decisiones y jugar hacia ellas. Y eso es algo que no hace Corbet. Porque decide todas a la vez, todas juntas, al mismo tiempo. Y estas se anulan mutuamente. Y eclipsan los rasgos mas interesantes de una obra que, quizás, valga la pena seguir.

La media hora final de Vox Lux no solo es incomprensible estilísticamente, sino que elige la fascinación antes que la narración. Es como si la película hubiera optado por avanzar hacia un registro documental del climax presunto. Pero ese climax nunca llega. La diferencia es que en este caso la traición no propone nada. Apenas el registro empobrecido del detrás de escena de un show sin dobleces, duplicidad que al menos aportaba un desafío durante 3/4 partes del visionado, pero que en el final se desvanece de manera penosa. El momento de los créditos, sorprendiendo a todos por lo abrupto del corte no es un gesto de vanguardia, sino la comprobación más evidente que lo que acabamos de ver fue una gansada.

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