Wife of a spy

Por Amilcar Boetto

Spy no tsuma
Japón, 2020, 115′
Dirigida por Kiyoshi Kurosawa
Con Yû Aoi, Issei Takahashi, Ryôta Bandô, Chuck Johnson, Yuri Tsunematsu, Minosuke, Hyunri, Masahiro Higashide, Takashi Sasano

Un sueño en un espejo

Los espías no pueden tener hogar, son agentes de paso, humanos usados para ser la conexión entre dos partes. No pueden enamorarse ni atarse a nada, tampoco pueden revelar su propia  persona. Deben ser, proceder y morir en su misterio, en la inmensa incógnita que representa su vida. 

Las películas de Kiyoshi Kurosawa son, usualmente, melodramas. Sus  protagonistas están limitados por una pasión mortuoria que no los deja vivir. Sus fantasmas  anuncian culpa y angustia con un pasado amoroso irrecuperable como es el caso de Retribution,  película en la que a medida que se van sucediendo los hechos vamos descubriendo que su mujer no es más que un espectro. Entre esas dos posiciones sin aparente intersección se ubica Wife of a Spy.  

Kurosawa plantea su película, entonces, desde el punto de vista de la mujer del espía como el  título indica. Es decir, el punto de vista está ubicado en alguien que ama al espía y que percibe  desde afuera el despojo que el espía debe hacer de su vida pasada para que su misión no fracase. Acaso es ese cambio en el punto de vista el aleja a la película del género de espías y la acerca, con intensidad, al melodrama. Pero a un melodrama de la percepción.

El punto de vista es tan consecuente que no vemos al marido irse en aquel viaje donde cambió todo y donde testimonió las cosas que lo hicieron creer que Japón estaba cometiendo atrocidades tan  grandes que merecían que una persona de clase acomodada se convierta en un espía contra su  nación. Como contraparte la esposa comienza a sentirse sola y hasta tiene un pequeño momento de seducción con  un ex compañero suyo del colegio que resulta ser policía del estado. La vemos vagar sola por la  calle, con la desconexión sentimental con su marido como un peso insoportable, tapándose de las personas como Jeanne Moureau en Un Ascensor para el Cadalso.  

La angustia la hace creer que su marido le está siendo infiel, pero para su desconcierto descubre  que en realidad su marido le está siendo infiel a su patria, lo que le resulta aún peor. Le resulta  más concebible la falla de un matrimonio, de un amor que de una nación, de una idiosincracia entera. Todo cambia cuando ella accede a la cinta. La cinta tiene un poder particular a lo largo de la película. Porque durante un largo plazo la película elide su contenido y no podemos ver qué hay ahí. No nos muestra el horror. Luego, la  ven los dos juntos y la película nos muestra parte del contenido, para después mostrarnos como  ver esa cinta deriva en el momento exacto donde la pareja puede soñar con un futuro juntos, con irse a USA y comenzar de nuevo, denunciando el genocidio japonés en China y abandonando  para siempre la vida de espías. Al final, cuando la atrapan a ella con las cintas que debía llevar a América, el contenido de las cintas, se nos revela, es otra película, una película filmada por su  marido. Su marido que, paralelamente también le hizo creer una ficción a ella, un sueño de una  vida en Estados Unidos que hubiera sido imposible. Un sueño dentro de un sueño.

El horror nunca llega a ser explícito para ella y, por consecuencia, tampoco para la película. Lo  puede ver a través de la opacidad de una cinta en 16mm, o lo podemos suponer al ver una  tortura de espaldas, pero el horror último es intangible, inaccesible de manera frontal. Ella siempre está suponiendo (y nosotros también) que está viendo la punta de un iceberg  mucho más terrible. Sin embargo, al final, luego de una elipsis poderosa en donde la vemos a ella  encerrada en un psiquiátrico, la vemos salir a presenciar el bombardeo a través de aun travelling in que corta a un plano detalle de sus ojos horrorizados mientras escuchamos gritos de terror. Por  primera vez, en su final, la película nos muestra el horror en sus ojos, enfrentado a su cara. Es el  horror del fin de una nación, a su vez que es el fin de un amor y de todo lo conocido. Una pesadilla dentro de una pesadilla.

En el final, observamos a la protagonista correr por la playa sin aliento: comienza a llorar y la cámara encuadra el mar. La  habilidad con la que Kurosawa resume el melodrama en este momento dificulta la écfrasis. El fin  de la guerra es, a su vez el triunfo de su marido como la certeza de que ella fue solo una parte del plan, nunca una esposa. Fue un personaje más dentro de una de sus películas. Y esta película  termina en el mar. Japón como toda isla tiene la condena de estar rodeado de mar y el mar es la  única salida de Japón. Allá está Estados Unidos, la tierra donde la esperanza amorosa podía renacer, pero a la que él decidió irse solo. Wife of a Spy es tan generosa con sus imágenes, tan precisa al articular las idas y las vueltas de  sus personajes que, como ejercicio crítico, quizás lo mejor sea su descripción, y ese sea la aproximación más sincera que tengamos con ella.

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