Wolfwalkers

Por Andrés Brandariz

Irlanda, 2020, 103′
Dirigida por Tomm Moore y Ross Stewart

Con Honor Kneafsey, Eva Whitaker, Sean Bean, Simon McBurney.

Sed de Luna

Dicen que nació en este lugar
Sin elegir y por casualidad
Quizás crea que es todo lo que hay
Como el universo y nuestra eternidad
Lobo suelto, lobo sin collar

Lobo suelto, lobo sin collar

Hace poco más de diez años que la productora irlandesa Cartoon Saloon desembarcó en el firmamento del cine animado con The Secret of Kells. Premios, nominaciones mediante, pero también con la decisión de mantenerse independiente, estrenó Wolfwalkers a través de Apple TV. El 2020, un año ingrato a nivel global y cinematográfico, nos dejaba así una de sus mejores películas. Wolfwalkers combina el aliento clásico de un relato de aventuras medievales con una potente lectura política que la vuelve relevante y actual sin necesidad de declamar nada.

La aventura se sitúa en la Irlanda de 1650, en la ciudad de Kilkenny. Oliver Cromwell, Lord Protector de la ciudad, mantiene a la población aislada y atemorizada por las jaurías de lobos que merodean más allá de los muros, al amparo de los árboles del bosque. Entre los habitantes de Kilkenny están Bill Goodfellowe, el cazador de lobos, y su hija Robyn, que se aburre realizando las tareas que -se supone- una niña de su edad tendría que hacer. A Robyn, los roles de género le quedan chicos: mientras barre -muy a su pesar- la casa, sueña con ir al bosque a cazar lobos y vivir una vida emocionante. Lo que todavía no puede saber es que las emociones vendrán, más y más grandes de lo que pueda imaginar.

Robyn cruza los límites de la ciudad y, pese a los intentos del Lord Protector y los campesinos de hacerla regresar para trabajar lavando platos, consigue escapar e internarse en el bosque. Allí se encuentra con una loba y queda colgando de una trampa. Intentando defenderse de la loba, le da un manotazo y, en respuesta, el animal la muerde. La loba escapa y Robyn la persigue hasta una cueva, donde atestigua un acontecimiento mágico: el espíritu de la loba se separa de su cuerpo y entra en el de una niña, con ojos enormes y una larguísima cabellera pelirroja llena de ramas. El nombre de la niña es Mebh, y -al igual que Robyn, que es huérfana- sufre la ausencia de su mamá, la jefa de la manada de lobos, que un día se fue para no volver. La mordida le permitirá a Robyn convertirse en un puente entre dos mundos: el de los pobladores de Kilkenny, subyugados por Lord Protector; y el de las wolfwalkers, licántropas que, por las noches, corren en libertad bajo la Luna.

Hoy en día, ver un largometraje en el cual la animación en 2D está en primer lugar es una rareza. Cartoon Saloon exhibe con orgullo la artesanía de su trabajo, dejando a la vista los trazos en lápiz y estableciendo planos generales que prescinden de perspectiva aérea, remitiendo a los diagramas medievales. De esta forma, se configura un universo estético que parte del dibujo para llegar a él. De la tradición medieval, toma Wolfwalkers un espíritu de genuina aventura pero también la certeza de un mundo peligroso y cruel: acá las cosas importan, los riesgos son elevados y muy reales. Contraria a la creciente obsesión por el fotorrealismo de películas de productoras más grandes, como la reciente Soul (esa fábula complaciente de un Pixar con olor a sahumerio), Wolfwalkers emerge como una alternativa emocionante, combativa, con ambición discursiva y estética. Una película que celebra las posibilidades de la animación como una forma expresiva con derecho propio.

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