Curso abierto Alfred Hitchcock: texto introductorio

Por Hernán Schell


Entre 1958 y 1960

Por Hernán Schell

Escribir algo nuevo sobre Hitchcock es complicado, sobre este director se ha escrito demasiado y en algunos casos demasiado bien. A lo sumo, lo que puede uno proponerse es no decir un conjunto de lugares comunes sobre sus películas que son o bien falsos, o dudosos, o demasiado trillados.

No me gusta llamar a Hitchcock, por ejemplo, “el maestro del suspense”, título simplificador para un director que no sólo se limitó al arte de generar tensión sino que manejó el melodrama, el cine de aventuras y la comedia romántica (o un cine que a veces mezclaba todo esto junto) como pocos. Tampoco sé si me interesa demasiado hablar de un director obsesionado con la perversión. Sí, claro, hay películas perversas de Hitchcock, pero también hay largometrajes luminosos, semejantes en algunos casos a los cuentos de hadas. Tampoco sé si me interesa hablar demasiado (aunque en algún momento supongo que será inevitable hacerlo) de tópicos que aparecen de vez en cuando en su cine como el vouyerismo, la figura de la madre, la función de la mirada, el catolicismo, y su relación sádica con las mujeres.

Por supuesto, no quiero negar que el análisis de esas constantes no tenga nada para iluminar de su filmografía y visión del mundo, pero a este tipo de abordaje le veo actualmente dos limitaciones. La primera de ellas es que este enfoque (al cual se puede llamar perfectamente “autorista”), obsesionado con describir el universo del director, termina haciendo que cada película termine teniendo valor por la relación que tiene con el resto de su obra, y no por sus particularidades. Supongo que este tipo de enfoque sobre Hitchcock, tan frecuente en los 50 y 60, era necesario para hacer ver que ese director a quien muchos veían como un realizador masivo pero carente de profundidad, podía ser un artista con una filosofía sobre el mundo y una visión que se repetía de tanto en tanto y terminaba formando una gramática personal compleja. Pero esos tiempos ya pasaron. Hoy casi nadie cuestiona a Hitchcock ya no sólo como un gran cineasta sino como un gran artista del SXX, no muy distinto en importancia para su arte que un Stravinsky, un Picasso o un James Joyce.

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Mr and Mrs Smith (1941). Extraordinaria y casi olvidada comedia romántica de Hitchcok

Por otro lado, luego de haber visto  sus más de cincuenta películas y todos los capítulos de la extraordinaria serie Alfred Hitchcock: presenta, el problema que encuentro con este tipo de abordaje es que inevitablemente dejan de lado uno de los aspectos que más me interesa de su obra: su variedad. Por ende, cada vez que alguien me pide explicar el genio de Hitchcock (y genio es una palabra que escojo con muchísimo cuidado y aplico a muy poca gente), en vez de hablar de visiones del mundo que se repiten, de su mirada sobre Dios, la sexualidad o la mujer, prefiero dar el ejemplo de que entre 1958 y 1960, Hitchcock realizó Vértigo, Intriga Internacional y Psicosis. No existe en la historia del cine alguien que fue capaz de juntar en tan poco tiempo tres obras maestras mayores tan influyentes y tan distintas, capaces de quebrar al género del melodrama, el cine de espionaje y el terror en dos pedazos. Y el factor que me parece acá particularmente revelador es la cuestión del tiempo. A fines de la década del 50, el genio de Hitchcock había llegado a tal punto que parecía dominar cualquier tipo de registro o estética con una facilidad pasmosa, al punto tal que necesitaba meses para realizar películas de un rigor visual y una perfección narrativa que a cualquier otro director le hubiera tomado años planificar. Ese tipo de genialidad que parece natural, me hace pensar en otro aspecto de sus mejores películas: su capacidad para hacer escenas virtuosas en momentos en donde ese virtuosismo no parece estar presente. Me explicaré mejor. Cuando uno ve atentamente películas como Vértigo, El Hombre Equivocado, Los Pájaros o Notorious, se da cuenta de que estas películas no son magistrales sólo por que hay una persecución especialmente lograda o una secuencia especialmente vistosa, sino que su genio puede expresarse en momentos insospechados, a los que basta con mirar atentamente para darse cuenta del detalle y la inteligencia con la que están construidos.

En mis sucesivas revisiones de películas de Hitchcock, son este tipo de momentos los que me impresionan más que ningún otro, de ahí que por ejemplo haya visto de manera obsesiva este video que analiza una charla de Vértigo que en general se deja de lado en cualquier estudio sobre la película.

 

https://www.youtube.com/watch?v=UgnNakO6JZw

Allí puede verse como Hitchcock construye cinematográficamente un instante que casi cualquier otro director hubiera filmado como un momento de transición más, un mero puente para llegar a una escena supuestamente más importante. Sin embargo, a uno le da la impresión que en las mejores películas de este director, absolutamente nada está librado al azar o filmado en piloto automático.

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Judy (Kim Novak) en Vértigo. Vestida de negro, para su propio funeral.

Hay un plano en Los Pájaros, por ejemplo, que encuentra a Mitch Brenner hablando con Melanie Daniels. Mitch es, en la película, un hombre aparentemente muy seguro de sí mismo. El hecho de que esté interpretado por Rod Taylor (una persona corpulenta y con una voz grave) hace que esta impresión se acentúe aún más. Sin embargo, a Hitchcock muchas veces le gusta mostrar lo engañoso de las apariencias, y en ese plano toma a Mitch en un contrapicado que exacerba aún más su carácter corpulento, diciéndole con hiriente ironía a Melanie la frase: “mi madre me dijo que te gusta nadar”. Es un momento tremendo, no sólo porque Mitch está lastimando gratuitamente a la chica que quiere, sino también porque trae a colación la figura dominante de la madre, esa persona por la cual Mitch se deja controlar. Ese plano en contrapicado haciendo un contrapunto irónico con su debilidad por su madre, es de una elegancia tan impresionante como discreta, un momento muy significativo que pasa tan rápido que es imposible de notar en una primera visión. Si uno mira atentamente el cine de Hitchcock, se va a dar cuenta de que está lleno de escenas o detalles así: el primer plano del rostro de James Stewart cuando mira enamorado a su novia en La Ventana Indiscreta mientras la kinesióloga Stella dice que el vecino de enfrente (a menudo interpretado en esta película como una inversión siniestra del personaje de Stewart) tuvo una expresión de angustia; el vestido negro que usa Judy al final de Vértigo, como si estuviese sin darse cuenta vistiéndose para su propio funeral; el modo en que Hitchcock filma y hace mover en la escena al millonario petrolero de Psicosis de modo tal que nos damos cuenta de que le basta su dinero para ejercer control sobre todos ellos.

Todos estos momentos tienen la característica de estar inmersos en un cine tan rabiosamente narrativo que pasan delante nuestro sin que podamos notarlo, son detalles geniales cuya genialidad nunca se declama sino que elige decantarse sola y aparecer cuando uno quiere mirar la película en detalle.

Todas estas escenas además tienen una característica, y es que son producto de un cineasta extremadamente consciente de que el cine es un arte visual, y que los detalles de los movimientos y posiciones de cámara, del movimiento de sus actores, de la propia vestimenta que usan, son las mejores formas que tiene una película para expresarse. Pienso que por esto es que Hitchcock, quien fue co-guionista y co-productor de varias de sus películas, no quiso figurar muchas veces como otra cosa en los créditos que como director, como si eso bastara para que la película fuera mayormente responsabilidad suya.

Pero esta atención al detalle, esta obsesión por crear sentido hasta en los momentos aparentemente menos importantes, es lo que justamente me hace pensar en la cuestión casi inagotable de su cine, lo que hace que en cada visión de sus mejores películas uno no pare de encontrar ironías, detalles brillantes y distintas interpretaciones.

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Francois Truffaut, cineasta y crítico francés, autor de El Cine según Hitchcock y encendido defensor del cineasta.

Por esa cuestión también es que he decidido plantear este curso de modo tal que sea lo más abarcativo posible. Acá habrá por un lado una parte didáctica e histórica (a la cual podremos llamar Lado A), y otra más libre (a la cual podremos llamar Lado B), consistente en ideas sueltas sobre Hitchcock expresadas por otros autores.

El Lado A será dado por videoconferencias y artículos míos que tratarán de lo que ya habían adelantado el programa. Hablaré del Hiitchcock del período silente, de su etapa inglesa y de su llegada a Hollywood. Estaré escribiendo o exponiendo oralmente sus películas más significativas de estos períodos (de The Lodger, pasando por Chantaje, Los 39 escalones, La Dama desaparece, Notorious y otras más), hablando de su cine y de su visión del mundo. Este lado será propiamente el curso.

El lado B, o no oficial, estará dado por artículos de distintos críticos que han pensado diferentes películas del director, pero también de links a videos, de películas online y documentales. En algunos casos incluso ni siquiera serán artículos o videos que hablen estrictamente sobre Hitchcock, sino que podrán ser escritos que mencionen sus películas, que tomen una escena y a partir de ahí reflexionen sobre alguna cosa. En medio de esto estarán ustedes, los lectores/alumnos, opinando en foros de lo que saben y lo que no, lo que les llama la atención de Hitchcock y lo que les disgusta.

El juego, si se quiere, es abarcar lo más posible para que esta introducción a Hitchcock sea lo menos introductoria posible. Llegaremos, si se quiere, a la punta del iceberg, pero llegar a la punta no es un mal comienzo para conocer en algún momento la magnitud de su gigantesca estructura.

Y ahora si, preséntense, digan que vieron de Hitchcock, que les gusta, que no, en fin, comenten.

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