Depredador: La presa

Por Pedro Gomes Reis

Prey
EE.UU., 2022, 99′
Dirigida por Dan Trachtenberg
Con Amber Midthunder, Dane DiLiegro, Stefany Mathias, Stormee Kipp, Dakota Beavers, Harlan Blayne Kytwayhat, Geronimo Vela, Mike Paterson, Nelson Leis, Troy Mundle, Kyle Strauts

Nada más profundo que la superficie

Creo que a todos los que amamos el cine de John McTiernan, un director injustamente olvidado, la aparición de una película como Depredador: La presa nos interpela directamente al corazón. Y cuando el vacío se siente en el aire, nos aferramos a las pocas referencias que nos resuenen a ese director. Es Dan Trachtenberg el heredero de John McTiernan, entonces? Si y no. Pero poco importa, porque aquello que estaba presente en el cine del director de la Depredador original, la de 1987, sigue presente aquí, aunque con algunos cambios de rigor, con una perspectiva menos grupal, pero con una serie de juegos figurativos que siempre estuvieron presentes an aquel director -hoy cancelado-, juegos que por otra parte no determinaban la efectividad de su cine, siempre atento al gran espectáculo a la vez que al contrabando de ideas.

Prey (mejor llamarla de esta manera antes que con su título español) es una película noble porque todo el tiempo intenta convencernos que no hay otra cosa más importante que las acciones, que los cuerpos, que la plasticidad de las imágenes antes que cualquier otra cosa. De más está decir, por lo tanto, que se trata de una película física, de esa clase de películas que demandan nuestra atención ya no cerebral, sino cerebelar, del orden de lo preconsciente, una fisiolología muscular determinada por comunicaciones nerviosas automáticas. Porque el cine de McTiernan (y en este caso también el de Dan Trachtenberg) responde a esa capacidad que el mainstream fue abandonando: el de generarnos impulsos eléctricos, reacciones musculares, casi atávicas. Pero como dije antes, ese cine tiene su contraparte simbólica, que es la que McTiernan casi siempre logra dominar a golpe seco de látigo, como para que ese mundo de conexiones racionales esté presente pero no condicione a la aventura, herencia hitchcockiana de JMT que también estaba en la extraordinaria Avenida Cloverfield 10 (recordemos el rol simbólico de los procesos mentales en el cine de Hitchcock y en las obras de estos dos directores). No obstante en Prey algo de ese proceder ocultando se impone con energía y talento y algo emerge con innecesario ímpetu hacia el cierre.

He leído, conforme iba escribiendo esta nota, algunas reacciones a Prey, en donde se la valoraba (ay!) por su carácter de western revisionista (sic), como si esa variante del género no hubiera ofrecido ya suficiente de las siete plagas de Egipto azotando contra la cinefilia. Pero bueno, a la orden de los tiempos que corren, el revisionismo ha servido para domesticar a Prey y convertirla en una serie de canto contra los blancos malos invasores? Afortunadamente, Trachtenberg sabe eludir ese cantar como lo hacía McTiernan. Por eso pone a mujeres aguerridas en contextos de incorrección política, como si llevara adelante una llave de lucha grecorromana, es decir, una traba muscular para que no se escape un golpe involuntario del adversario. Y ahí donde se podría leer, de manera lisa llana y vulgar, una crítica elocuente contra algún presunto patriarcado…el director sitúa ese contexto…en una comunidad aborigen, es decir, en una comunidad que, de ser señalada como objeto de crítica, sería pasible de caer la misma crítica en la incorrección política. Resultado? Corrección con corrección se anula. O aceptamos la contradicción o no aceptamos nada. Y aceptamos.

Prey prosigue los pasos de la primera Depredador, que podía o no releer Vietnam y la lucha contra las guerrillas en Latinoamérica, pero poco importaba esa historia, ya que en el fondo lo que se nos revelaba era un pequeño gran cuento moral sobre la guerra, sobre la capacidad de mimetizarse con el otro, sobre la obsesión de volverse otro para recuperarse uno (McTiernan meets Borges). En ese recorrido de espejos, de Davides y Goliats, Prey entiende qué armas tiene que pedir prestadas a su antecesora para continuarla y entenderla. Y asi las cosas, pese a alguna concesión de agenda en el cierre, el camino habrá valido la pena. Huelga entonces preguntarse: por qué no vimos esto en pantalla grande? Y otra pregunta aún mejor: por qué no filma más seguido Trachtenberg, el heredero del cine físico-mental de John McTiernan?

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