Desencantada

Por Ludmila Ferreri

Disenchanted
EE.UU., 2022, 120′
Dirigida por Adam Shankman
Con Amy Adams, Patrick Dempsey, Maya Rudolph, James Marsden, Idina Menzel, Yvette Nicole Brown, Jayma Mays, Gabriella Baldacchino, Rachel Duff, Kolton Stewart, Oscar Nuñez

La ley de Lavoisier

Tanto los lectores como algunos colegas de la revista (porque no nos conocemos con todos, más si vivimos en distintas partes del país) saben de mi afición casi morbosa por ver cualquier producción de Disney. Ahora bien, esa afición (ese berrertín, diría mi abuelo) no significa que me puedo clavar con cualquier adefesio sin ninguna clase de consecuencia. No: bien por el contrario, me gusta ver para criticar. Es decir: no formó parte de ningún fandom de la casa del castillito, pero tampoco me gusta perderme producciones para cine como para plataformas. Pero es lo que menos importa. En todo caso es una explicación sobre el llamado que me supuso tomarme la molestia de ver esta continuación de la película Encantada. Por qué molestia? Porque hace rato que Disney se ha propuesto deconstruir (y por qué no llamar al término como lo hiciera Heidegger: destrucción) su propia historia, intentando aggiornarse, “modernizarse” dirían las abuelas. El resultado no ha podido ser más penoso desde hace un buen rato a esta parte. Porque hace buen rato que DIsney niega su propia historia para concebir un futuro de consolidación homogénea de sus materiales. Y que todo sea igual a sí mismo, sin la menor diferencia.

La cuestión es que Desencantada hace lo que tiene que hacer un musical que no quiere serlo: avanza en automático, realiza movimientos suficientes a reglamento, tiene actores que son una dicha de talento, pero ahí no hay vida ni nada que se le parezca, porque en el fondo del asunto nadie cree demasiado lo que hace, curiosamente, no por su “exceso” de fantasía, sino por esa arrastrada condición contemporánea de encontrarle un medio a la corrección política para explicarlo todo. ¿A qué viene esto? A que ahí donde la película pudo haber esgrimido un giro reivindicatorio de la villanía como un acto gozoso (algo que ya habíamos mencionado como síntoma al momento del estreno de Cruella, como pueden leer por aquí), en la misma dirección de lo que viene sucediendo, para Disney ya no existe nada parecido a la maldad o al sadismo. Solo hay equivocaciones producto del contexto o bien de eventos extraordinarios. Un mundo pueril en el que ni siquiera nos queda la oscuridad que el musical casi siempre entrega como reverso de su luminosidad (algo con lo que Desencantada coquetea durante algún par de minutos pero que se le vuelve en contra conforme aparecen las explicaciones).

En Desencantada, entonces, no hay nada parecido a la deconstrucción ni a las contradicciones que de ella emergen. Lo que sí nos queda es un recorrido circular y desesperado en torno a figuras que conocemos (las del musical y las de los cuentos de hadas), un tono que parece festivo pero que en el fondo desprecia la propia historia y tradición (el que Disney le ha impuesto a buena parte de sus películas “infantiles”), unos actores jugando a poner el hombro a cualquier cosa pero con el costo de la esterilización de los mismos materiales. Y un mundo que se miniaturiza hasta niveles microscópicos, con la predecible posibilidad de la extinción por autoaniquilamiento. Pero no teman: el negocio sigue, solo que por otros medios. Nada se pierde, todo se transforma, sostenía la ley de la energía de Lavoisier. 

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