Después de la tormenta

Por Fernando Luis Pujato

Después de la tormenta (Umi yori mo mada fukaku) 
Japón, 2016, 117′
Dirigida por Hirokazu Kore-eda.
Con Hiroshi Abe, Yoko Maki, Kirin Kiki y Taiyo Yoshizawa. 

La saga freudiana (continúa)

Por Fernando Luis Pujato

No hay muchas dudas que la familia, tanto la nuclear como la ampliada, es uno de los temas fundamentales en la filmografía de Hirokazu Koreeda pero no en cuanto a si esta es disfuncional o desestructurada, dos términos acuñados desde teorías ya en vías de extinción o, en todo caso, un par de nociones tan puritanas como conservadoras que se siguen utilizando insistentemente como si con esto se pudieran resumir las complejidades que encierra una institución que data del siglo XVII tal como hoy la conocemos; la constitución de nuestra civilización hay que buscarla varios siglos más atrás, por cierto. El caso es que al director japonés no le interesa tanto la familia como supuesto núcleo fundante de la sociedad y uno de los pilares, o quizá el pilar, que sostiene su estructura ante el peligro de la anomia y la disgregación -para continuar con las vetustas ideas funcionalistas y estructuralistas- sino más bien el lugar del padre y, eventualmente, el de la madre, en ese incubo productor de frustraciones y perversiones y neurosis de todo tipo cuya voz latina familia deriva de famŭlus que significa siervo o esclavo. Suficiente con esto.

Umi Yorimo Mada Fukaku8 H 2016 1

En Nadie sabe (2004) cuatro niños se las deben arreglar solos ante el abandono de su madre, una historia “basadas en hechos reales” como para aumentar el dramatismo de los huérfanos simbólicos que, por supuesto, culmina con la muerte del menor de ellos. En Caminando (2008) un almuerzo, en el que sobrevuela el fantasma de un hermano muerto, será el catalizador de los reproches de un padre para con su hijo. En De tal padre tal hijo (2013) una pareja perteneciente a la burguesía se entera, seis años más tarde, de que sus hijo fue intercambiado accidentalmente al nacer por otro niño de una pareja de clase inferior. Hay otras películas como After Life (1998) y Distancia (2001) que trabajan más con los recuerdos de manera genérica, una extrañeza es el caso de Muñeca de aire (2009) basada a serie manga Kuuki Ningyo acerca de una muñeca sexual inflable propiedad de un hombre solitario -como no podía ser de otra manera- que en un determinado momento cobra vida enamorándose de otro hombre al que luego mata de manera un tanto casual y culmina suicidándose (desinflándose) para ser arrojada la basura como todas las muñecas de su tipo.

En Después de la tormenta, Ryota no puede ni siquiera pagar la cuota alimentaria que le corresponde a su ex esposa Kyoko porque dilapida en las carreras y en la lotería el poco dinero que gana como detective privado de una agencia dedicada a espiar personas de cualquier sexo y edad cuyos clientes desean saber si su pareja o futura pareja o ex pareja los engaña con otra persona. Un trabajo bastante miserable en consonancia con el presente de Ryota -alguna vez escritor de una novela con relativo éxito- que visita regularmente a su madre para presentarle las habituales quejas acerca de su hermana y de la indiferencia de su padre ya muerto quien ni siquiera leyó su libro y, como siempre habitualmente también, pedirle o sustraerle dinero o hurgar si queda algo de valor en la pequeña casa para luego venderlo en la, también habitual, casa de empeños. Es justamente el afable anciano dueño de este lugar quien le dice a Ryota -mientras este intentaba venderle la caja de tinta con la cual firmaba su padre, al parecer muy costosa- que si puede firmarle un ejemplar de su libro “regalado por tu padre pues el siempre me dijo que eras un gran escritor” o algo por el estilo. Por supuesto Ryota no le vende la caja de su padre y con ella misma le firma el libro al dueño de la casa de empeños que, tal vez haya perdido un cliente asiduo pero que, probablemente, le ha ahorrado tener que pagarse un analista. En la noche anterior, durante la tormenta en la cual Ryoto intenta revivir -sin éxito, claro- con su hijo una escena de la infancia junto a su padre, ha terminado por aceptar, finalmente, que su matrimonio está acabado. El plano de Ryota asintiendo levemente con una genuina sonrisa cuando Kyoko le dice que se verán la próxima vez que le deba entregar la mensualidad no deja lugar a dudas. Un hombre distinto es el final de Después de la tormenta. Tal vez.

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Si la filmografía de Koreeda puede leerse -para aquellos que están interesados en estas cuestiones más allá de Ingmar Bergman o David Lynch- en clave freudiana o post freudiana e incluso lacaniana esto no es porque el psicoanálisis sea una teoría que se pueda aplicar universalmente -algo que todavía está en discusión desde los primeros trabajos de Margaret Mead en Samoa en 1928 y luego en Nueva Guinea en 1935- sino más bien debido a que el Japón retratado en sus films solo lo es en la medida que sus personajes viven en esa pequeña isla, por el resto se comportan más o menos normalmente como cualquier integrante más o menos normal de la pequeña burguesía occidental; sus pequeños o grandes dilemas ante los problemas que pueden plantearse vivir en una sociedad moderna son muy parecidos a los nuestros y sus pequeñas o grandes soluciones ante esto también lo son. Pero lo inquietante aquí no es esta suerte de cultura esperanto fílmica que pulula por el planeta como si los contrastes entre las diferentes culturas se hubieran difuminado de una vez y para siempre; aunque esto trae aparejado el acceso a festivales prestigiosos y a el estreno mundial de los films en cuestión, lo cual no es poca cosa, por cierto. Lo más alarmante quizá es dilapidar una de las más valiosas herencias cinematográficas del siglo pasado, nada menos que la de Mizoguchi y Ozu, nada menos que aquella exquisita sapiencia formal unida a la enorme capacidad de contextualizar el presente, de manera sutil y profunda a la vez, dentro de un continuum histórico jalonado por un sistema feudal que duró aproximadamente setecientos años y una catastrófica derrota en la segunda guerra mundial que incluyó el derrumbe del status imperial y el bombardeo atómico de Hiroshima y Nasasaki por parte de los EE.UU. y el plan Marshall destinado a la recuperación económica y no es necesario proseguir con los detalles. Todo esto ya no existe, al menos no para Koreeda con su configuración formal semejante a la de un film standard norteamericano y su absoluta indiferencia por la historia, salvo la consabida estampita familiar de hijos abandonados -simbólicamente o no- por sus padres cuya línea temporal abarca la segunda o excepcionalmente la tercera generación. No más plano secuencia ni planos fijos sin plano contraplano, no más fantasmas corpóreos errando por este mundo ni pequeñas o grandes batallas en nombre de la libertad, no más jerarquías mundanas ni ceremonias acerca del sake y los matrimonios. La constatación de esta pérdida no solo es una triste realidad. Es una pena. Aunque sin nostalgia alguna; al menos para el que suscribe. Querido Serge Daney: ninguna distancia me separa ya de los otros.

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