#DiarioCinéfilo – Las nominadas a los Oscar: Parte 1

Por Hernán Schell

Decidimos hacer una cobertura de todas las películas con mayor cantidad de nominaciones a los premios Oscar simplemente porque estamos locos, de vacaciones o por motivos que no podemos revelar. Lo cierto es que entre los dementes el Sr. Schell se lleva todos los premios y como de eso se trata, bueno, aquí les habla él. Lean con atención, porque aquí no se van a encontrar condescendencia ni corrección política. Acá va la primera de varias entregas.

¡Huye! (Get Out!)
Japón-Estados Unidos, 104′
Dirigida por Jordan Peele
Con Daniel Kaluuya, Allison Williams, Catherine Keener, Bradley Whitford, Caleb Landry Jones, Marcus Henderson, Betty Gabriel.

La forma del agua (The Shape of Water)
EE.UU., 2017, 119′
Dirigida por Guillermo del Toro
Con Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith, David Hewlett, Nick Searcy, Morgan Kelly, Dru Viergever, Maxine Grossman, Amanda Smith, Cyndy Day, Dave Reachill

Llámame por tu nombre (Call me by your name)
Italia-Francia-Brasil-EE.UU, 2017, 132′
Dirigida por Luca Giadino
Con Armie Hammer, Timotée Chalamet, Michael Stuhlbarg, Amira Cesar, Esther Garrel, Victorie Du Bois, Vanda Capriolo.

Parte 1: Marginados

Por Hernán Schell

Por razones que todavía no entiendo, desde hace años me siento en la obligación de ver todas las nominadas al Oscar. Es raro porque no es un premio que me tome particularmente en serio (aunque para ser sincero, no sé si hay un premio que pueda tomar seriamente) y menos que menos lo tomo como parámetro de calidad de nada. Pero si hay que decir que un atractivo que tiene la estatuilla es que de alguna manera termina siendo un termómetro de aquello que la propia industria de Hollywood cree respetable. Aunque de nuevo, rara vez lo que la industria cree respetable es lo que finalmente hace para marcar su rumbo industrial. Ahí está el cine de superhéroes por ejemplo, hoy el género capaz de salvar económicamente a Hollywood, pero al que se lo ningunea cada vez que existe alguna entrega de su premio más prestigioso. Sin ir más lejos, este año la Academia tuvo la oportunidad de nominar Logan, película enorme que remite a géneros clásicos americanos, con actuaciones brillantes (Hugh Jackman a la cabeza), dura, política y emotiva, y que probablemente recordemos más que la mayoría de las películas nominadas. Pero ahí está, en el cadalso del olvido de la industria porque su protagonista tiene garras sobrenaturales.

Y es raro, porque este año la Academa decidió, sospecho que por primera vez en su historia, nominar a la mejor película no una sino dos películas de género fantástico. Lo curioso es que los dos largometrajes tienen varios puntos en común. Ambos hablan de seres oprimidos y de la discriminación social; ambos piensan a lo fantástico desde lo político; y ambos optan por un final tan tranquilizador como desesperadamente forzado.

Una es claramente ¡Huye! (Get Out!), la película del comediante Jordan Peele, ficción que debe estar entre lo más salvaje y políticamente incorrecto que la Academia haya nominado nunca. Y puede que lo único que logró colocarla allí fue la su temática sobre la discriminación racial, tan respetada en estos tiempos. Vi la película el año pasado y me había gustado aunque con ciertas reservas. Por otro lado, el propio poco entusiasmo que tuvieron casi todos (si no todos) los redactores de esta revista, me hizo dudar si resistiría una segunda visión. Al verla por segunda vez ¡Huye! no sólo resistió la revisión sino que se me volvió más sutil, más creativa y también más virtuosa. Se trata de una digna heredera del terror setentoso, pero no por privilegiar el clima al shock sino por creer en las posibilidades del género para expresar discursos radicalmente incómodos.

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¡Huye! es una de las películas más originales que hayan realizado sobre la discriminación, en buena parte porque su idea no es simplificar el tema creando estereotipos racistas elementales, sino expresar el nacimiento de un nuevo tipo de segregación más sutil. Ninguno de los blancos explotadores dicen nunca la palabra “nigger” ni expresan otra cosa que repulsión frente a las ideas racistas convencionales. De hecho, es altamente probable que no haya el menor grado de deshonestidad cuando el padre de familia expresa que hubiera votado a Obama por tercera vez de haber podido hacerlo. Por último, tampoco parece haber deshonestidad cuando los blancos explotadores hablan de una suerte de superioridad racial por parte de los negros.

En algún punto, es como si Jordan Peele viera una nueva y peligrosa forma de expresión de violencia racista en esa idealización étnica de los negros, y en esa ideología progresista adoradora de lo marginado histórico por el solo hecho de ser marginado en sí (pienso, sin ir más lejos, en ejemplos locales recientes como la instauración del “día del orgullo villero”, pero no quiero desviarme demasiado). Pero también está en ¡Huye! el peligro de marginados acostumbrados a esa violencia, resignados aún intuyendo que puede ser mortal para ellos por el simple hecho de poder encajar o seguir con lo que ellos consideran normal. Por eso los momentos más desoladores y perturbadores de esta película están ahí donde el protagonista no quiere aceptar el mal que tiene en frente. Así es como intuye que será sacrificado como ese venado muerto antes de ir a la casa de sus suegros pero decide ir de todos modos (algo que la película resume en un contundente y triste primer plano a su rostro cuando ve al animal atropellado). Así es como, en una de las escenas más desesperantes de la película, el protagonista decide seguir confiando en que su novia lo ayudará a escapar pese a que ya vio las fotos que la delatan como entregadora. En medio de todo esto hay una puesta en escena virtuosa y tremendamente sutil (ya en los planos de títulos de crédito, donde unos travelling inquietantes en la casa del protagonista nos van metiendo en la idea de un Mal Cotidiano), varios primeros planos abruptos a rostros de “empleados” negros esclavizados que meten miedo  y un final polémico al que se lo acusa de romper con el clima inquietante que la película venía teniendo.

Get Out

 

Efectivamente, en los últimos veinte minutos de la película todo explota, y el fuera de campo queda reemplazado por una catarsis sangrienta y gráfica. Valga aclarar que esta catarsis no está exenta de ironía (fíjense sino cómo el protagonista asesina irónicamente a sus victimarios con su propia medicina, observen también como usa el algodón -objeto que remite a la esclavización de los negros en el SIXX- como sistema de defensa) pero es verdad que Peele pasa, por así decirlo, de una película de Polanski a una slasher. Y sin embargo, creo que la objeción a esos últimos veinte minutos son más bien lo que yo llamaría objeciones puristas respecto de la forma. Es verdad que la película traiciona su puesta, pero lo hace en pos de comunicar una furia que aunque haga de la película algo imperfecto, lo vuelve también más fascinante en su bronca. Por otro lado, los últimos minutos son coherentes con la actitud que debe tomar el personaje: si sus enemigos son dueños de un frialidad clínica y calculada, el protagonista responderá con brutalidad física y con lo primero que tiene a mano.  El desenlace, por otro lado, no puede ser más brillante, es por un lado disparatado en su utilización del deux ex machina (algo también relacionado con lo humorístico en una película que nunca deja de ser una sátira), pero por otro lado, es también una forma desesperada del director de decir que según él los negros marginados sólo se tienen a ellos mismos para ayudarse y que fuera de eso no pareciera haber esperanza.

¿Suena demasiado brusco? básicamente si, pero como decía Robin Wood, el género de terror es el único capaz de llevar eso a una película accesible capaz de comunicar las mayores brutalidades, en parte porque la propia naturaleza desmesurada que puede tener el género terrorífico (tan llena de monstruos y climas de pesadilla) lo habilita a que entremos en discursos igualmente desmesurados y terribles. De ahí que acá no haya ningún intento de corrección política de poner un blanco bueno para compensar un discurso, ninguna intención de generar conciliaciones respecto del futuro, sólo brusquedad quizás excesiva en su oscuridad (de todos modos ¡Huye! es también una sátira, por lo que el exceso es, digamos, esperable), pero lo tan visceralmente desesperada que es imposible no sentirse atraído por ella y no ver en su alto grado de furia un porcentaje de lucidez.

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La Forma del Agua en cambio es diferente. No es la desmesura ni la furia lo que la mueve, sino un carácter más bien condescendiente hacia sus personajes, todos miembros de minorías oprimidas por el contexto: hay una mujer discapacitada (hoy se usa el eufemismo “capacidades distintas”), una mujer negra, un homosexual y una criatura marina bastante parecida al Monstruo de la Laguna Negra (Jack Arnold, 1954). En esa película, Arnold contaba la historia de una criatura solitaria que se enamoraba perdidamente de una chica. Sin embargo, lo único que encontraba esta criatura del otro lado era repulsión y hostilidad. Quizás del Toro se haya conmovido tanto con esta historia que decidió reversionarla a su modo, y acá un monstruo muy parecido termina siendo el príncipe finalmente victorioso y con su princesa. No hay nada de malo en ser sensible y mucho menos en sentir piedad por los monstruos de los 50 (¿quién no la tiene después de todo?), pero el problema de La Forma del Agua es que intenta mostrarnos que es sensible todo el tiempo. Con esa musiquita machacando su ternura a cada rato, con el recordatorio a cada momento de que estamos ante un cuento de hadas melancólico, pero sobre todo con esos marginados tiernos, casi incapacitados de mal alguno o de estallar en furia, sólo capaces de recurrir a la violencia cuando no hay más remedio que el de salvar a alguien. Todos son sensibles y piadosos: la negra que decide hacerse cómplice de un delito (pero uno justificado) por amor a su amiga; la sordomuda a la que le gusta leer frases supuestamente sabias todos los días y el amigo homosexual sensible que sabe dibujar y que sólo quiere un poco de cariño (1).

Del Toro nos machaca una y otra vez que toda esta gente no sólo es buena sino que es igual en su condición de oprimidos, y para que estemos seguros de eso nos deja un diálogo vergonzante en su trazo grueso en el que el dibujante gay habla con el monstruito diciéndole cosas como: “¿Alguna vez has estado solo?, ¿Alguna vez has tenido a alguien?, Porque yo no, o sé qué me pasó a mí. Tal vez somos reliquias”. Todo con cara de circunstancia para que, de nuevo, podamos apreciar lo bella y sufrida que es esta gente. Casi una inversión del dolor de sus películas anteriores, con marginados sin destino (pero no por ello negados de felicidad).

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Ya en Get Out! se aborda con mucho humor esa sensibilidad impostada por lo marginal, una que suena demasiado empapada de demagogia para sentirse genuina. Pero La forma del agua no se hace consciente de eso y mucho menos de querer tener la más mínima gota de humor. Al contrario, todo es tan solemne acá -si hasta el número musical, filmado con la pereza de una serie televisiva de los 80, carece de toda gracia-, y tan necesitado de mostrar el espíritu discriminador de la época que pone de la nada una escena en la que se muestra en dos situaciones seguidas que un dueño de un café es homofóbico y racista. Ante un mundo tan carente de ambigüedad, tan insuflado de un maniqueísmo de manual, el villano no puede ser otro que un blanco heterosexual obsesionado con hacerse el macho. Y todo esto, claro está, viene envuelto en el paquete de una película que transcurre en otras épocas, a la cual la película juzga sin problemas con la vara moral de quien vive en pleno siglo XXI. Que una película haya obtenido tantas nominaciones (y probablemente gane el premio más importante) no parece casual en un contexto en el cual la propia industria del cine parece sentirse necesitada de decir que son inclusivos, sensibles, buena gente, que ni discriminan y que no se mancharían las manos trabajando, por ejemplo, con un psicópata violador serial. Nuevamente, como ha pasado otras veces, el premio a la mejor película sea un símbolo de la película de su necesidad impostada de la Academia por purgarse a sí misma.

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La película que en algún punto habla de seres marginados aunque de una manera completamente distinta a cualquiera de las dos primeras es Llámame por tu nombre. Acá el tipo de vida y concepción del amor y la identidad amorosa y sexual es decididamente minoritario, pero en vez de victimización lo que hay es una celebración de estas posibilidades amatorias, por fuera de lo convencionalmente aceptado. Acá se habla de dos personas con orientación homosexual que mantienen un romance a escondidas. Aunque uno de los grandes logros de la película es justamente hacer que hablar de términos como “gay” u “homosexual” resulte completamente reduccionista y hasta suene un tanto errada. Acá hay dos protagonistas llamados Oliver y Ernio que, sencillamente, se enamoran. Lo hacen en medio de un verano en Roma y estando los dos en parejas con mujeres. No hay en ningún momento de la película en que siquiera se hable de bisexualidad porque justamente la película pareciera evocar otros siglos -los antiguos- en los cuales esos términos ni se preguntaban y el amor libre y desprejuiciado parecía ser rey. Lo brillante de la película es que uno sencillamente se deja llevar por esta lógica, como si creyéramos que los valores contemporáneos no existen para esta gente y que pueden vivir, al menos por un instante, tomando valores de otras épocas.

El otro elemento destacable reside en la propia capacidad de la película de hablar de cuestiones como lingüística, las esculturas antiguas, el cine de Buñuel y la música de Bach sin que esto suene pedante o elitista, sino perfectamente integrado al relato y sobre todo a la lógica de los personajes. En primer lugar porque esas citas son pertinentes con el espíritu de la película, y en segundo lugar también porque son usadas dramáticamente. Así es como, una charla de lingüística de Oliver o variaciones de una pieza de música clásica tocada por Ernio pueden sonar a todo menos a snob porque no son simplemente elementos aislados para que la película pueda presumir una cita culta; sino elementos de los que se valen estos dos protagonistas para seducirse mutuamente. Junto con todo esto hay otras dos cuestiones acá que son notables: la capacidad que tiene de filmar una escena (la del durazno) que hubiera podido virar hacia un grotesco insoportable con delicadeza y también un plano final que muestra que se puede hacer perfectamente un final melancólico en una película inundada de luminosidad.

No quiero decir con esto que Llámame por tu nombre es una película perfecta. En la larga charla final que Elio tiene con su padre, por ejemplo, la película nos saca de una relación que tenía el encanto de estar encerrada en el secretismo de dos amantes además de explicarnos un sentido de lo amoroso que ya se venía decantando solo y de modo inteligente de la trama; y tampoco le ayudan a la película algunos planos turísticos que andan dando vueltas por ahí. Pero son detalles menores que no resienten en casi nada la calidad de una película hermosa.

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(1) podría agregarse, como alusión a una minoría oprimida, que la película use al final un poema del musulmán Rumy, aunque esto, hay que decirlo, tiene su grado de bienvenida sutileza.

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