Diarios del encierro

Por Luciano Salgado

Lockdown diaries
Argentina, 2022, 80′
Dirigida por Jeff Zorrilla
Con intervenciones de Jeff Zorrilla

Encerrados afuera

Encerrado, como casi todos aquellos que no contaban con ninguna cuota de poder frente a lo desconocido, pero también frente al totalitarismo que habilita el miedo, Jeff Zorrilla -director e inmigrante estadounidense en Argentina- narra/filma en primera persona fragmentos de todo lo que experimentó durante la pandemia. Apelando al registro en fílmico texturado, sucio, crudo (el efecto que da el super 8 y el 16mm es clave), lo que se propone el director es una declaración un tanto autocondenscendiente, en modo confesional y aluvional, como si necesitara vomitar sus sensaciones antes que procesarlas.

Ahora bien, lo que hace Zorrilla también tiene algo de trampa, inevitablemente. Porque detrás de esa cosa confesional y aparentemente no mediada, en crudo, hay también una toma de posición política que se escabulle entre los relatos de anécdotas laborales, familiares e incluso el despertar del deseo paterno junto a su pareja. En efecto, la película es un diario del encierro, por lo que, incluso aunque su director intente minimizar las consecuencias del mismo (es clave el nombre: no son diarios de la pandemia, sino del encierro, que es resultado de una decisión política con la que Zorrilla parece no interesarse en lidiar), el encierro está presente y pugna por salir en los detalles, como si todo el tiempo estuviera en campo a la vez que se lo relegara a un fuera de campo forzado.

En buena medida, por lo tanto, Diarios del encierro encuentra en su interior a dos películas distintas: por un lado la privada, la confesional, la que obliga al protagonista/director a una anagnórisis, a un aprendizaje a los tumbos pero aprendizaje al fin. Pero también una película política que no fue, una película sobre el silencio ante las decisiones de gobierno. Y si bien la pandemia y el encierro de la cuarentena expone a su director a una reevaluación personal que lo obliga a mirar hacia su propio país (con una mirada inocultable de simpatía por la vertiente más izquierda del Partido Demócrata, léase Bernie Sanders) como al nuestro (en cierta medida con un grado de simpatía inocultable por el gobierno actual, al que califica, para ese entonces, de “un gobierno que está haciendo las cosas bien” por contraste), algo falta en ese relato, en ese recorrido que en su discurrir despolitiza cualquier tentativa de crítica local.

Quizás, en cierta medida, el juego al que juega Zorrilla, un poco como lo hiciera en su momento Nicolás Prividera con Adiós a la memoria, es mejor cuando se concentra en la propia experiencia y la vuelca a las posibilidades de la forma que le entrega el trabajar con la textura y los colores del fílmico como soporte de registro. Por el contrario, cuando quiere (o cuando intenta) asumir un costado reflexivo sobre lo político (coqueteando con la simpatía con el poder de turno) su mirada se esteriliza y debilita las posibilidades del documental, casi como si atentara sobre sí mismo. En esa paradoja, entre el diario (personal) y el encierro (de cualquier tentativa crítica) radica la paradoja de este documental sobre la voz personal y la oclusión de la crítica al presente, como si las acciones políticas no tuvieran concencuencias.

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