División Palermo

Por Rodrigo Martín Seijas

Argentina, 2023, 8 episodios de 30′
Creada por Santiago Korovsky & Diego Núñez Irigoyen
Con Santiago Korovsky, Daniel Hendler, Pilar Gamboa, Martín Garabal, Charo López, Marcelo Subiotto, Carlos Belloso, Agustín Rittano, Sergio Prina, Alan Sabbagh, Rafael Spregelburd, Valeria Lois, Iair Said, Fabián Arenillas

El zoo de cristal

Una de las polémicas que se generó con el estreno en Netflix de División Palermo estuvo vinculada a sus –apenas sutiles- referencias al macrismo, no solo porque la brigada del título se desempeña bajo el paraguas de las fuerzas de seguridad porteñas, sino especialmente por un personaje, una ministra de seguridad, que es indudablemente una representación satírica de Patricia Bullrich. Francamente, los cuestionamientos de algunos de esos twitteros macristas –que, por otro lado, festejaron los apuntes antikirchneristas de Cohn y Duprat en El encargado– me parecen una tontería, además de una muestra de que la ceguera ideológica abarca todos los espectros partidarios. Pero también es una demostración de las dificultades que trae hacer un humor mínimamente disruptivo en la Argentina, donde hay cada vez más público con una sensibilidad de cristal, incapaz de entender que el mejor humor es aquel que no queda bien con las olas de turno.

La serie dirigida por Santiago Korovsky y Diego Núñez Irigoyen presenta el proceso de formación de la “Guardia Urbana” -cualquier similitud con aquel grupo de seguridad creado durante la gestión de Aníbal Ibarra en la Ciudad de Buenos Aires no es pura coincidencia-, que busca tener un vínculo más amable con la sociedad civil a partir de una integración pretendidamente inclusiva. Por eso la unidad queda integrada por distintos referentes de las minorías: una discapacitada motriz, un ciego, un boliviano, una mujer trans, un enano, un anciano y hasta un judío (el mismo Korovsky, que también es coguionista), todos bajo el mando de un manco. El peligro latente era que los creadores usaran la premisa para limitarse a apuntar a los sectores más fachos y retrógrados, para luego desplegar un manual de corrección política, repitiendo un ejercicio ombliguista al cual el sector cultural argentino nos tiene ya demasiados acostumbrados. En cambio, División Palermo se hace cargo de esta eventualidad y decide jugar con diversas capas de sentido, haciendo crujir unos cuantos límites del discurso biempensante.

Lo que vemos en División Palermo es casi una vuelta al pasado, más precisamente, a los noventa y principios del nuevo milenio, ese momento donde la comedia más popular era la pergeñada por los Hermanos Farrelly. Esa época donde films como Loco por Mary, Irene, yo y mi otro yo o Inseparablemente juntos mostraban que los freaks podían ser los protagonistas y que eso no debía implicar una mirada complaciente o falsamente tolerante. De ahí que la serie apele constantemente a chistes políticamente incorrectos, pero no como un mero ejercicio provocador, sino como una forma de indicar que la comedia puede -y hasta debe- hacerse con ese humor cruel, que al fin y al cabo es un emergente del pensamiento de mucha gente. Pero no se queda ahí, porque todo ese entramado humorístico forma parte de los conflictos que aquejan a los protagonistas y hasta los define. No hay paternalismo en División Palermo, sino una exploración (o más bien, re-exploración) de otras formas de hacer reír que la comedia de los últimos años, a partir de los imperativos de la ideología progre, había relegado o hasta silenciado. Y no solo mediante la verbalidad, sino también a través de una puesta en escena que le otorga roles importantes al espacio, el movimiento, la fisicidad y hasta el fuera de campo.

Es cierto que la apuesta cómica de División Palermo no posee la misma inventiva y riesgo estético que Porno y helado, que dejó la vara muy alta a partir de su constante vocación delirante y disruptiva. También que, en esa recuperación del humor de hace un par de décadas se intuye un atajo para no meterse con el verdadero cuco de la corrección política actual, que es el movimiento feminista en su variante más autoritaria y totalitaria. Apenas si hay algunas referencias muy puntuales al lenguaje inclusivo, lo cual no deja de ser llamativo: es como si los creadores quisieran hablar sobre el presente, pero no directamente, sino a través de herramientas del pasado, en una alegoría que termina siendo algo tímida, casi indirecta, como un boomerang. Sin embargo, el estreno de División Palermo y su pequeño éxito es una noticia más que auspiciosa: la comedia argentina todavía tiene instrumentos (e intérpretes) pertinentes para sacudirnos la modorra y empezar a romper con algunos silencios dañinos.

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