Logan: Wolverine

Por Diego Maté

Logan
Estados Unidos, 2017, 137’
Dirección: James Mangold.
Con Hugh Jackman, Patrick Stewart, Dafne Keen, Richard E. Grant, Boyd Holbrook y Stephen Merchant.

Donde viven los monstruos

“La vida es esto, ¿sabés? Una cena tranquila, hogareña, en familia”. Algo así le dice Charles Xavier a Logan mientras hacen una parada en la casa de un granjero. Pero las imágenes sugieren otra cosa: un plano inmediatamente anterior muestra desde lejos, a través de una puerta entornada, a Logan cargando con Xavier y depositándolo suavemente en la cama. La vida real es eso, parece decir por su cuenta la película: la decrepitud de la vejez, el desgaste al que conducen las enfermedades, que un hijo (o casi) tenga que asistir al padre (o casi) en las más elementales tareas cotidianas como ir al baño o acostarse. Ese momento, íntimo, que la película filma con discreción, es uno de los pocos en los que el director se permite mirar con cierta ternura a sus personajes.

Las películas de superhéroes son una forma tan rica y plástica como para contener una gran cantidad de temas, estilos y hasta géneros: alcanza con comparar las comedias de Marvel con las tragedias graves de DC para constatarlo. Logan, por su parte, es una mezcla de drama familiar, road movie y relato post-apocalíptico que prácticamente borra la forma inicial: de la película de superhéroes no queda realmente nada, solo restos desparramados aquí y allá, huellas de un universo extinto. Esa mezcla que es Logan está tocada permanentemente por un aire final: se trata de una película terminal en el sentido en que lo son Un tiro en la noche (John Ford, 1962) o Gran Torino (Clint Eastwood, 2009), que marcan el fin de un ideario, el cierre brutal de todo un universo. Seguirá habiendo películas de superhéroes, por supuesto, pero a los ojos de Logan, o de James Mangold, el responsable de este film-testamento, esas películas ya no son posibles, dejaron de existir.

Logan le habla directamente al público en la primera escena. El protagonista duerme en el asiento trasero de una limusina-taxi. Un grupo de mexicanos, armados y con señas pandilleras, trata de robarle las llantas. Logan se despierta, se levanta con dificultad y les advierte a los ladrones que se vayan, que necesita el auto para trabajar. Como respuesta recibe un disparo a quemarropa de una escopeta que lo tira al suelo. La escena vuelve sobre un motivo de las historias de superhéroes: el protagonista es agredido por unos maleantes desprevenidos que ignoran los poderes del rival, y parte de la comicidad depende de la reacción del héroe y del escarmiento, por lo general amable, al que se somete a los inadaptados. Logan juega con ese saber previo, pero enseguida cambia de tono y rompe en mil pedazos las expectativas: el altercado es brutal, el tipo pelea como un animal enfurecido, atraviesa cráneos con las garras y corta miembros. Los ataques de todos son torpes, apresurados, algunos no llegan a destino. El animal está viejo y se defiende mal. El efecto en la sala fue notable: de las risas iniciales, la gente, ante el cambio de registro, fue bajando la voz, impresionada por ese salvajismo imprevisto.

La escena introduce a un mundo distinto del que suelen frecuentar los X-Men, por lo general desigual e injusto, pero con una vaga promesa de futuro: el mundo de Logan está en descomposición, los lazos humanos apenas subsisten. En ese mundo sobreviven los fuertes o los que se saben esconderse. Laura, la nenita que Logan recoge a pedido de Xavier, tal vez la última mutante joven, es una bestia que prácticamente carece de rasgos civilizados. Llega un punto en que la película de superhéroes se torna imposible. Logan y Laura pelean parecido: saltan, se arrastran, gritan, patalean, desgarran la carne de los contrincantes. El director no suaviza nada, no pone excusas para su violencia ni teme mostrarlos como lo que son: animales en fuga que tarde o temprano terminan bañados en la sangre de sus enemigos; monstruos diseñados en laboratorios que apenas cargan consigo algún resto de humanidad. La violencia primitiva de la que son capaces no es justificada por ningún diálogo: el relato traza coordenadas elementales (perseguidores-perseguidos) que privilegian la acción y el movimiento por sobre la palabra, renunciando a cualquier posible psicología. Tal vez por eso se escuchan tan pocas conversaciones, porque no hace falta explicar motivos personales o exponer ninguna clase de interioridad. Laura parece que no habla, Logan solo pronuncia lo indispensable y Xavier está perdido, desvaría.

No resulta ninguna novedad afirmar que Hugh Jackman es el actor perfecto para ponerle el cuerpo a Logan/Wolverine: lo suyo es la performance física, muscular, que no necesita de parlamentos ni de cuestiones sesudas. Viendo el desempeño más bien pobre de Jackman en su carrera por fuera del universo de X-Men, tal vez habría que invertir la fórmula: Logan/Wolverine es el papel perfecto para Hugh Jackman y su método, el escenario ideal (¿el único?) donde hacer brillar su técnica. Mangold entiende esto y despoja al protagonista de líneas: el tipo habla poco, pero sus movimientos pesados y erráticos, sus gruñidos, las heridas que lo doblegan, comunican su cansancio profundo, su estado calamitoso. No es casual que el director le dedique tantos primeros planos: en algún momento, a fuerza de poner la cámara tan cerca, el rostro de Logan se transforma en un paisaje ruinoso, una topografía escarpada, llena de accidentes, que exhibe la erosión terrible de los años. Por eso uno de los pocos momentos luminosos ocurre cuando los chicos lo afeitan y le recortan el bigote mientras el hombre duerme: por primera vez, esa cara rústica y cuarteada puede ser vista como motivo de risas y lograr que nos olvidemos por unos segundos de su propio desgaste.

Todo en Logan es tristeza y derrota, reverso decadente del costado mayormente lúdico del relato de superhéroes. En este sentido, hay una escena que funciona como declaración de principios: Xavier, un viejo con Alzheimer y otros problemas psíquicos, sufre ataques como cualquier anciano, pero con la gravedad de que su mente conserva sus poderes descomunales, por lo que un momento de pánico puede desatar el caos en varios metros cuadrados a su alrededor (gran idea). Unos mercenarios van a secuestrarlo a él y a Laura, Xavier sufre una crisis y todas las inmediaciones de un casino se paralizan. Logan llega arrastrándose a la habitación, moviéndose casi en cámara lenta, mientras los villanos no pueden más que mover los ojos. Con gran esfuerzo, Logan despedaza a los soldados congelados, indefensos, uno por uno, hasta llegar a donde está Xavier, inyectarle un remedio y parar el ataque. La escena funciona como el contrapunto perfecto de las que tienen como protagonista a Quicksilver en X-Men: Días del futuro pasado (Bryan Singer, 2014) y X-Men: Apocalipsis (Bryan Singer, 2016), donde se juega con la idea de un personaje que puede moverse lo suficientemente rápido como para manipular las cosas (y a las personas) a gusto. Lo que en esas películas toma la forma de una comedia autoconsciente y una celebración de las posibilidades de la ficción, en Logan no es más que un momento patético con un viejo achacoso y un tipo que asesina a sangre fría a enemigos inmovilizados.

No es casual que los tres villanos principales nunca funcionen del todo. Un mercenario, un científico, un doble: fuera de la amenaza que representan para los protagonistas, ninguno de los tres posee la más mínima robustez. Podría pensarse que se trata de problemas de guion, pero un hecho cerca del final hace dudar. Uno de los tres procede a explicar su plan maestro y a regodearse previsiblemente en su maldad. Lo interrumpe un tiro en la cara que llega sorpresivamente desde el off, como si fuera la película la que lo calla y evita así se que desvíe la atención del drama los protagonistas. En Logan no hay villanos, o los que hay son endebles, de pacotilla: es que el mundo de la película por sí solo se presenta como un antagonista despiadado. La vejez que atrofia a Xavier, el mal silencioso que envenena a Logan, el pasado de Laura; todo los golpea, los tumba, los consume. No hay enseñanza o aprendizaje en los que refugiarse, la huida de los personajes no conoce solaz o futuro esperanzador. No hay herencia, transmisión de un saber, la promesa de una vida mejor. Esa tal vez sea la gran apuesta de Logan como gesto que concentra su visión sobre el cine de superhéroes o, mejor, sobre su imposibilidad: hacer del paso de los años y del estado del mundo el origen de todos los sufrimientos. Un mercenario cyborg y un científico sin escrúpulos son meros productos de ese entorno. Dios está en los detalles, pero el mal está en todas partes. La vida es esto, ¿sabés?

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