#DossierBélico (16): ¡Vámonos con Pancho Villa!

Por Hernán Schell

¡Vámonos con Pancho Villa!
México, 1936, 92′
Dirigida por Fernando de Fuentes
Con Antonio Frausto, Domingo Soler, Manuel Tarnés, Ramón Villarino, Carlos López, Raúl de Anda, Rafael F. Muñoz.

Nadie vive la revolución

por Hernán Schell

Esta nota revela varios detalles de la película. Por suerte, si no la han visto, lo pueden hacer clickeando acá. Dicho sea de paso, la copia está bastante bien para youtube, y la película es excelente. Y dura menos de hora y media.

A Borges le llamaba mucho la atención que los argentinos tengamos más conocimiento sobre literatura inglesa que, por ejemplo, sobre literatura de Brasil. Dicha observación no tenía que ver -como podrán intuir quienes más o menos conocen como pensaba Borges- con una reflexión reivindicatorio de lo latinoamericano, sino con algo más sencillo y es que la cuestión de la cercanía idiomática y geográfica no terminaba teniendo nada que ver con el interés que nos puede generar el arte de un país. Con el cine pasa algo similar. Es fácil encontrar un cinéfilo argentino que sepa sobre cine americano, francés o incluso japonés, pero es mucho más difícil encontrar alguno que haya visto mucho cine de Brasil, Chile, o México. No es una acusación o siquiera una preocupación, a veces las cosas se dan así. Me dirá el lector que esto es básicamente porque la producción de los países latinoamericanos mencionados no es tan interesante como la de Hollywood o los países europeos. Creo que esto puede aplicar fácilmente a Chile, algo menos fácilmente a Brasil pero de seguro no a México, o por lo menos no a un período determinado del mismo. De esa zona al único que suele conocerse y mucho es a Buñuel, pero no suele verse demasiado de El Indio Fernandez (director extraordinario, realizador de varias obras maestras y a quien quizás se lo conozca más por ser uno de los actores de ese western sobrevalorado llamado La Pandilla Salvaje, Sam Peckinpah, 1969 ), Alejandro Galindo o Roberto Gavaldón. Es más, por estas Pampas cinéfilas no es siquiera demasiado conocida la película ¡Vámonos con Pancho Villa!, un largometraje ultracanónico dentro del cine de México y una de las reflexiones más lucidas y que se hayan hecho en la historia del cine bélico.

Su punto de partida tiene mucho de cliché. Seis amigos campesinos deciden, en plena época de la Revolución Mexicana, enlistarse en el bando de Pancho Villa e ir hacia la guerra poniéndose a sí mismos el mote de “Los Leones de San Pablo”. Con el correr de las batallas, cada uno de estos “leones” van perdiendo la vida y lo que es más terrible, cada una de estas pérdidas va siendo cada vez menos heroica y espectacular, más gratuita y hasta triste. Esta progresión va acompañada de otra cosa: un ejército de Pancho Villa que va perdiendo más y más batallas y con esto más y más respeto hacia los propios soldados que protegía. Así es como, si la película empieza siendo un himno villista y hasta de un belicismo triunfal ), termina mirando hacia la propia figura histórica mexicana con enorme desconfianza y con horror a la propia guerra (de hecho, la manera en que la película empieza tomando clishés del cine bélico para terminar invirtiéndolos o ironizando sobre ellos es de una lucidez y una modernidad impresionante).

Sin embargo, esta película es quizás menos un cuestionamiento hacia la figura de Pancho Villa (que si, hace todo menos retratarlo como una persona amable) o un manifiesto antbelicista que una mirada resignada hacia la naturaleza de las revoluciones y las guerras, algo que se refleja en una escena extraordinaria de la primera batalla de la película. Allí vemos a uno de los seis “Leones” yendo con un caballo y armado con un lazo hacia las trincheras enemigas. La imagen que sale de ahí es épica y espectacular (sin ir más lejos, ver la foto que ilustra esta nota) y pareciera toda una metáfora viviente del pobre venciendo a la tecnología aristocrática con armas nobles, o el David superando a Goliath. Sin embargo, ese “león” que gracias a su lazo logrará vulnerar al enemigo quitándole una ametralladora, morirá segundos después de su acto heroico. La forma en que Fuentes filma esta muerte será de una sequedad desconcertante y carente de cualquier espectacularidad. Segundos después además, Fuentes hará un plano cenital sobre la batalla que exhibe la cantidad de cadáveres que hay en ese suelo y en medio de las trincheras. Cuando se ve el tendal de muertos se sabe que hay algo de eminentemente oscuro en cualquier enfrentamiento bélico, algo traumático y horroroso que hace esa idea que tienen los “Leones de San Pablo” antes de alistarse sea profundamente ingenua.  De esta forma, con un par de planos, Fuentes establece no sólo un contraste tremendo entre la idea de guerra como acto eminentemente heroico y aventurero y su realidad cruda, sino también nos adelante el espíritu sombrío que irá teniendo la película desde ahí. Pienso que también en ¡Vámonos con Pancho Villa! existe una reflexión sobre la Revolución en sí.

Hilaire Beloc decía que no existía realmente una persona que haya vivido una revolución, la razón de esto estriba, según Beloc, en que una revolución como tal existe cuando ya las normas de una sociedad y hasta su propia cultura han cambiado al punto tal que es cotidiana para cualquiera de sus habitantes. Cuando pasa esto, la revolución como algo trepidante y peligroso ha terminado. Por otro lado, antes de llegar allí fue tanta la carga de violencia, euforia y confusión, que es imposible que quienes participen de estas peleas sean tan conscientes de su significado total como para decir que la están viviendo. El revolucionario real entonces no existe, lo que existe es un agitador que quiere ir contra reglas determinadas y está en un bando sin saber bien que va a derivar de eso. Hay mucho de esto en ¡Vámonos con Pancho Villa!. Allí los llamados Leones de San Pablo no tienen una idea total de porque están ahí. Intuyen, si, que se unieron a los villistas porque están disconformes con su lugar en la sociedad y porque Pancho Villa (o lo que su figura representa) les parece una figura carismática, pero no tienen demasiada idea de los costos que puede tener esa revolución para ellos. Al contrario, abrazan al comienzo la idea de revolución como algo puro y noble. Incluso Fuentes juega con otra idea más terrible aún: que en el fondo, la razón principal por es en el ejército revolucionario reside una cultura bastante pueril de lo machote y lo valiente. Esta es la razón principal de que los personajes femeninos estén prácticamente ausentes en la película -ni hablar de que participen de decisión alguna cuando estén en alguna escena aislada-, pero también la razón principal por la cual los personajes no quieren siquiera demostrar la angustia y el miedo, incluso frente a su proximidad con la muerte o ante el fallecimiento de algún amigo. Esto se da de manera brutal en uno de los momentos más terribles de la película: el episodio de una cantina en la cual uno de los leones de San Pablo termina perdiendo su vida por una apuesta absurda. Ese instante, que pasa del registro cómico a la pesadilla con una naturalidad tan impactante como virtuosa (atención a como Fuentes logra con maestría pasar del clima cómico a uno de pesadilla valiéndose de planos cada vez más cerrados y la utilización abrupta de luz de tono bajo), es la mostración de como a cierta altura de la batalla la necesidad de la adrenalina, de demostrar su valentía y de usar un arma a cualquier costo se ha vuelto, en alguna medida, algo necesario para esos personajes, una forma de vida tan arraigada en ellos que ya no habrá forma de que puedan zafarse de ella. Que en ese momento la víctima sea el personaje del comic relief, habla justamente de un punto de quiebre de la película, de un instante en el cual Fuentes mostrará que ya se acabó todo humor y de que a partir de ahí mostrará de manera cada vez más descarnada que lo que parecían héroes al final no eran otra cosa que temerarios envueltos en una forma de vida demencial, de la que ni ellos mismos terminan de darse cuenta.

Esta visión de las cosas resulta demasiado angustiante, y al momento en que esta película se estrenó en México -apenas 16 años de terminado el conflicto que dejó más de un millón de muertos- la película tuvo un rechazo tan grande por parte de la población que ¡Vamos con Pancho Villa! resultó un fracaso económico monumental. Unas décadas después, se transformó en un cánon obligado, casi una suerte de Ciudadano Kane (otra película canónica y maldita por haberse metido con un tema particularmente osado) de la tierra azteca. Es lógico si uno lo piensa, la película de Fuentes fue un baldazo de agua fría a una población que todavía quería seguir dormida respecto de ciertos temas, sólo al despertarse pudo darse cuenta de la profundidad y sofisticación de una obra maestra tan transparente.

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