#DossierBélico (17): La noche de San Lorenzo

Por Hernán Schell

La Noche de San Lorenzo (La Noti di San Lorenzo)
Italia, 1982, 105′
Dirigida por Paolo y Vittorio Taviani
Con Omero Antonutti, Margarita Lozano, Claudio Bigagli, Miriam Guidelli, Massimo Bonetti, Enrica María Modugno, Sabrina Vannucchi.

Aclaración previa: Esta nota (sin título) fue escrita por Serge Daney y publicada en Serge Daney. Cine: Arte del Presente. Perteneciente a la Biblioteca Kilómetro 111 y a Santiago Arcos Editor. Se trata de uno de los libros de cine más esenciales que pueden conseguirse, escrito por uno de los críticos más creativos y refinados de la historia. Este artículo sobre la película de los hermanos Taviani es un excelente ejemplo de eso.

Por Serge Daney *

Paolo y Vitorio eran pequeños, pero ya eran hermanos cuando vivieron (1944) el acontecimiento que no deja de obsesionarlos. Ocurrió en San Miniato (Toscana), su pueblo natal. Los alemanes, huyendo ante el avance norteamericano, habían minado a pueblo y ordenado a la población que se refugiara en la iglesia. Una parte del pueblo obedeció, otra decidió huir, de noche, para ir “al encuentro de los norteamericanos”, es decir, a la buena de Dios. Es Taviani padre el que encabeza esta extraña “larga marcha”. Pero tenía razón: los otros, los de la iglesia, serían masacrados.

En cuanto tuvieron una cámara, los hermanos sobrevivientes reconstruyeron el acontecimiento en un film hoy perdido (San Miniato, julio de 1944). En cuanto tuvieron la posibilidad de hacer sus propias películas, se pusieron a reflexionar sobre lo que había pasado (Sotto il segno dello scorpione, 1969, un film muy interesante, pero lamentablemente inédito en Francia). Convertidos en hombres y artistas “responsables” (de izquierda), jamás olvidarán que debían su supervivencia al “buen criterio” de su padre, a una elección visceral, un reflejo de sentido común, que consistía en arrojar todo un pueblo -jóvenes, viejos, hombres, mujeres y niños- al camino, a merced de los camisas negras. La noche de San Lorenzo, va por esa ruta, sobre la muerte que allí se encuentra, la utopía que allí se persigue, la vida que allí se descubre, el deseo al que allí se cede: todos juntos, pero cada uno por su lado.

En los años setenta, a pesar del reflujo político, los hermanos no dejaron de rodar, de hacer girar el problema, como si fuera un hueso, hacia todos los ángulos. Su obra es una reflexión sobre la historia de las creencias políticas italianas, desde los carbonari hasta los terroristas. A veces se los encuentra del lado de la razón educadora, de “progreso” versión PCI (Padre Padrone); a veces, se dejan llevar por lo que mejor les sale: el ensueño, la utopía autista, la sinrazón de izquierda (San Michele aveva un gallo, Il prato). Entre la fuga hacia adelante (sálvese el que pueda) y la obediencia a la razón inmóvil (que sin duda mata), entre la disidencia y el Partido, entre el retorno a la infancia y el progreso hacia la edad adulta, ellos no eligen. ¿Pero por qué no podrián oscilar indefinidamente, si son dos?

Pues, a pesar de sus declaraciones imprudentes (“nos hemos transformado en una niña” llegaron a decir, identificándose con la pequeña Cecilia, la narradora del film), Paolo y Vittorio son dos. A pesar del reflujo, el tiempo que pasa y la Italia que cambia, siguieron siendo marcianos a veces y marxistas siempre. Pero el marxismo es ante todo el estudio de las contradicciones y las contradicciones marchan -también ellas- en parejas. Algunas de estas parejas son simplemente antiguos matrimonios: irreconciliables, pero inseparables. En los créditos de La Noche de San Lorenzo, me pareció leer, más que los nombres de todos esos actores desconocidos, algo así como el cartel del circo de nuestras creencias desbaratadas, palabras-programas aterradoras (¿o tranquilizadoras?). Reconocí el dúo Individual/Colectivo, la dupla Teoría/Práctica, los duetos Líder/Masas, sin olvidar Ciudad/Campo, Ricos/Pobres, Historia/Mitología, y tantas otras, menos ortodoxas. Pues estaban allí también Padre/Hijo, Físico/Intelectual, Imagen/Sonido, Cine/Televisión, y otras muchas.

Hay que ser dos para transformar estas graves contradicciones en relato, en ballet o en oratorio. Hay que ser dos para “jugar a la contradicción”. Hace falta una regla (ser forzosamente dos) para que haya juego. Hace falta que haya juego para que haya film. Imagino a los hermanos Taviani trabajando, adoptando todos los roles, “haciendo” uno la izquierda, y el otro la derecha, discutiendo, charlando, hablando, en pocas palabras, para que ruede su empresa como una máquina autogestionada, coronada regularmente en las grandes muestras cinematográficas, mostrando hasta que punto dominan todas las contradicciones (pero todas, es algo excesivo, ¿no?).

Pero por otra parte, el tiempo ha pasado , y ya no era posible reencontrar en 1982 esa “noche de San Lorenzo” como se podría haber hecho hace diez, veinte o treinta años. Una nueva contradicción aparece en la vida de los Taviani: Pasado/Presente. El neorrealismo ya no tiene sentido, la evocación  piadosa y maniquea sería un error: es más bien hacia un “neoarcaísmo”, en promedio, a lo que apuntan los hermanos. Pues cuando interrogaron a los testigos de la noche trágica que todavía vivían, comprendieron pronto que hacía tiempo que todo el mundo la había fabulado, reinventado, idealizado. Esa noche tan importante (para ellos) se convirtió para todos en un “llamado del mito”. Otros relato se injertaron allí. La verdadera “verdad histórica”, en 1982, consiste en saber de qué está hecho ese injerto.

Los Taviani optaron así por un tono desconcertante, caliente y frío (como en la escena final, en la que “llueve y hay sol”), que no es ni la estetización de las cosas pasadas, ni la histeria del como-si-estuviéramos-allí-como-ayer, ni incluso el análisis más distanciado. Esto es algo que los honra. Creo que han dejado volver, más allá del neorrealismo,el fondo del cine italiano, es decir el peplum. La noche de San Lorenzo es una breve gacetilla situada en 1944 y, al mismo tiempo, un episodio de la guerra civil inmemorial que opone a un pueblo y a otro, a una familia y a otra, a un hermano y a otro. Al cabo del camino de esta Noche, estarían, cómicos y con sus cascos, Rómulo y Remo, listos para volver a protagonizar para nosotros el juego de la violencia mimética, en total contradicción con la lucha de clases. Signo de los tiempos, deriva obligada de los compañeros de ruta, retorno de lo reprimido. La gran escena de la matanza recíproca en medio del campo segado -soberbia e inenarrable (hay que verla) con su precipitación, sus gags y su grandeza de otra era, es un peplum muy viejo que protagonizan aficionados excitados.

Pero allí donde resplandece el talento tacianiano (al punto tal de provocar a veces un ligero desánimo, por saciedad) es en su manera de poner en cortocircuito el mundo físico y el mundo de las ideas. No las Ideas platónicas, sino las ideas en el sentido, absolutamente tonto, en que nos “hacemos ideas”, en que nos doramos la píldora. El cuerpo y el cerebro. Pues esa Noche en que todas las identificaciones son grises en un caleidoscopio, sentido por turnos, y por quienquiera. Tal es la dramaturgia de los Taviani, con sus hallazgos inspirados y sus trucos fabricados: sorprender al espectador (cada treinta segundos, en promedio) mostrándole personajes ellos mismos sorprendidos. Encuentros fortuitos, fatales, triviales: nos hallamos en el mundo embriagador de la sensación. A la larga, los hermanos han dominado la contradicción (¡otra más!) entre la banda de imágenes y la banda de sonidos. Su tratamiento de los ruidos, y sobre todo de la lengua italiana, es absolutamente único: el film es murmurado violentamente, la palabra es rápidamente soñadora, se escucha la voz.

Hace mucho tiempo que no se sentía -de una manera tan física- lo que quiere decir habitar este mundo, incluso cuando se huye a lo largo de un camino -habitar esta campaña toscana, la más bella del mundo- “hacerse”, en cada instante, cueste lo que cueste. Es muy bella la escena en la que la joven siciliana a la que abate una ráfaga, alucina tranquilamente, antes de morir, soldados de sueño: sicilianos de Brooklyn (“Brokolino”) que le hablan gentilmente. Hay que ver cómo el cuerpo, bombardeado por sensaciones, incluso sorprendido hasta la muerte, recompone enseguida su mundo. Se comprende entonces que los taviani no tengan iguales en lo que toca a restituir en el cine el mundo de la infancia. Porque los niños viven de eso, de ese cortocircuito que los sorprende y la idea que se hacen de él. Sufren todo, no se sorprenden de nada, atraviesan las historias con sus miedos propios y los exorcisan con sus propias ideas. La última palabra de la teoría es la canción infantil (y, evidentemente, hay una en el film).

Dicho esto, hay que agregar que los Taviani tienen una carta de triunfo: son italianos. El país de Gramsci, de Rossellini y de la RAI. El primero por el contenido, el segundo por la forma, la tercera por la producción. La noche de San Lorenzo es una producción de la televisión italiana (como ya pasó antes con algunos films de Olmi, Bertolucci, Comencini y Fellini), y basta compararla con los innobles Miserables* para comprender -a contrario- el “mal francés”. Entre nosotros, el divorcio entre la máquina (TV) y el talento (cine), peor que el sueño de la razón, engendró monstruos, tales como la dramatoquia culturosa y varicosa. Entre ellos, en Italia, la alianza salió mejor: encontraron un “compromiso histórico”.

*nota publicada en el libro Serge Daney. Cine: Arte del presente. Editado por la Biblioteca Kilómetro 111. Santiago Arcos Editor.

  • Se refiere probablemente a Les Miserables (1982), de Robert Hossein, también un telefilm, producido por TF1 Films Productions (N.T.)

 

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