#DossierBélico (4): Pequeños Guerreros & Rescatando al soldado Ryan (Segunda parte)

Por Hernán Schell

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Por Jonathan Rosenbaum

Pequeños Guerreros comienza con un comercial televisivo de Globotech, una gran corporación que se jacta de darles a las armas un uso pacífico -espadas transformadas en rejas dando arado a toda la familia”- e inmediatamente os conduce al primer encuentro del CEO de Globotech (Denis Leary) con dos diseñadores de juguetes que trabajan para su última adquisición, Hertiand Play Systems. Uno de los diseñadores, el aplicado y laborioso Irwin (David Cross) -un personaje similar al héroe idealista de Saki- es un ferviente defensor de los juguetes educativos y no violentos, y ha diseñado un proyecto para la fabricación de unos monstruos nobles y benévolos llamados Gorgonitas, unas criaturas que buscan pacíficamente Gorgon, su hogar ancestral. El otro diseñador, el canchero Larry (Jay Mohr), propone en cambio los Comandos Elite, un escuadrón de soldados asesinos.

Burlándose de los pruritos de Irwin sobre la violencia y racionalizando sus propias preferencias en cuanto al entretenimiento cinematográfico (“No digas violencia, di acción. A los chicos les encanta la acción”), el CEO combina los dos proyectos en un sólo producto utilizando a los comandos -en su mayoría blancos- Schwarzeneggers y Van Dammes en miniatura, como tradicionales y confiables destructores norteamericanos y a los multirraciales Gorgonitas como sus víctimas y blancos. Luego envía a los dos diseñadores a producir juguetes de alta tecnología y les da un plazo de seis meses. Ansioso por complacer a su nuevo jefe, Larry roba la contraseña de la computadora de Irwin y gracias a ella consigue un microchip del Departamento de Defensa de Estados Unidos, que le permitirá dotar a sus Comandos de toda la “acción” que necesitan.

Mientras uno de los primeros cargamentos de Comandos y Gorgonitas viaja en camión a través de una pequeña ciudad de Ohio, un adolescente rebelde de nombre Alan (Gregory Smith), que atiende la juguetería “New Age” de su padre, El Niño Interior, convence al camionero (Dick Miller) de dejarle en consignación un juego de los nuevos productos, a pesar de que su padre (Kevin Dunn) no quiere tener juguetes bélicos en el local. Consciente de que puede obtener dinero fácil vendiendo los juguetes en secreto mientras su padre está de viaje en una convención de pequeños empresarios, Alan representa otra versión de Larry y el CEO -llamémoslo del espíritu empresarial- mientras que su poco práctico padre representa el idealismo inservible de Irwin. Pero cuando tanto los Comandos como los Gorgonitas se escapan de sus cajas y se embarcan en una guerra total -con los Comandos programados para buscar y destruir y los Gorgonitas para ocultarse y finalmente perder- los seres humanos de la casa de Alan y de la familia vecina -incluyendo a Christy (Kirsten Dunst), la chica que le gusta a Alan- quedan atrapados en el fuego cruzado y se ven forzados a elegir un bando. Cuando los Comandos convierten los objetos cotidianos y los utensilios domésticos en armas, los temores que subyacen en la cultura del consumidor y en la ideología del patoterismo se unen en un esplendor descontrolado y carnavalesco.

La sátira de Dante no apunta sólo a la guerra y el belicismo, sino a la violenta cultura cotidiana que los comprende, con lo cual me refiero a la violencia “en” la cultura popular y a la violencia “de” la cultura popular. Con la posible excepción de Viaje Insólito (Inner Space-1987), casi todos los mejores trabajos de Dante tratan sobre esa violencia cultural: amorosas mascotas spielbergianas en Gremlins, dibujos animados en It´s a Good Life, su segmento de Al Filo de la Realidad (Twilight Zone: The Movie-1985); la televisión el final de Los Exploradores (Explorers -1985) y prácticamente en toda La Segunda Guerra Civil (The Second Civil War) (su profética y maltratada sátira de 1997 hecha para el cable); la xenofobia en SOS Vecinos al Ataque (The Burbs-1989- a pesar de su confuso final); la paranoia bélica en Matinee (1993); el merchandising corporativo en Gremlins 2: La Nueva Generación (Gremlins 2: The new Batch-1990); y parte del acierto de Pequeños Guerreros reside en la combinación de todas esas preocupaciones en una clara y sencilla declaración.

Lo interesante de la alegre mofa de Dante es que toma no sólo los blancos más obvios, como Doce del Patíbulo (empleando miembros del elenco original para hacer las voces de los Comandos), sino también los menos obvios, como Apocalypse Now – considerada por muchos como una película anti-bélica y por lo tanto algo así como una vaca sagrada, incluso en los 90- mientras expone astutamente el infantilismo innato de la épica pretenciosa y las actitudes heroicas de todas ellas. La arrogancia de un retrato supuestamente “equilibrado” como Patton (1970) (el film preferido de Richard Nixon) resulta tan ridícula como una aventura imperialista al estilo Rambo y el aspecto consumista de las películas de guerra aparece casi siempre en primer plano. Esto incluye la hipocresía de patrioteras y “lecciones de historia” tales como los cuerpos desmembrados y mutilados en Rescatando al Soldado Ryan, que contribuyeron a vender entradas, y a la vez proporcionar correctivos morales a otras películas de guerra, aunque en su momento las películas corregidas solían elevar su coeficiente de violencia con idénticas racionalizaciones y los mismo motivos contradictorios.

Un síndrome irónico: cada vez que un director decide hacer una película con una violencia más gráfica que la de sus predecesoras, el argumento parece ser: “Esto hará que alguien piense dos veces antes de querer ir a la guerra”, pero el resultado es, al parecer, que los jóvenes espectadores masculinos se vuelven aún más ansiosos de probar sus fuerzas sumergiéndose en esos baños de sangre. Esta es otra versión del síndrome descrito en la historia de Saki, que justificadamente llevó a algunos críticos a decir que no existe tal cosa como una película bélica anti-bélica, a pesar de que Spielberg, eterno apologista de la explotación comercial, haya afirmado lo contrario: que “toda película de guerra, buena o mala, es una película anti-bélica” (incluyendo presumiblemente Las arenas de Iwo Jima [Sands of Iwo Jima, 1949] y Los boinas verdes [The Green Berets, 1968]).

Bien podría decirse que el autoengaño es esencial para los logros de Spielberg, tan esencial al público, porque en última instancia las dos actividades son equivalentes. (Tal vez el manifiesto deseo nacional de convertir a Spielberg en el poeta laureado y gurú oficial de Estados Unidos se base en el sobreentendido de que él es tan inocente sobre sus motivaciones como lo es su público, lo que significa que la audiencia sabe que permanecerá inocente y a salvo mientras Spielberg sea el adulto a cargo). El público no estaría tan dispuesto a aceptar la seriedad de los proyectos “maduros” de Spielberg si él no fuese tan propenso a engañarse a sí mismo. Seguramente se requiere una combinación de inocencia y habilidad comercial para convencer a la audiencia de contemplar el Holocausto haciéndola identificarse primero con un nazi que disfruta los lujosos clubes nocturnos. La misma mentalidad llevó a Spielberg a decirle a Stephen Schiff en The New Yorker que experimentó un gran placer dando dinero para caridad sin decírselo a nadie (esto es, excepto a Schiff y a sus millones de lectores). Por esta razón, el hombre capaz de afirmar que Tiburón (Jaws, 1975) fue “su” Vietnam y que “cualquier película bélica, buena o mala, es una película antibélica” puede convencer a otras personas de que Rescatando al Soldado Ryan está lejos de ser otra película de reclutamiento.

Nunca olvidaré la experiencia que tuve cuando acompañé al fallecido Samuel Fuller -el muy condecorado héroe de la Segunda Guerra Mundial y cineasta original y solitario- a ver, junto con el crítico Bill Krohn, Nacido para Matar (Full Metal Jacket, 1987) en un multiplex de Santa Bárbara, trece años atrás. Aunque Fuller, cortésmente, se quedó con nosotros hasta el final, luego dijo que era otra maldita película de enrolamiento, que los adolescentes que vieran la película de Kubrick con sus novias iban a salir pensando que combatir en la guerra era divertido. Krohn y yo quedamos impresionados por su respuesta, pero viendo la cosas cosas en perspectiva pienso que su argumento era irrefutable. En mi opinión, todavía hay razones legítimas para defender Nacido para Matar: constituye, entre otras cosas, una afirmación radical sobre lo que el adiestramiento le puede hacer a la inteligencia y a la personalidad, una meditación sobre cómo la negación de lo femenino influye en las definiciones masculinas de la civilización, un experimento profundamente perturbador en la narrativa clásica y moderna. Pero como propaganda antibélica, sigue siendo engañosa y dudosa, y agrega un eslabón más a la cadena interminable de autoengaños machistas sobre el tema. Dado su virtuosismo técnico, podría decirse que el logro principal de Rescatando al Soldado Ryan es entender esa clase de autoengaño en los 90.

To Be Continued

*Ah, y el de la foto es el escritor Saki.

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