#DossierBélico – Introducción

Por Hernán Schell

Las insospechadas bondades de la guerra

Por Hernán Schell

No recuerdo quien dijo una vez que todo libro malo esconde un gran libro desesperado por salir. La frase suena bien aunque es difícil (imposible bah) aplicarlo a cualquier ejemplo de literatura mala. De todos modos si, hay ejemplos varios de libros varios que obedecen a esta idea y por supuesto que esto también se traslada a muchas películas. Una de ellas es Jarhead, un largometraje del 2005 dirigida por Sam Mendes. La película habla sobre un soldado recién enlistado en las tropas americanas que va a pelear a una guerra en Medio Oriente. Si bien va allí lleno de temor cuando llega a los lugares de combate se da cuenta que no tiene que hacer nada, y que cada vez que tiene que combatir una máquina o un proyectil hace todo el trabajo que debería hacer él. Hay mucho de humorístico y ridículo en toda esa idea, y justamente uno de los problemas básicos en una película llena de problemas como Jarhead es que Sam Mendes no tiene la inteligencia de filmar esto con humor sino con solemnidad (la inteligencia, se sabe, nunca fue uno de los fuertes de Mendes). Sin embargo, hay al menos dos conceptos geniales ahí que como diría el autor que no recuerdo, parecen estar gritando por salir.

La primera es la tentación por ver la batalla. Seré más claro:la película de Mendes es –o al menos eso es lo que parece- una película bélica, y justamente una de las cuestiones que termina provocando es que al frustrar una y otra vez la batalla uno como espectador termine también frustrado de ver los enfrentamientos. La pregunta que podría surgir de ahí es porque la guerra nos atrae tanto, que tiene especialmente de interesante que provoque tanta atención por parte de tanto público. La primera respuesta podría venir fácilmente por el lado del morbo o la atracción por el espectáculo oscuro. Una guerra es, como se sabe, muy violenta y destructiva, y no hay que ser Freud para saber que esas cosas tienen su perturbadora belleza, ahí está la fascinación por el cine catástrofe para demostrarlo. Pero hay también otras muchas cuestiones dando vueltas por ahí: la idea de pensar a un hombre en un contexto donde puede ser asesinado en cualquier momento; más aún, la idea de pensar a alguien que puede matar sin ningún tipo de castigo (ahí resuenan, por supuesto, las palabras de unos de los soldados de La delgada línea roja, quien no puede creer que hizo la peor falta posible y que no va a ser castigado por ello). También están la infinidad de cuestiones que pueden abordarse cuando se filma una batalla: el espíritu de camaradería, el heroísmo y la traición extrema, la cuestión del poder y los mandos militares; el envilecimiento de una persona; la redención de otra; la cuestión religiosa (el famoso dicho “nadie es ateo en las trincheras” no debe estar muy alejado de la realidad) y el raro contraste existente entre la idea de la guerra como estrategia, y el hecho de pensar la batalla como un momento de caos extremo. También ante esto la pregunta básica que surge ante la idea de una guerra y que consiste en el porqué el ser humano puede llegar a una situación tan extrema como esa. Al mismo tiempo que uno se pregunta inevitablemente sobre cuánto de todo esto termina teniendo una utilidad real. Hay, después de todo, quienes defienden la guerra como última opción posible dando ejemplos concretos (la Segunda Guerra es el más evidente); hay quienes en cambio deciden ir hacia el pacifismo más extremo.

Si algunas de estas cuestiones suenan muy ambiciosas para abordar es porque efectivamente lo son, de ahí que haya películas bélicas tan abiertamente ambiciosas, dispuestas directamente a hablar sobre la naturaleza del hombre a secas, tales como mencionada La delgada línea roja o Apocalipsis Now. De hecho, es casi imposible no hacer una película bélica en serio sin caer en algo genuinamente ambicioso y solemne. Es un tema en sí demasiado grande e inquietante. Quizás por esto es que algunos realizadores no quieran ver al monstruo de la guerra y decidan dejarla sutilmente fuera de campo, tales como lo hacen dos directores en obras maestras como la canónica La gran ilusión y la contemporánea El viento se levanta. De hecho, eso mismo hace Jacques Demy en Los paraguas de Cherburgo, musical y melodrama atravesado por el horror de una guerra de Argelia que nunca vemos, ya que su director decide refugiarse en ese mundo triste y hermoso de colores pastel. Pienso incluso que es también otra forma secreta de refugiarse de ese horror esas películas en las cuales la guerra termina pareciendo un juego de aventuras y acción, haciendo entonces que toda esa oscuridad pueda volverse una inocente película de explotación. Quizás sea por esto que Serge Daney en su esencial e influyente texto El Travelling de Kapó, decía preferir cualquier película tipo Los lobos de las SS que abordajes supuestamente serios sobre la Shoah que creían que podían explicar tanta muerte y sufrimiento. Desde este lugar, puede que una película como Bastardos sin gloria, con su abordaje lúdico y artificial de la Segunda Guerra, tenga algo en común en su temor de mirar a la guerra de frente que las películas de Renoir o Miyazaki anteriormente mencionadas. En todos estos casos hay una idea de imposiblidad de su director de creer que se puede entender un fenómeno como la guerra de manera completa.

Pienso incluso que una de las causas por las cuales puede fascinar la temática bélica es esa: es un enigma al mismo tiempo físico y psicológico, uno ve una batalla bien filmada en una película bélica y suele sentir tanto la fragilildad de los cuerpos como el absurdo de una situación que parece excedernos como espectadores. ¿Por qué y sobre todo para qué se llega ahí? Pregunta que se hace de manera (quizás) demasiado frontal Malick en la ya mencionada La delgada línea roja.

Pero, ahora bien, hay otra cuestión  que tienen hoy las películas bélícas, o aunque sea la gran mayoría de estas y que tienen que ver con el Siglo XXI. Y es cuanto que estamos viendo ahí realmente nos interpela hoy realmente y de que manera. Volviendo a Jarhead, recordemos que, como ya dije, uno de las cuestiones que más termina frustrando al personaje es que espera entrar en batalla y lo que termina viendo es como proyectiles de todo tipo y color terminan haciendo su trabajo. O sea, termina viendo que eso que se entiende como guerra es muy distinto hoy (o al menos lo es para muchos soldados de Occidente) que lo que sucedía hace no mucho tiempo atrás. Un espectador de los 30, 50, o 60, veía una película de trincheras o de soldados envueltos en mugre luchando con lo que tenía a mano y veía una posibilidad de repetir las cosas de manera más o menos similar. Hace apenas unos ochenta años por ejemplo, un espectador europeo podía estar viendo Sin novedad en el frente de Lewis Milestone sabiendo que las trincheras podrían volver en cualquier momento (y como todos sabemos, lo harían). Hoy día las modalidades guerra han cambiado, o al menos lo han hecho para una parte importante de Occidente. Hoy incluso nos estamos preguntando que clase de guerra hay ahora y como se combaten contra ciertas fuerzas. De hecho, algunas películas de este dossier hablan bastante de eso: de que significa estar en guerra hoy, de cómo se combate y que intereses puede haber realmente en juego.

Pienso incluso que el miedo mayor hoy (al menos repito, en esa parte del planeta llamada Occidente) no pasa tanto por una guerra a gran escala sino por algo mucho peor: la posibilidad absolutamente cierta de un exterminio total de la humanidad. Si se pensara una guerra a gran escala hoy, con una conflictividad tan grande como cualquiera de las dos guerras mundiales, no se pensaría tanto en trincheras o en soldados, sino en armas atómicas, químicas o biológicas, cuya capacidad destructiva desconocemos y que harían que más que batalla haya exterminio. Hay quienes piensan que esta cantidad de armamento genera un efecto llamado Mutual Assured Destruction ( término creado por el matemático John Von Neumann en la Guerra fría y que básicamente quiere decir Destrucción Mutua Asegurada), que hace que al haber tantas armas como para destruirse mutuamente, nadie querría empezar una guerra en serio y de este modo se aseguraría la paz. Si hoy muchas películas bélicas de cualquier época pueden generar inquietud, es porque son las muestras más cabales de que nosotros los humanos podemos ejercer una violencia absurda y demencial, y que en ciertos contextos podemos desatar una locura que atenta contra cualquier tipo de lógica.

No es una conclusión demasiado optimista, como tampoco es demasiado alentador observar que las siglas Mutual Assured Destruction dan como resultado la palabra MAD (loco en inglés). Pero en todo caso, si la estrategia de MAD termina siendo adecuada, podremos empezar a ver al cine bélico de otros tiempos con una tranquilizadora sensación de estar viendo prácticamente ciencia ficción. Si la estrategia MAD falla quizás no exista más el cine bélico, y de paso tampoco nosotros.

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