El chef

Por Rodrigo Martín Seijas

Boiling Point
Reino Unido, 2021, 92′
Dirigida por Philip Barantini
Con Stephen Graham, Jason Flemyng, Ray Panthaki, Hannah Walters, Izuka Hoyle, Vinette Robinson, Áine Rose Daly, Lourdes Faberes, Malachi Kirby, Gary Lamont, Stephen McMillan, Thomas Coombes, Alice May Feetham, Rosa Escoda, Philip Hill-Pearson, Kieran Urquhart, Hannah Traylen, Gala Bernal, Alex Heath, Taz Skylar, Diljohn Singh, Jordan Alexandra, Libby Walker, Robbie O’Neill, Shereen Walker, Lauryn Ajufo, Precious Wura Alabi, Katie Bellwood, Rob Parker, Kimesha Campbell, Jay Johnson, Daniel Larkai, Ayanna Coleman-Potempa, George Hawkins, Gina Ruysen

Un menú de manipulaciones

Sam Mendes y Alejandro González Iñárritu, con sus regodeos formales para sustentar manipulaciones de todo tipo -estéticas y narrativas, pero también éticas y morales-, ya tienen herederos de todo tipo. Por eso ahora llega El chef, que recurre a un único plano secuencia de noventa minutos en un único espacio (un restaurante en crisis) para así desplegar una multitud de conflictos sin mucho criterio y con lo discursivo imponiéndose a cualquier otro tipo de sensibilidad.

El título original del film de Philip Barantini (que es a su vez una extensión de un corto del 2019), rodado durante la cuarentena y nominado a cuatro premios BAFTA -porque este tipo de cine goza de un inmerecido prestigio- es Boiling point, término que podría traducirse como “punto de ebullición”. Y lo cierto es que ya desde el comienzo se nota que todo está a punto de estallar para Andy Jones (Stephen Graham, actor que suele pasarse de intenso y acá vuelve a hacerlo), un jefe de cocina que tiene una infinidad de obstáculos por delante. Desde problemas con la calificación sanitaria hasta un equipo de cocineros exigidos al máximo, pasando por cuestionamientos a su liderazgo, deudas de todo tipo y un hijo al que apenas ve (y que permanece fuera de campo), Andy está definitivamente bajo una presión casi insoportable. A eso se suma la aparición de un viejo colega -pero también ex socio y, al mismo tiempo, rival-, con sus propias demandas, que lo pondrán definitivamente al límite. Pero la película no se conforma con seguir a Andy, sino que pretende delinear un relato casi coral, donde varios personajes tienen sus propios conflictos y chocan entre sí, con la cámara yendo y viniendo de un lugar a otro del restaurante, en un recorrido que solo puede culminar en una previsible explosión dramática.

Ese trayecto que hace la puesta en escena de El chef es más una colección de tensiones -casi como un álbum de figuritas- que una verdadera narración. A tal punto, que muestra situaciones terribles que les ocurren a algunos personajes -por caso, hay un joven cocinero que accidentalmente revela huellas de autolesiones-, pero no profundiza en ellas, exhibiéndolas como datos que ratifican que todo está mal en ese espacio. Todo se arma como esos dramas teatrales donde las expectativas se cimentan en función de cómo será la vuelta de tuerca/estallido del final, mientras se permite que los actores establezcan una competencia por ver quién es más intenso. En ese torneo de dramatismo impostado, las actuaciones se retroalimentan con la dirección y el guión, a la vez que el vértigo potencia la manipulación. Eso logra un efecto paradojal: la experiencia narrativa pasa a ser agotadora y hasta aburrida. 

De ahí que los últimos minutos del film de Barantini, donde la existencia del protagonista (y de todos los que lo rodean) estalla por los aires con consecuencias trágicas, están lejos de sacudir al espectador. Tanta arbitrariedad lleva a que ningún conflicto importe y que la tensión se agote por más que la cámara se mueva para todos lados sin dar respiro. Además, el giro final es tan forzado que en punto delata todos los artificios, arbitrariedades y manipulaciones previas. El chef es una película donde el mensaje parece girar alrededor de la alineación laboral y las miserias que emergen cuando la gente es puesta al límite de sus emociones, pero que no respeta a sus propios personajes y los termina usando como marionetas hasta el punto de caer, precisamente, en la alineación cinematográfica.

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