El círculo

Por Federico Karstulovich

El círculo (The Circle)
EE.UU., 2017, 110′
Dirigida por James Ponsoldt.
Con Emma Watson, Tom Hanks, John Boyega, Karen Gillan, Bill Paxton, Patton Oswalt, Ellar Coltrane, Ellen Wong y Nate Corddry.

Policía, adjetivo

Por Federico Karstulovich

Carlos se vendió al barrio de Lanus
el barrio que lo vio crecer//
Ya no vino nunca mas
por el bar de Fabián//
y se olvido de pelearse
los domingos en la cancha//
Por las noches patrulla la ciudad
molestando y levantando a los demás//
Ya no sos igual
Ya no sos igual
sos un vigilante de la Federal//
sos buchon
sos buchon
sos buchon
sos buchon

Ya no sos igual – 2′

La obsesión con la vigilancia social es un nuevo tópico de las sociedades de control, precisamente, porque supone una novedad: lo que antes se reducía a una fácil estigmatización de la tecnología como mediadora (como servicio tercerizado y deshumanizado de vigilancia y control de las prácticas sociales) ahora se ha trasladado a una insólita visión favorable que aprueba el control entre personas con la excusa del “cuidado mutuo” y la protección recíproca. Pero ojo, no se trata de un control orwelliano porque no se trata de una fantasía totalitaria, sino una fantasía igualitarista multicultural relativizadora, que tiene como fin negar el sufrimiento, suspender la angustia, obturar el fracaso, en definitiva, construir una campana de cristal para un mundo de consumidores-infantes paranoides, en donde el conflicto potencial exista para todos y no exista a la vez. En el centro de ese delirio Huxeyliano se encuentra la fallida película que la canción de la banda liderada por Mosca resume con mayor potencia en apenas tres minutos de punk suburbano porteño de principios de los 90’s (miren el link del final de esta nota).

El círculo se disfraza de crítica a la fantasía totalitaria de las redes sociales omnipresentes como si, en efecto, el problema estuviera en la tecnología y no en su administración. Como si en efecto un correcto uso del control social fuera, en el fondo, un salvataje generacional (acaso la película de James Ponsoldt dialogue muy fluidamente con esa otra fantasía del control social como falso método de contención llamada 13 reasons why, que aquí mismo hemos destrozado), EC juega a ser crítica con los “excesos” para llevar a buen puerto su manifiesto anti progreso, es decir, su reaccionarismo de manual. Porque entiende que el control acaba con una cámara que se apaga, con una transmisión que se interrumpe o con una desconexión informativa.

Así y todo, lo que la misma película no entiende es que el control ejercido por medios electrónicos no es otra cosa que una prolongación siniestra de una voluntad de vigilancia sobre los pares. Por eso hay un doble discurso que gira en torno a toda EC: por un lado la capacidad de mirar condenatoriamente hacia el interior de un mundo atravesado por la tecnología comunicacional que proporcionan redes sociales y cómo estas afectan la inter-relación entre personas; por otro la incapacidad de dar cuenta de las contradicciones que suponen ejercer un señalamiento sobre las prácticas de uso de la tecnología de parte de los humanos. Esto, es justamente lo que hace que EC sea una suerte de cangrejo que camina hacia atrás y sobre sus propios pasos: no hay en ella indicios de reconocimiento de la paradoja de la tecnología que mencionamos antes (paradójica porque comunica pero a la vez isla, porque libera pero a la vez genera dependencia). Y en el desprecio elemental por esa contradicción traslada la condena hacia el lado más fácil, que no es otra cosa que la aplicación técnica, confiando, por su cuenta, en la sociedad civil que “sabrá explicar mejor” lo que los aparatos “fríos y deshumanizados callan”. Ese íntimo desprecio por la tecnología es el centro mismo del control social actual, en el que la celebración del control se naturaliza en la mirada escrutadora y en la acción paralizante ante el mundo exterior. La idea de un mundo sin dobleces, sin ironías, sin segundas lecturas, ya sin cámaras: una suerte de neo-puritanismo en donde la mirada no encuentre opacidad alguna en las acciones diarias: en definitiva, la corrección política como nuevo standard organizador de la vida, más allá de los implementos de la tecnología.

En ese mundo jardín de infantes, donde el problema está en el avance técnico-mecánico-artificial, el retorno del buen salvaje está a la vuelta de la esquina. Por eso la película no pone en el centro al problema mismo (la comunicación), sino su evasión y las excusas para que vigilar sea un acto “más humano”. Por eso toda EC es menos una película sobre las redes sociales y su poder sino en sobre las limitaciones de interactuar a partir de ellas, pero peor aún, de la incomprensión que ellas suponen: las redes y su exhibicionismo como objetivo de intercambio de experiencias en la vida real sin mediar máscara alguna. Es que para el neopuritanismo no hay nada más saludable que ser lo que se es.

Hoy el gran ojo es una multiplicidad reticulada no precisa ser una entidad concreta que guarde nuestros datos en códigos binarios. La paradoja psicopática de EC es la sustitución de la tecnología por el autocontrol y la vigilancia mutua, incluso a costa de la libertad de pensar entre pares. La policía está adentro. Y como le dice el amigo a la protagonista de EC: ya no sos igual.

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