El fulgor

Por Marcos Rodríguez

Argentina, 2021, 65′
Dirigida por Martín Farina

El gesto

Que la imagen cinematográfica puede valer más por su forma que por lo que registra es una idea prácticamente tan vieja como el cine mismo, hasta en los rumbos de lo que podríamos llamar cine documental, incluso si la idea de un documental formalista pueda resultar paradójica en algún punto. Pero, se sabe, ninguna idea es nueva y la originalidad pasa por otro lado. El fulgor de Martin Farina propone un viaje cinematográfico, una experiencia onírico/documental, que despierta ciertos aires de aquel cine vanguardista que la historia dejó atrás, y siempre es bueno encontrarse con una película que nos recuerda por lo menos una parte de todo lo que el cine puede ser y normalmente no es. Filmar una película así, tan diferente a lo que suele filmarse, es un acto de coraje.

Por otro lado, resulta difícil escribir sobre una película que abandona toda idea de narración y casi también toda idea de registro (por lo menos, de registro como justificativo para la imagen), porque nos desnuda de los recursos comunes con los que solemos abordar el cine. Un cine distinto requiere una crítica distinta. Frente a esta incomodidad, resultaría fácil recurrir a la indignación del que se quedó afuera (aunque dudo que cualquier crítico respetable esté dispuesto a reconocer semejante grado de retrogradismo) o, en el otro extremo, a la alabanza imbuida de éxtasis. Porque es una película diferente. Porque es una película que explota los recursos poéticos del cine (lo más opacos, los más específicamente cinematográficos). Se puede hablar imitando el arrebato para celebrar lo que se presenta, por lo menos, como algo original.

Pero incluso una película que se plantea como poética puede abordarse: el gesto resulta potente pero el resultado hay que verlo. Incluso si la película resulta difícil de ver: la exploración de los recursos cinematográficos la vuelve opaca. “El espectador tiene que reponer” como suele decirse, pero si El fulgor me resultó una película poco atractiva (a pesar de todo el plumaje que despliega) es precisamente porque, al contrario de lo que parecerían sugerir ciertas lecturas sobre la película, en realidad es poco y nada el espacio que le deja al espectador.

Es innegable: El fulgor es una película exigente, que requiere un espectador entrenado y dispuesto a seguirle los saltos de montaje y de sentido, dispuesto a no entender, a no reconocer a sus personajes, a no poder decodificar un mensaje lineal, a no tener del todo claro qué está mirando. El trabajo y la faena del campo se entrecruzan con el Carnaval de Gualeguaychú. Al parecer, habría alguna relación entre el trabajo con la carne y el Carnaval, aunque la película no dice cuál es y no me queda para nada claro, pero en definitiva no importa: lo que le importa a “El fulgor” es el impacto de las imágenes y lo que sucede cuando se frotan unas con otras. Farina filma bien y sabe encontrar encuadres. Al parecer, también sabe jugar muy bien con el montaje. Lo que hace lo hace bien y si la película se puede ver es gracias a su gran talento.Ahora bien, cuando los motivos empiezan a repetirse y articularse, cuando la película va construyendo el espacio y el sentido que busca construir, lo que va surgiendo no es un puro formalismo cinematográfico, en el que la experimentación valga por sí misma y las imágenes exclusivamente por los colores y duraciones que registran (y no tendría por qué ser así). El fulgor, con sus repeticiones, con sus montajes, con sus primeros planos de hombres en cueros llorando lágrimas poéticas, empieza a revelarse: se trata de un poema, sí, pero de un poema simbólico. Incluso si no es didáctica y en prosa, El fulgor dice y dice mucho, por más oblicua que sea la forma. El espectador tiene que seguirle el ritmo, pero no es mucho lo que tiene que aportarle a la película: El fulgor viene con glosa, con temas, con reflexiones importantes. Uno puede estar o no de acuerdo con lo que dice, pero en lo personal me resultó un tanto agotador semejante cantidad de ejercicio cinematográfico para finalmente terminar usando el cine para decir cosas.

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