El futuro que viene

Por Federico Karstulovich

El futuro que viene
Argentina, 2017, 85′
Dirigida por Constanza Novick.
Con Dolores Fonzi, Pilar Gamboa, Esteban Bigliardi, Jose Manuel Yazpik, Valeria Lois, Flor Dyszel, Charo Dolz Doval, Victoria Parrado, Federico León, Violeta Narvay y Sofía Podlischevsky.

Hacemos lo que podemos con las vidas que tenemos

Por Federico Karstulovich

Para Dani, en otra dimensión

Aviso: esta crítica debe leerse con la canción del link de abajo, canción que se escucha en un momento clave de la película

Desde hace algunos meses no uso auriculares. De hecho durante un buen tiempo me acompañaban unos que eran buenísimos pero que por algún motivo perdí. Luego compré otros en una de esas páginas de mercado libre pero la transacción no se completó o algo así. Me di cuenta, con el paso de los meses, que los auriculares eran una forma de construir un mundo interno cerrado, aislado de las porquerías del mundo circundante. De hecho, si hago memoria, creo que en mi adolescencia jamás le di demasiada pelota al uso de auriculares (demasiado para usar walkman viejos, imposibles para comprar un discman que no saltara a cada rato con los movimientos al caminar). Pero por algún motivo le empecé a dar bola a mis treinta y pico, casi dos décadas después. No por hacerme el pendejo, sino porque en ese momento precisaba rearmar un mundo interior que se me había hecho pedazos.
Los auriculares, como un medio para encerrarse un rato y las playlists y la música como mecanismo de autopreservación, fueron especialmente útiles en mi vida más reciente. Incluso cambiando algo del registro: la música no tenía que ser una compañía melancólica, sino todo lo contrario, una explosión intensa de energía vital y alegre. Y por algún motivo que desconozco, como lo dije en un principio, los auriculares se me fueron. Y nunca los repuse del todo excepto por unos medio bochornosos y enormes a los que uso muy de vez en cuando pero que me hacen sentir Lisa Simpson con aparatos de ortodoncia.

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En la ópera prima de Constanza Novick la música, los mundos privados y la preservación son cosas que van de la mano. De hecho es una película con un grado de intimidad y de humanismo que casi no precisa de nada más excepto de sus personajes, de la música, de algunos autos y de algunas casas. Con eso construye. Con lo justo y necesario. Casi sin mover la cámara. Casi sin apartarse del realismo más estricto y baziniano de los planos largos y sin cortes. Porque El futuro que viene se trata de gente que hace lo que puede con sus vidas, de gente que no es extraordinaria, por eso su tono es un tono medio, porque es acorde a los personajes que presenta. Esa presunta falta de recursos audiovisuales (no todas las películas tienen que ser “un viaje onírico y multisensorial hacia el centro mismo del alma humana”) no es un acto de pereza narrativa, sino que es una decisión consecuente con el mundo narrado (de hecho los pocos momentos en donde la cámara decide moverse de manera abiertamente visible son momentos musicales, en donde hay una explosión de esos mundos interiores de los personajes hacia un exterior que los recibe).

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Una de las cosas más interesantes de esta película que tiene algo de manifiesto generacional (habla con una generación cuya infancia sucede en los 80’s) y etario (interpela fundamentalmente a una franja que va de los 30 a los 40 y pico) pero en tono menor es que nunca precisa de grandes picos dramáticos para llegar a intensidades emocionales a las que el cine argentino en su mayor medida no sabe llegar. Y quizás ese logro se deba particularmente a que todo lo que logra emocionalmente tenga siempre un emergente minúsculo (un gesto, una palabra o frase en una charla, un hecho silencioso, un cruce de miradas, una canción bailada torpe y amorosamente), lo que habla de un trabajo minucioso de Novick como guionista además de como directora. Esa microgestualidad de la película dice mucho más que algunos momentos exaltados (que no son demasiados tampoco). Como si hubiera una comprensión de qué clase de interlocución puede haber del otro lado de la pantalla, como si se entendiera que ese diálogo invisible con el espectador solo puede funcionar en voz baja, como si la directora comprendiera que la conexión con quien está fuera de la pantalla solo puede ser una posible: la que alimente la comprensión de los mundos gestuales y pequeños como mundos de cambio. En alguna medida, entonces, la película nos acompaña a ponernos los auriculares con ella, a escucharla, a verla y a sentirla en un ejercicio táctil que reconozca en las escenas (intermediadas por sabias elipsis, acaso las más inteligentes que haya mostrado el cine argentino en el año: narrar por sustracción y lograr emoción con eso no es fácil) algo de la experiencia propia.

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Sostenida sobre tres grandes momentos (infancia-preadolescencia, primera adultez en la primera mitad de los veinte y luego bordeando los cuarenta años), la película se encarga de contar cosas que parecen fáciles pero son difíciles (el proceso de crecimiento de personajes lo es) con instrumentos emocionantes como lo son los que mencionamos previamente. Sin un eje puesto en la forma sino en los personajes y su capacidad de transmitir humanidad, El futuro que viene construye un mundo tristemente dulce (y melancólico), por eso comienza empezada y termina en pleno proceso. Nada de lo que veamos cambia drásticamente, nada de lo que sucede supone lo que los guionistas conocemos como “arco dramático pronunciado”. Las escenas se suceden más que progresan. Se acumulan, como si se tratara de capas de experiencia. Y el par de personajes protagónicos que construyen Fonzi-Gamboa es trabajado como si se tratara de una pareja, que va y vuelve a lo largo de los años. Pero a diferencia de las parejas que eventualmente se separan, que eventualmente vuelven a encontrar nueva gente en el camino de sus vidas, ellas dos vuelven, una sobre la otra, como imantadas, como atraídas por el principio vincular de la experiencia necesaria de crecer junto a otro, a lo largo de los años. Ese secreto, el de saber crecer junto a otro, con todas las complicaciones, distancias, diferencias, es el que descubre la película de Novick. Aunque no sepamos en qué anda, en donde está o si, con el paso de los años, todavía nos quiere o nos necesita. Con o sin auriculares.

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