#PostBafici 2017 – (11): El Gran Silencio

Por Hernán Schell

El gran silencio (Il grande silenzio)
Italia/Francia, 1968, 105´
Dirigida por Sergio Corbucci
Con Jean Louis Tringtignant, Klaus Kinski, Frank Wolff, Luigi Pistilli.

Del lirismo de las bestias

por Hernán Schell

En una escena de El Gran Silencio un sheriff cabalga con su caballo en medio de la nieve. De pronto, por las características del terreno y el frío, el caballo empieza frenarse, imposibilitado de avanzar. En ese instante se acercan delincuentes al sheriff y proceden a sacarle su caballo, al que van a carnear para tener alimento por una semana. Hay mucho de impresionante en la resolución visual de esa escena. La desesperación visual de ver un caballo en plano general trabado en medio de la nieve, el suspenso progresivo de un grupo de ladrones que irán acercándose de a poco sin que uno sepa exactamente cuales son sus intenciones y sobre todo la figura desoladora de un sheriff tratando de mostrar autoridad como si la sola estrella que cuelga en su saco pudiera significar algo para un grupo de gente hambrienta.Cuando vi esta escena pensé en que no había otro momento más representativo de esta obra maestra que ese instante en el cual toda autoridad se volvía obsoleta y lo único que existía era el hambre y la necesidad. Pensé también en otra cosa, y es en lo raro que era ver un western marcado no por el calor intenso sino por el frío y la helada. Que Corbucci haya decidido contar una historia en ese contexto tiene un sentido tanto estético como simbólico. El estético es clarísimo: la posibilidad de volver a un western un lugar de paisajes blancos genera un efecto al mismo tiempo desconcertante y poderoso, demostrando que a veces para hacer algo transgresor sólo hay que empezar por cambiar un detalle.

El simbólico tiene que ver con otra cosa: mientras el calor y el sol sugiere la idea de un afuera, el frío extremo por el contrario llama al refugio. O mejor aún, a la urgencia por un refugio: tema por excelencia en un western en donde todos intentan un lugar donde esconderse. De este modo también hay otra cuestión: mientras salir implica construir algo (una civilización, una idea de progreso), esconderse implica agarrar lo que hay e ir hacia un espacio para sobrevivir.

Peter Bogdanovich decía que el spaghetti western le había quitado al western todo lirismo. Supongo que Bogdanovich pensaba en esa lógica brutal que tenían muchos de sus antihéroes, en ese gusto por los zooms desprolijos y en esa ausencia gestos heroicos que caracterizaban a muchas de sus películas más célebres. Sin embargo y como se sabe, el término “lirismo” puede ser tomado de manera muy amplia, y si por “lirismo” se entiende algún tipo de belleza, algún momento de contemplación despojada de cualquier narración, entonces una película como El Gran Silencio los tiene de a montones. Incluso, si extendemos lo lírico a una cuestión simbólica, hay algo de lírico en su protagonista, el pistolero mudo interpretado con presencia y sobriedad por el enorme Jean Luis Tringtignant, quien en su mutismo parece representar involuntariamente a aquellos marginales que representa. Como se sabe después de todo, toda ausencia de lenguaje implica un retorno a algo primitivo, y en parte Corbucci lo que quiere es mostrar a estos hombres sin ley para los cuales la supervivencia es lo único que finalmente importa. Que esta obra maestra mayor, injustamente ignorada por la crítica canónica aunque rescatada por la cinefilia menos convencional (ahí está Tarantino, quien en Django y sobre todo Los Odiosos Ocho se la pasa referenciando esta película), haya sido hecho en condiciones de producción tan extrañas (filmada con presupuesto mínimo en España, protagonizada por un francés y un polaco que eran doblados al inglés o al italiano según donde se estranara), es uno de esos raros milagros que produce el cine de vez en cuando. Que al mismo tiempo, esta película visualmente hermosa se haya podido ver en pantalla grande, fue uno de los grandes privilegios de este último BAFICI.

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