El prodigio

Por Carla Leonardi

The Wonder
Irlanda, 2022, 108′
Dirigida por Sebastián Lelio
Con Florence Pugh, Tom Burke, Kíla Lord Cassidy, Niamh Algar, Ciarán Hinds, Toby Jones, Elaine Cassidy, Brian F. O’Byrne, David Wilmot, Dermot Crowley, Josie Walker, Mary Murray, Abigail Coburn, Caolan Byrne, Niamh Finlay, John Burke

La amalgama entre las grietas

El ultimo largometraje de Sebastian Lelio comienza con un artificio como declaración de principios. Abre mostrando el la falsedad de una cabaña construida en estudios. Mientras tanto la voz en off de la narradora nos habla de la importancia de contar historias y acompaña a la cámara en su ingreso a la ficción, situándonos en un barco donde una enfermera inglesa se encuentra comiendo durante su viaje desde Londres hasta un pueblo de Irlanda en el año 1862, tras la época de la gran hambruna.

Basada en la novela homónima de la escritora Emma Donoghue de 2017, en su adaptación al cine, Lelio incorpora el recurso de desmontar el artificicio cinematografico a la trama narrativa y ancla el punto de vista en el personaje de la enfermera. 

En una cabaña situada en las afueras de la aldea causa sensación, en visitantes y periodistas, la pequeña Anna O’Donnel (Kíla Lord Cassidy) de 11 años, que ayuna desde hace cuatro meses y se mantiene en buen estado de salud. Elizabeth Wright (Florence Pugh), la enfermera en cuestión, es convocada por un consejo del pueblo para determinar (junto a una monja) a través de la observación de la niña durante 14 días, si la situación de la niña responde al orden de la maravilla del prodigio o si se trata de una farsa. De entrada, de pie ante el Consejo, cuando ambas mujeres reciben las indicaciones se contrapone ciencia y religión o también realidad y artificio, como se establece en el prólogo. Aquí también destaca el azul del vestido que en adelante identifica a Elisabeth y que es acorde a su carácter incrédulo, al rigor de la razón científica y a la mesura con que se maneja en público frente a la niña y la familia O’Donnel.

La familia O’Donnel es la típica familia tradicional irlandesa y profundamente religiosa, con el pater familias sentado a la cabecera de la mesa, la esposa ama de casa y dos hijos, de los cuales el mayor habría fallecido. Elisabeth se presenta ante ellos como viuda y sin hijos. 

Mientras Elisabeth realiza su observación y la pesquisa de si se esconde algún alimento en la habitación de Anna, va forjando un lazo afectivo con ella.  Anna se muestra como una católica devota que reza sus oraciones, admira a las Santas canonizadas, responde con enigmáticas frases de contenido religioso y expresa estar saciada con el maná del cielo. La película establece entre ambas un contrapunto interesante entre las redondeces de Elizabeth y la lívida delgadez de Anna, que se puntúa en las reiteradas escenas donde vemos a la enfermera comiendo en oposición al ayuno prolongado de la niña. Se metaforiza de esta manera la voluptuosa avidez de la carne de una mujer sola (que se despliega en la trama romántica de Elisabeth con el periodista inglés y en el trance del goce toxicómano que experimenta durante las noches en su habitación) y el ascetismo de la carne espiritual y simbólica. Posición femenina y posición mística, dan cuenta de un goce otro misterioso, que está más allá de la medida fálica.

En lo que sigue, la revelación del secreto que mantiene con vida a la niña por parte de Elisabeth, y la confesión del oscuro y siniestro incesto, oculto tras tras lógica del discurso religioso del pecado, la culpa y la expiación por parte de Anna; dan cuenta muy bien del secreto de goce como aquello que organiza los lazos familiares. Por otra parte, el secreto compartido de la pérdida familiar (por la hambruna en el caso de Will, por muerte del bebé y abandono del esposo en el caso de Elisabeth) es el punto de identificación que produce el flechazo entre ambos personajes. En el linea de lo que se manifiesta y lo que se oculta, el film se apoya en un acertado uso de tenebrismo en interiores. La película juega además con simbología de la muerte y la resurrección cristiana como soportes de la ficción de una muerte simbólica y el renacimiento de Anna a una nueva vida. Y vemos cómo es también la dimensión del secreto la que organiza el orden de la nueva familia Cheshire.   

En el fondo, la película termina instalando el triunfo de la ficción utilitaria, por sobre aquellas que surgen de las tradiciones religiosas y populares; la lógica de la buena razón occidental y la mala religión, capaz de dejar morir de inanición a una niña; en vez de problematizar el conflicto entre ambas dimensiones. En este sentido podemos preguntarnos: ¿Es acaso la globalizada razón iluminista que borra las marcas identitarias de origen, un mundo mejor que el anacronismo religioso que preserva una ideosincrasia?

Prolija técnica y narrativamente, El prodigio no logra amalgamar varias de sus ideas desde el guion, en particular al incorporar  elementos de los que no hace uso o que no despliega a lo largo de la trama (por ejemplo el recurso del desmontaje del artificio cinematográfico que inserta al comienzo y que sólo se retoma al final) o que conducen a inverosimilitudes o a revelaciones innecesarias que desaprovechan el potencial de la opacidad. Es una película ambiciosa, si, pero también inconsistente, donde Lelio cede sus marcas personales como autor bajo los designios de la factoría anónima de Netflix, a los fines de acceder al mercado internacional.

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