El renacido

Por Fernando Luis Pujato

Revenant: El renacido (The Revenant)
Estados Unidos,2015, 156′
Dirigida por Alejandro González Iñárritu.
Con Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck y Duane Howard.

En la floresta de Iñarritu

Por Fernando Luis Pujato

No esperaba otra cosa. Sí, esta frase remanida y pronunciada hasta el hartazgo podría dar cuenta del último film del exitoso director mexicano nominado de nuevo a la preciada estatuilla dorada que otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en esa fiesta de ricos auto celebrándose. Ya ganó tres por pavonearse con un falso plano secuencia supuestamente ininterrumpido y celebrar el vejamen en Birdman (2014), ya ganó Cannes y un Globo de Oro por conectar a sus personajes multiculturales con una bala en Babel (2006), ya ganó un premio BAFTA y el premio de la crítica en Cannes por, nuevamente, conectar a sus personajes a partir de choque de autos y matar perros en Amores perros (2000) y no ganó nuevamente en Cannes por ensañarse con un pobre tipo que padece cáncer pero al menos se comunica con los muertos en Biutiful (2010) pero sí su protagonista, Javier Bardem, se llevó el premio a la mejor actuación. Ganó algunas cosas más y este año dos Globos de Oro por The Revenant (2016) una libre adaptación de la novela de Michael Punke (“The Revenant: A Novel of Revenge”) acerca de las vicisitudes de un tal Hugh Glass en las postrimerías del siglo XIX en el noroeste de EE UU aunque el film sólo nos muestre la figura del explorador-aventurero-guía porque esas nimiedades como la historia y las coordenadas geográficas no son algo importante para Iñarritu; y no es tan difícil saber qué tipo de cosas le importan. Tampoco parece importarle la historia del cine, anclarse en algún tipo de género -el western como podría ser en este caso- ni desde la narración ni desde lo formal, pero entonces, ¿qué es The Revenant?, tan sólo una cáscara vacía. La cáscara es el paisaje, invernal e inclemente como corresponde, dentro de él no hay nada, al menos nada sobre lo cual reflexionar más o menos seriamente. Ocurren cosas, por supuesto, o más bien a Glass (Leonardo Di Caprio) le ocurren todo tipo cosas, pero nada parece ser insuperable: me ataca un oso, puedo matarlo; me persiguen los “rojos” -pueblos originarios al decir de las buenas conciencias de la blanca burguesía- mato algunos y huyo; debo hacer un fuego con las manos casi inservibles, lo hago; debo comer pescado y carne cruda y restos de animales muertos, lo hago; cicatrizar una herida en la garganta con una estofa de hierbas encendidas, ser arrastrado por el río casi helado sorteando rocas y cascadas, liberar a una indígena secuestrada por los franceses y huir sin recibir ningún herida… se pueden seguir enumerando proezas; suficiente con éstas. No es casual el paralelo entre todo aquello que le ocurre al pobre de Glass con las decisiones formales de Iñarritu porque casi todos, sino todos, los planos de transición ante cualquier situación son un contrapicado de los árboles, a lo sumo algún plano de las noche estrellada. Un solo ejemplo porque son casi innumerables: perseguido por los rojos, el caballo de Glass cae a un barranco y muere, obviamente; para refugiarse de la intemperie mortal, Glass le saca todas las viscéras y se mete dentro del caballo; al amanecer Glass despierta y comienza a salir del caballo, plano contrapicado de los árboles y vuelta a la figura de Glass que ya salió del caballo. Es decir, así como no hay ninguna situación ante la cual Glass no pueda salir indemne -con bastante sufrimiento, como corresponde- no hay ninguna ante la cual Iñarritu dude un instante, todo se resuelve con apuntar hacia arriba, y arriba siempre hay árboles, o apuntar algunas veces hacia abajo, y abajo siempre está el río. Hay cosas peores como la de comenzar con un plano cerrado de un grupo de hombres cruzando trabajosamente el río/panorámica del río con ese minúsculo, ahora, grupo de hombres cruzando trabajosamente el río/plano cerrado nuevamente del grupo de hombres cruzando trabajosamente el río, o un giro de 360 grados sin cortes del rostro desencajado de John Fitzgerald (Tom Hardy) para mostrar el rostro desencajado del más malo de los malos disfrutando ser el más malo, o un plano secuencia de una aldea indígena plagada de muertos cortado arbitrariamente porque ya mostré lo que deseaba mostrar, o el oso -más de trescientos kilos de peso seguramente- sobre el cuerpo de Glass apartado por sólo dos hombres casi sin esfuerzo alguno, o el capitán de la avanzada civilizatoria abandonando el fuerte solo, sin ninguna partida de hombres acompañándolo, para atrapar a Fitzgerald, el despiadado asesino de Hawks (el hijo de Glass), quien lo liquida prontamente, claro está. Se puede continuar con los errores de guión y los caprichos formales, tal vez un listado sólo enumerándolos sería lo más apropiado pero seria demasiado ya. Hay cosas aún peores, rozando el ridículo, como el flashback en ralenti con el cual inicia el film donde podemos ver la felicidad pintada en los rostros pawnee -los sioux quizá eran demasiado feroces como para merecer este trato- del hijo y la bella esposa de Glass mientras detrás vemos la quema de la aldea, repetido unas cuantas veces en las pesadillas de Glass, en una de las cuales un soldado asesina impunemente a su esposa con un tiro en el pecho desde el cual sale volando un paloma o un ave indeterminada -no se puede ser más kitsch, Iñarritu. O la voz en off de la sabiduría indígena acerca de, otra vez y van…, la fortaleza de los árboles y el “mientras puedas respirar, respira” o algún tipo de consejo de sentido común por el estilo para que esta suerte de new age nativa ya no parezca ser una moda artificiosa sino más bien un uso serio de metáforas y derivas simbólicas a las que nosotros, los occidentales, sólo podemos acceder si un director de cine se digna a concedernos ese tipo de iluminación. Y, para finalizar, el primerísimo plano del más bueno de los buenos que ha sufrido lo indecible a lo largo de todo el film mirando el fantasma de su esposa alejándose por la floresta, un plano por el cual Di Caprio-Glass podría ganar el ansiado Oscar a la mejor interpretación masculina e Iñarritu podría seguir conectando personajes sin espesor alguno a través de la muerte.
Si el Oscar, El Globo de Oro, e incluso La palma de Oro en algunos casos puntuales, fueran indicadores absolutamente veraces de un estado del cine contemporáneo, realmente estaríamos en serios problemas. Afortunadamente no es tan lineal ni sencillo como aparenta serlo, pero algo indican. En este caso, el triunfo de la impericia narrativa y la banalidad técnica puestas al servicio de la impiedad. Nada menos que esto.

Coda: a veces me pregunto si vale el esfuerzo o es necesario escribir sobre esta clase de films que ni siquiera disfruto. No tengo respuesta para esto.

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