Ellas hablan

Por Amilcar Boetto

Women Talking
EE.UU., 2022, 104′
Dirigida por Sarah Polley
Con Rooney Mara, Claire Foy, Ben Whishaw, Jessie Buckley, Frances McDormand, Judith Ivey, Sheila McCarthy, Michelle McLeod, Liv McNeil, Kate Hallett, Nathaniel McParland, Abigail Winter, Will Bowes, Eli Ham, Kira Guloien, Emily Mitchell, Shayla Brown, Vivien Endicott Douglas, Lochlan Ray Miller

Perro que ladra no muerde

Irse o pelear, esas son las dos opciones que configuran un panorama, establecen la bifurcación de base con la que vamos a jugar. A lo largo de una hora y cuarenta, Sarah Polley nos expone a un diálogo entre mujeres que intentan decidirse por una de -al menos en esas circunstancias- las dos temibles opciones. Los hombres, aquí, son un enemigo invisible, que abandonó la colonia, y que solo existe en un fuera de campo expresado en las palabras de las mujeres que hablan.

En su documental autobiográfico, Stories We Tell, Polley intentaba figurar, a través de palabras de otros e imágenes de archivo, a su misteriosa y reservada madre. En aquella película parecía que nada podía alcanzar la genialidad de esa figura que se desplazaba feliz bailando a través de las láminas de celuloide. Su carisma, por tanto, era una fisura en el centro de la película, el centro alrededor del que todo giraba.La vibración de esa madre en esos archivos que era perseguida pero nunca alcanzada creaba un enigma peculiar en como articular una historia y en cómo enfrentarse a la vida y la muerte. Quizás eso era lo más interesante de ese documental, por lo pronto más que el misterio familiar no resuelto, que es un lugar común al que, como argentinos, estamos acostumbrados.

En Stories We Tell Polley se fiaba de las palabras de sus familiares, pero siempre parecía sospechar que había algo más y eso lo confirmaba en el archivo. Esta toma de postura acerca del acto de hablar es casi antagónica a la toma de postura de Ellas Hablan. En esta nueva película, Polley confirma en sus imágenes lo que las palabras de estas mujeres (y la voz over) dicen. Las imágenes, en lugar de contener algo inenarrable, se vuelven narrables, verbalizadas. Esto no es necesariamente un valor negativo, como una gran tradición crítica, profundizada en los últimos treinta años quiere creer. A lo sumo, lo que podría resultar problemático es que las imágenes se queden atrás de las palabras, que las imágenes no lleguen a la potencia figurativa que las palabras intentan representar.

No creo, como leí en alguna crítica, que Ellas Hablan esté filmada con “una torpeza casi amateur”; más aún no creo que sea “teatro filmado” siquiera. No hay momento alguno donde nada de esto se evidencie. Polley, para ser sinceros, es muy “correcta” audiovisualmente hablando. A la hora de dividir el espacio donde la charla sucede, por ejemplo, es capaz de fragmentar, de articular posiciones corporales distintas para cada personaje, de manejar los tiempos de los diálogos en función del lenguaje cinematográfico, no del teatral. Si la película resulta redundante audiovisualmente, no podemos confundirla con el famoso “teatro filmado”. Esas palabras, más bien, evidencian la conjunción entre la ignorancia y la arrogancia de críticos que ven en Ias películas lo que se les canta ver.

Lo que es distinto -y esto sí me parece un problema- es un inconveniente que la película no logra superar a lo largo de todo su metraje: la univocidad entre palabras e imágenes deriva, inevitablemente, en un maniqueísmo narrativo al servicio de una única forma de ver las cosas que suceden. Es curioso esto tratándose de una película basada en diálogos entre personajes que opinan cosas distintas. Pero todo se resuelve, todo se acumula bajo la lógica de una sola forma de pensar, que supone la elección de la partida, de la ida. Y eso no es un problema por la decisión que toman los personajes, sino porque, audiovisualmente, la película se vuelve uniforme no solo entre lo que pasa y lo que se dice, sino también entre lo que dice uno y lo que dice el otro. Dicho de otro modo: parecería haber una sola línea en la narración, siguiendo la formulación de una fábula o una moraleja a la vieja usanza. Los flashbacks buscan confirmar lo que se dice (o contradecir a quién dice algo contrario a lo que se dice), los momentos de revelaciones o cambios de opinión están acompañados por movimientos de cámara (una forma cristalizada de subrayar el posicionamiento de una subjetividad), el plano conjunto de las niñas sirve constantemente como plano-reacción.

A la luz de todo lo anterior se puede hablar de una película panfletaria, incluso de una película didascálica. Otra crítica que leí al respecto mencionaba que este didactismo estaba dirigido hacia las mujeres, dejando oler el tufo asomante de “una película necesaria”. Habría que pensar, entonces, si el didactismo de Ellas Hablan enseña algo nuevo, o en realidad enseña cuestiones que se vienen debatiendo acaloradamente en la esfera pública hace mucho tiempo. La cuestión del rol de los hombres, representada en el personaje de August, la cuestión del reconocimiento del propio cuerpo, signado en aquella frase de la voz over: “no podemos nombrar nuestro cuerpo, por lo que no podemos hablar de lo que nos sucede”. La cuestión, a su vez, de cómo educar a los hombres para que esto no suceda. Polley articula en su película todas estas cuestiones ya debatidas y se propone buscar algún que otro momento de belleza, que siempre va a estar supeditado al didactismo ya mencionado.

Quizás el mayor acierto de una película sea que el conflicto siempre está en fuera de campo. El hecho de dejar el peligro -la amenaza de los hombres- fuera de campo podría permitir que el conflicto que se desarrolla sea, precisamente, entre puntos de vista femeninos. Sin embargo, el peligro no parece palpable en ningún momento de toda la película. Y eso no se debe a que la amenaza no se vea, sino más bien porque esa sensación de urgencia que muchas veces los personajes expresan verbalmente no se transmite a través de las formas cinematográficas: no parece haber nunca una operación sobre lo limitado que resulta el tiempo para ellas, incluso en esa corrida final hacia el exilio, donde los planos y el montaje no favorecen a una tensión, a una idea de conflicto ni a un peligro latente, sino más bien una extensión del acto de hablar, una extensión del plano-contraplano y de la geografía articulada por un dron. 

Me pregunto, entonces, ¿Qué tan favorable a la idea didáctica de la película es la falta de operación sobre el peligro de irse, sobre la ausencia de la lucha contra el miedo en al final de cuentas? Quizás la mayor paradoja es que el miedo que ladra es el que no muerde.

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