Enemigo Público

Por Hernán Schell

Enemigo público (Enemy of the State)
Estados Unidos, 1998, 132′
Dirigida por Tony Scott
Con Will Smith, Gene Hackman, John Voight, Lisa Bonet, Regina King.

La pesadilla de la nación fuerte

Por Hernán Schell

Es raro pensar que Enemigo público, la película narrativamente más virtuosa de Scott, fuera hecha por este realizador inmediatamente después de El fanático y antes de Juego de espías, dos de los largometrajes más aburridos e intrascendentes del director. Más raro todavía es pensar que el productor de esta obra maestra sea alguien como el normalmente abominable Jerry Bruckheimer (responsable en la producción de algunos de los bodoques más espantosos que haya dado Hollywood en los últimos treinta años). Hay algo más curioso aún, y es que el mismo año que Bruckheimer producía Enemigo público esta misma persona estaba trabajando como productor en Armageddon, uno de los films más estúpidos y chauvinistas que se hayan hecho. Enemigo público está a años de luz de ser estúpido y −menos que menos− chauvinista. Por el contrario, el título literal de esta película es Enemigo del Estado, algo que alude no solo a la situación de la película (un abogado laboral llamado Robert Clayton que tiene que enfrentarse contra un aparato de inteligencia estatal) sino también al espíritu de un film que se pronuncia en contra de ciertos peligros que conllevan los modos de vigilancia del gobierno y utiliza el género para constituirse como cine político del bueno. Por empezar Enemigo público es la película más hitchcockiana de Scott −mucho más que Déjà vu a mi entender−. Primeramente porque narra la historia de un hombre común en situaciones extraordinarias. De hecho, podría decirse que Enemigo público junta constantemente lo cotidiano con lo excepcional, así es como el protagonista, en pleno estado de amenaza por las personas que lo persiguen, decide frenar un momento su huida para explicarle a su mujer que no ha cometido ninguna infidelidad, y así es como el film puede empezar con un asesinato político que se da en el contexto en el que su víctima estaba simplemente interesada en jugar con su perro o un personaje que trata de desafiar a la Inteligencia Norteamericana puede estar preocupado al mismo tiempo por su gato. También hay en esta película elementos claramente hitchcockianos en un desarrollo del suspense que le da más información al espectador de la que tiene el protagonista (ver cómo la película nos revela, antes de que Clayton lo sepa, la cantidad de transmisores que tiene en su ropa y en qué lugares específicos se encuentran escondidos). Por último nos encontramos con otra cuestión hitchcockiana: la de la posibilidad de que el azar nos juegue una mala pasada y todo lo que creíamos estable se nos vuelva en contra por un hecho arbitrario. En este caso tenemos un protagonista con un matrimonio y trabajo estable, quien, de un día para el otro −y por una grabación que le entregan contra su voluntad−, ve cómo un político criminal que tiene el poder de controlar parte del servicio de inteligencia empieza a hacerle la vida imposible. Así es como Clayton se encuentra de pronto con que lo despiden del trabajo, con que unos supuestos ladrones destrozan su casa, y con una estrategia de difamación a su persona que incluye un intento de inculparlo de un asesinato. Si se quiere seguir además con las comparaciones hitchcockianas puede decirse que Clayton tiene ciertos puntos en contacto con Roger Thornhill de Intriga internacional, la persona que ve cómo todo un mundo seguro se le derrumba en un instante por cuestiones políticas. La diferencia es que Clayton no es alguien al que esta situación azarosa termine mejorándolo como persona y dándole una chica a la que amar al final de la película, más bien la “aventura” solo deja a Clayton con una gran sensación de paranoia, y un carácter más frío.

La sensación de paranoia es comprensible. Enemigo público es, después de todo, una película en la que todo tipo de elemento tecnológico usado a diario, ya sea en el ámbito estatal como hogareño (satélites, celulares, teléfonos públicos, cámaras etc…) puede ser una herramienta para que organizaciones federales espíen la vida de una persona. Desde este punto de vista, quizás nunca estuvo mejor aplicado el montaje acelerado de Scott (aquí lo suficientemente acelerado para crear una sensación de adrenalina, pero lo suficientemente pausado como para que se entienda toda la acción) y los abruptos movimientos de cámara y zooms para simular esta sensación de un ojo técnico que puede mirar todo lo que desea de manera veloz, acelerada e implacable.

Frente a esta situación no es poco normal que Clayton, pese a terminar sobreviviendo a la persecución a la que es sometido, termine la película con una sensación de preocupación, después de haber desarrollado además un carácter más frío e insensible. Algo que muestra la película durante el transcurso del film. Si Clayton al principio es alguien que se siente en la obligación de decirle a una persona a la que amenazaba con un arma que normalmente no hacía eso, hacia el final puede perfectamente ser cómplice de un robo de un auto sin necesidad de dar explicación alguna. Hay otra escena más contundente aun sobre esta frialdad que va desarrollando Clayton a lo largo de la película: se trata del momento en el que ve como una ex novia de él fue asesinada por los federales. Ahí es cuando vemos el punto más oscuro en el que caen los villanos, pero también vemos la actitud más fría por parte de Clayton, quien casi sin derramar una lágrima aprovecha la escena del crimen para empezar a investigar la casa de su ex novia en busca de alguna pista. Tras esa búsqueda Clayton logrará contactar a Edward Lyle (Gene Hackman), ex agente del Estado que conoce a la perfección los mecanismos de espionaje y que tratará de usar su propia tecnología para combatir a los federales. Lyle es alguien sumamente frío, quien, cuando le comunican la muerte de la ex novia de Clayton (alguien con quien tenía una relación muy cercana), no parece ni siquiera reaccionar. Lyle, con su mente excesivamente ágil pero también excesivamente fría, parece un Clayton que tuvo que pasar y ver varias veces lo que él tuvo que ver, un espía que de tanto espiar, ser espiado y tener miedo a ser espiado tuvo que olvidarse hasta de su propia sensibilidad a los afectos. Incluso podría pensarse que Lyle es como una versión avejentada de lo que terminaría siendo el Harry Caul, interpretado por el mismo Hackman en La conversación, tan acostumbrado a vivir entre complots, espionajes e invasión a la vida privada que termina siendo una persona demasiado obsesionada con estar alerta a si lo vigilan como para dedicarse a otra cosa.

Y quizás ahí es donde se encuentre el verdadero miedo de Enemigo público, en esta sensación de miedo permanente, en este temer constantemente tanto los ataques externos como los internos, en un país donde cada ciudadano pueda ser observado por todo tipos de cámaras y satélites por un Estado que se ha empeñado tanto en ser una nación fuerte que quizás solo termina teniendo ese atributo como prioridad.

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