Francotirador

Por Federico Karstulovich

American Sniper
EE.UU., 2014, 132′
Dirigida por Clint Eastwood.
Con Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke Grimes, Jake McDorman, Cory Hardrict y Kevin Lacz.

Los de abajo (*)

Atención: se revelan detalles de la trama

“Es preferible estar triste que estar tonto” reza una de las frases de cabecera de la justísima (por lo precisa, por lo dañina, por lo dolorosa, pero por lo ajustada de sus conclusiones y descripciones) novela de Mariano Azuela que da nombre a esta crítica.

Es preferible estar triste porque el tonto es plastilina para los psicópatas. Para los psicópatas que tienen o que les falta poder. Para los que miran desde arriba y para los arribistas. Y los tristes, abajo, incluso compartiendo la vida cotidiana con los tontos.

Estar tonto, en la novela de Azuela, era no pensar críticamente, era valerse de categorías previamente fijadas, era confiar en las ideologías por sobre las prácticas. Era ver ideologías en vez de reconocer conductas. Y en esa anulación del pensamiento crítico una revolución se llevaba puestos los sueños de personajes con ética, críticos, que, ante el fracaso de la parodia revolucionaria, preferían estar tristes. Y resistir. Y mirar pasar las grullas, con melancolía. Y algún día el mundo llegaría a entenderlos.

Eastwood (y por desencadenamiento, buena parte de su cine) pertenece a esa tradición de los tristes, de los que miran desde abajo, de los que entienden qué es una ética, incluso frente a los peores horrores y ante los peores truhanes. Porque una ética no se abandona por ideología.

Por eso algunas de sus películas, más específicamente las que corren con la carreta de la culpa detrás (La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, específicamente), son aquellas que habilitaron una lectura a posteriori sobre los modos en los que el cine del viejo debía encarar un conflicto bélico: a partir de la ecuanimidad.

Viejo vicio progresista, la ecuanimidad supone una suerte de salvoconducto para sostener cualquier discurso, porque encara la perfecta equidistancia que no asume ninguna posición política definida. Que en los hechos es el mejor modo de asumir una posición política. Por lo general, la ecuanimidad entre dos horrores asume no criticar a ninguno de los dos, precisamente porque los cancela, los equipara, no les da historia ni emite juicio. En efecto, la ecuanimidad “contextualiza”. Pero el contexto no es historia ni prácticas.

Será por todas esas cosas que la última película de Clint Eastwood molesta. Y molesta tanto a tontos (pero no tanto) y reafirma la ética de los tristes, que no es la ética de la solemnidad, sino la ética de una mirada precisa (aunque en Francotirador el viejo cascarrabias meta la pata en tres o cuatro ocasiones, lo que motiva que la película no esté entre sus mejores, pero sí entre lo mejor de este 2015, seguramente), que opta por mantener el ojo atento, aunque duela.

Es precisamente en el vicio de la ecuanimidad en el que la película no puede caer, sencillamente porque no es la propuesta narrativa. Por el contrario, aquí la propuesta vuelve a algo que el director había hecho previamente: narrar clásicamente pero focalizarse en la cabeza de su protagonista, como si el mundo fuera un hecho secundario. Sin ir demasiado lejos, esto ya había sido probado por el viejo en diversos biopics: parcialmente con Bird, con Cazador blanco, corazón negro, algo más focalizado con Invictus y definitivamente centrado en el sujeto con J. Edgar. Mientras en la primera y en la última primaba la necesidad del biopic tradicional, en la segunda y la tercera el trabajo se focalizó en un tiempo más concentrado y definido. Bueno: con Francotirador se produce una síntesis entre el biopic de un tirador profesional y la concentración en un puñado de misiones que cuentan el desarrollo de un trauma: el de la guerra metiéndose debajo de la piel y bien adentro en la columna vertebral. La guerra haciéndose carne silenciosamente mientras la máquina de matar se construye.

Es interesante que pocas de las críticas en contra no hayan reparado jamás en la propuesta narrativa, pero tampoco es extraño. Lo que extraña es la tergiversación de los hechos: una película que expone la autodestrucción silenciosa de un soldado, que deja expuesto el abandono del estado a los combatientes y ex combatientes, una película que dispone en escena la adicción a la violencia y la incapacidad de retorno a la vida civil si no es por medio de la proyección del mundo de las armas vista como una expresión pro-armamentista es un perfecto modo de poner en escena la frase de la novela de Azuela: frente al horror individual, preferible estar tonto. Y omitir, de esa manera, la descripción de un estallido silencioso. Como si el mundo de las imágenes fuera esencialmente plano.

Quizá por todo esto, frente a la valentía bigelowiana de Eastwood por meterse en la cabeza de un autómata nacionalista y adicto a la adrenalina, haga mucho ruido la ruptura del punto de vista (cuando Eastwood necesita darle voz, cara y voto a la alteridad que se le presente enfrente al ejército estadounidense), haga ruido el abandono del pudor (la trepanación con el taladro, la exposición de cabezas y la sala de tortura), como si al viejo Clint le hiciera falta compensar alguna clase de discurso culposo, como si los tontos fueran mayoría. Y los tristes, desde abajo, con melancolía, se preguntarán qué sensibilidad se perdió en el camino como para no poder reconocer, en la mirada de un soldado, en los ojos de un alienado deshumanizado, al mundo perdiéndose entre los dedos.

En un mundo de tontos, los tristes son eastwoodianos.

(*) Publicada en El Amante Cine, Febrero de 2015

Para quienes quieran ver la ampliación de algunas ideas, aquí dejamos el link del debate entre Federico Karstulovich y Roger Koza en el sitio del segundo y la respuesta final de Federico en Perro Blanco.

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