Good Time: Viviendo al límite

Por Andrés Nazarala

Good Time: Viviendo al límite (Good Time)
Estados Unidos, 2017, 101′
Dirigida por Benny Safdie y Josh Safdie.
Con Robert Pattinson, Benny Safdie, Taliah Webster, Jennifer Jason Leigh, Barkhad Abdi y Necro. 

White trash

Por Andrés Nazarala R.

Cuando terminé de ver los 101 minutos de la película de los hermanos Safdie acudí inmediatamente a internet para averiguar quién interpretaba a Nick, el joven con discapacidad mental que abre la escena incial, en medio de una tensa sesión en la oficina de su terapeuta. Para mi sorpresa descubrí que era Benny Safdie, uno de los co-directores. Actuando con la mirada, tratando de armar frases con una voz que parece como ahogada en un balde de agua, me recordó al gran Timothy Carey en La Patrulla infernal (Stanley Kubrick, 1957) por su capacidad para arruinar -o, paradójicamente, potenciar- un artificio calculado con altas dosis de virulencia. Creo que apariciones como esas trascienden cualquier método actoral. Por eso no quería presenciar cómo el realismo deslavado de esa primera escena -convincente y sensible a los gestos mediante primeros planos- podía llegar a arruinarse con la aparición de Robert Pattinson. Afortunadamente esto no ocurrió. Los Safdie someten al actor de la saga Crepúsculo a la mejor desglamourización posible (amén de ciertos logros de de maquillaje), sosteniendo el trabajo sobre el pilar del moldeado del actor. A ver: Pattinson se ve más trash que nunca y sus ojos están siempre a la defensiva, como si los Safdie hubieran entendido desde el cine independiente que esa microgestualidad dice mucho más que cualquier bajada de línea. Hay ahí un gesto reactivo que podemos reconocer en este lado de la pantalla, en nuestros cruces cotidianos (o no) con el abatimiento de los desposeídos, los caídos del sistema.

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Si me detengo en este aspecto, que para muchos puede tratarse simplemente de un detalle de producción, es porque uno de los mayores méritos de Good Time es su aproximación ética y estética a esa miseria white trash que Hollywood nunca supo reproducir con fidelidad por la necesidad de matizarla con estilizaciones, moralejas y una manifiesta incapacidad de lograr que los actores rompan esa barrera del glamour sin caer en los vicios del actors studio, en los vicios del método (la historia del cine es pródiga en esos ridículos que vamos a evitarnos mencionar aquí). Los Safdie, en cambio, construyen una película de acción policial como si filmaran un documental en los sitios más podridos de Nueva York, apropiándose de la noche, la frialdad impersonal de las instituciones para marginales (cárceles, hospitales, consultorios) y los colores de las luces de neón como establecimiento compacto entre las necesidades de un género como base y unos personajes que no se quedan en los lugares comunes de ese género en cuestión. Ese espacio es el habitat de personajes que se vuelven entrañables a pesar de están dispuestos a cualquier acción delictiva para sobrevivir, esos personajes pertenecen y escapan al género, lo que hace que en alguna medida la película se reconozca en la matriz social de cierto policial americano de los 70’s. Los hermanos que protagonizan la película y son el centro neurálgico de las acciones, de hecho, roban un banco y escapan hasta que uno de ellos cae en la cárcel y el otro debe tratar de liberarlo. Si simpatizamos con ellos -al margen de que los Safdie nos convierten en sus cómplices al acompañarlos tan de cerca- es porque no tienen nada que perder. Ellos no poseen más que un afecto fraternal que las instituciones y la ley tratan de desbaratar. La relación entre los personajes y el mundo que los rodea es política porque en el drama privado confluye el mundo social y el género que da el punto de partida.

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Los Safdie, como en el mejor cine de los gloriosos años 70, construyen escenas memorables. Arman una secuencia de acción en un parque de diversiones, transforman los ladridos de un perro en un elemento de tensión o instalan pequeñas bombas de efecto que estallan -o no- jugando con nuestras expectativas. Hay en esta película, si se quiere, algo del ritmo oscuro (pero sin el componente de comedia) de Después de hora (Martin Scorsese, 1985)- potenciado por una banda sonora que recuerda al dramatismo del artificio synth del cine de John Carpenter en los 80’s. Pero Good Time es bastante más que un paseo crudo y verosímil por el bajo mundo, incluso con actores que parecen no personajes bien característicos del tono semidocumental de los policiales de Lumet o Friedkin. Como parte de una tradición reconocible en el mencionado policial de los 70s también construye un elenco  maravilloso de actores secundarios (recordemos al cine de Coppola o Scorsese, pródigo en esa capacidad) y los pone en el marco de un thriller dinámico, trasnochado y narcótico que nunca se vuelve predecible justamente por su capacidad de reunir tradiciones vastas. De ahí que no parezca un ejercicio retro, sino un ejercicio de acción crepuscular. Curiosa ironía la de una película que toma elementos distintos, estilos, formas de configurar personajes de décadas anteriores: el cine con más futuro a veces es el cine que no hace otra cosa que mostrarnos el final de algunas tradiciones.

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