Hambre

Por Marcos Ojea

Hunger
Tailandia, 2023, 130′
Dirigida por Sitisiri Mongkolsiri
Con Chutimon Chuengcharoensukying, Nopachai Chaiyanam, Gunn Svasti Na Ayudhya, Bhumibhat Thavornsiri, Varit Leesavan

La cocina es una dictadura

Los entretelones de la alta cocina suelen servirle al cine para expresar preocupación por las desigualdades económicas, la explotación laboral, la vacuidad del mundo contemporáneo o la banalidad de los ricos, entre otros ítems. O, al menos, es para lo que le sirve a Hambre, la película tailandesa dirigida por Sitisiri Mongkolsiri, que se posicionó a la cabeza de las más vistas en Netflix. Que todo el mundo la mire no garantiza calidad, y menos cuando ese encuentro entre el espectador y la película se da desde la comodidad de una plataforma y en el marco casi seguro de “A ver qué onda esto…”. De todos modos, el análisis sobre cómo las plataformas moldean un tipo de consumidor, que ya no busca algo puntual sino que elige entre lo que hay en la vidriera, es algo que excede el propósito de esta crítica. El furor alrededor de Hambre, sin embargo, nos sirve para pensar en un tipo de cine sintomático del presente, que cautiva en base a una superficie de aparente importancia, pero que en el fondo (y no hace falta hurgar tanto) repite un discurso obvio y bastante subrayado.

Aoy (Chutimon Chuengcharoensukying) es una joven chef que trabaja en el negocio familiar, un restaurante humilde cuya especialidad son los fideos fritos. Su ambición y su habilidad en los fuegos exceden las posibilidades que puede brindarle el lugar. La oportunidad aparece cuando es reclutada para unirse al equipo de Hunger, una experiencia gastronómica de alto nivel, liderada por el polémico chef Paul (Nopachai Chaiyanam). Lo que empieza como una incursión humillante pero satisfactoria en el detrás de escena de la haute cuisine, pronto derivará para Aoy en una lucha entre sus ideales y su deseo de trascendencia, de ser alguien especial. Y esa tensión, por supuesto, la llevará por un camino oscuro del que parece difícil salir airoso.
Hay algo fascinante y lejano en la ejecución de este tipo de cocina, una destreza que a veces parece más ligada al mundo de las performances. Es por eso que en las secuencias que implican a los personajes cocinando, incluso con una intensidad casi deportiva (en esa concepción, y en la figura déspota del chef Paul, la película se acerca a Whiplash), Hambre luce su costado más logrado; la capacidad del cine (antes inherente, ahora milagrosa) de hablar con las imágenes antes que con las palabras. Pero sucede algo: después de cada acierto formal, aparece la necesidad de explicar con diálogos lo que ya se entendió. Es un mal que se intuye al principio, cuando uno de los familiares de Aoy remarca que son pobres y que no merecen determinadas comidas, y se confirma luego, en escenas cuya enumeración alargaría sin necesidad este párrafo. ¿El problema es el artista, que no quiere dar lugar a malinterpretaciones, o es acaso el público, que cada vez más exige que no quede ningún cabo suelto? La respuesta quizás nos salpique a todos.

Dejando de lado los giros previsibles del guión, que hasta se permite arribar a la misma conclusión a la que llegó mejor y hace años Ratatouille (la comida como algo simple, un lugar seguro donde podemos volver a ser felices), lo peor de Hambre es la incapacidad para problematizar su idea central: a los ricos no les importan los pobres. Sí, ya sé, ya entendí, ahora decime algo más. Sin ánimo para las sutilezas o las ambigüedades, la película apila planos y enunciados que hablan de la desigualdad sin ningún riesgo, ni discursivo ni narrativo. Podríamos pensar en Parasite, que en definitiva tenía el mismo tema, y la distancia entre ambas obras es abismal. Para Hambre, y ya desde su título, el ámbito de la cocina no es más que una representación de la realidad social. Y sí, puede que en el medio intente tocar cuestiones como la búsqueda de la perfección o la importancia de la familia, pero escenas como en la que Aoy abandona la fiesta de millonarios y camina por entre la gente que duerme en la calle, no nos dejan dudas. El mundo es un lugar horrible, pero eso ya lo sabíamos.

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