Imperio de luz

Por Marcos Ojea

Empire of Light
Reino Unido, 2022, 119′
Dirigida por Sam Mendes
Con Olivia Colman, Micheal Ward, Colin Firth, Toby Jones, Tanya Moodie, Crystal Clarke, Tom Brooke, Hannah Onslow, Adrian McLoughlin, Ashleigh Reynolds, Eliza Glock, Sara Stewart, Mark Field, Monica Dolan, Ron Cook, Justin Edwards, William Chubb, Spike Leighton, Jacob Avery, Roman Hayeck-Green

Compromiso mata belleza

Sur de Inglaterra, 1980. Enfrentado a la costa, el cine Empire resiste en ese paisaje melancólico como un edificio que ya dejó atrás su época de esplendor. Puertas adentro, abocada a sus tareas de manera metódica y silenciosa (casi invisible), está Hillary, una mujer madura que parece transcurrir sin que nadie la note demasiado. Tiene un amorío con su jefe, casado, y sus días parecen apilarse sin mucho propósito. Hasta que aparece Stephen, un empleado nuevo, joven y vital, que empieza a representar para Hillary la posibilidad de experimentar un deseo genuino y compartido.

Con esta premisa, la nueva película de Sam Mendes parecía querer contarnos una historia de amor por partida doble: la de Hillary y Stephen, y la de los personajes en relación al cine, en tanto espacio laboral pero también imaginario, cargado de fantasías y posibilidades. Al principio, cuando la cámara sigue las actividades de su protagonista (interpretada por Olivia Colman) y nos muestra la rutina dentro de ese viejo cine, en un invierno inglés fotografiado de modo magistral por Roger Deakins, aparece la esperanza de un film que puede sorprendernos. Y se mantiene con el ingreso de Stephen (Micheal Ward), un galán que altera la monotonía del lugar con su carisma y una actitud despreocupada. Ahí ya intuimos que quizás la cuestión del cine pase a un segundo plano, pero nos queda la oportunidad de asistir al encuentro entre estas dos criaturas rechazadas (una mujer blanca, solitaria, que ya no es joven, y un muchacho negro en un contexto social hostil) y disfrutar de las tensiones resultantes. Un cuento pequeño e intimista, cercano quizás, aunque sin humor, a la que hasta la fecha es la mejor película del director, Away we go.

Ahora bien, Sam Mendes, un tipo maduro y bastante preocupado, comprometido, podríamos decir, tiene algunas verdades para enseñarnos sobre el mundo. Es por eso que Imperio de Luz, con su música precisa y su belleza visual apabullante, se convierte progresivamente en un envase donde van cayendo temas subrayados, puestos ahí con la culpa de ser cómplice y el miedo de ser indiferente. Si con el día a día de Hillary no era suficiente para entender el comentario sobre el rol de la mujer en una época determinada y bajo ciertos mandatos, la película decide que de un momento a otro pierda la cabeza; algo que le sirve, de paso, para hablar sobre la salud mental. Si los jóvenes blancos amenazando a Stephen en la calle no alcanzaban para vislumbrar el racismo dominante, ahí va San Mendes con una escena donde una turba iracunda lo golpea hasta casi matarlo. De la mitad para adelante, cuando las cosas menores como contar una buena historia quedaron atrás, la película se convierte en una sumatoria de ítems a tachar. Bueno, de esto ya dijimos algo y nos mostramos preocupados, ahora vayamos con esto otro.

No deja de resultar llamativo que muchas críticas a Imperio de Luz la califican, con la mayor pereza posible, como “una carta de amor al cine”. Dejando a un lado su voluntad por ser importante, es probable que el mayor pecado del film sea el de desaprovechar ese espacio mítico donde se proyectan películas. El film que que podría haber sido, y que finalmente no fue, queda de manifiesto en dos escenas puntuales. En la primera, el proyeccionista interpretado por Toby Jones (sin dudas el mejor personaje) invita a Stephen a su sala de trabajo, que es casi un lugar sagrado, y le habla con pasión sobre la “magia” que allí sucede. En la otra, con la historia ya bastante cerrada, Hillary logra sobreponerse a un conflicto e ingresa a una de las salas, que está vacía, solo para ella. Comienza la función, y los rasgos de Hillary se iluminan. Es un final ideal, apoyado en esa gran actriz que es Olivia Colman (impecable acá, hasta que la obligan a desbordarse y hacer un monólogo a los gritos para la platea). 

Pero no, San Mendes decide que todavía tiene más cosas para decir, y nos lleva hasta el límite de la paciencia con veinte minutos de cierres que no hacían falta. Así, agobiados pero no extasiados, salimos de Imperio de Luz: una experiencia tan prometedora (con la belleza no alcanza), como fallida. Una cáscara lustrosa, si, pero sin el menor corazón adentro.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter