Ingrid Goes West

Por Ignacio Balbuena

Ingrid Goes West
EE.UU., 2017, 97′
Dirigida por Matt Spicer
Con Aubrey Plaza, Elizabeth Olsen, O’Shea Jackson Jr., Wyatt Russell, Billy Magnussen, Pom Klementieff, Charlie Wright, Destiny Soria, Hannah Pearl Utt, Vincent van Hinte, Megan Griffey, Malika Williams, Aidan Wallace, Tina Lorraine

Hashtag felicidad

Por Ignacio Balbuena

A Aubrey Plaza se le da bien hacer de freak, de mala onda, de loca, de piba cero psiquiátrica con amor por la puteada intensa y el humor seco. Desde su papel en la sitcom Parks and Recreation, donde interpretaba a la apática April Ludgate, se consolidó como una actriz con gran capacidad para el deadpan. La mayoría de sus papeles en comedias americanas fueron en mayor o menor medida una variación del personaje de P&R. Ya sea como actriz de reparto para una comedia de Judd Apatow o Edgar Wright, protagonista de comedias indies como Safety not Guaranteed, películas teen como The To Do List, o en apariciones breves en sketches, Aubrey Plaza siempre sobresale por su capacidad para los pases de comedia, los diálogos rápidos, y su rostro intenso, de ojos casi psicóticos. Con su participación en la serie Legión pudo expandir un poco sus matices, y usar su intensidad al servicio de una serie tan surrealista como estilizada, haciendo, claro, de una paciente psiquiátrica pero también de un supervillano de X-Men. Allí despejó toda duda: Aubrey Plaza no era simplemente una víctima del typecasting, destinada siempre al papel de la Daria de turno, sino una actriz capaz de sorprender y de meterse por completo en un rol. Es difícil sorprender trabajando con superhéroes y más en televisión, pero Noah Hawley lo logró con creces en la mencionada Legion, y le debe casi todo el éxito de la serie a la interpretación de Plaza.

 

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Además de brillar en televisión, Plaza encontró la posibilidad de destacarse en una comedia negra que desde su estreno en el festival de Sundance viene haciendo bastante runrún. Ingrid Goes West, de Matt Spicer, es una exploración de una mente perturbada y un comentario sobre el uso las redes sociales, y como estas, con sus fotos perfectamente encuadradas de desayunos orgánicos, y filtros de colores sobre atardeceres en la costa, construyen una suerte de alter ego del que cada individuo termina siendo dependiente. IGW tiene un prólogo bastante económico: Durante los créditos iniciales, vemos fotos de instagram de una boda, una voz en off narrando los captions de cada y ‘leyendo’ los emojis (hashtag manos rezando, hashtag perfección, y así). En contraplano los ojos maniáticos de Aubrey Plaza, que likea foto tras foto hasta quebrarse.

Ingrid Thorburn (Plaza) llega al casamiento y le tira gas pimienta en la cara a la novia, puteándola por no invitarla. De los gritos de la novia con los ojos quemados, pasamos al slide de guitarra típica de la música hawaiana, y la imagen de una playa a la que se le sobrepone el título de la película en flúo. Pero la cámara abre el plano y la playa es simplemente uno de esos memes motivacionales, pegado en la pared, uno que dice ‘’Cree. Podés. Ya vas por la mitad. La imagen de la playa y la guitarrita eran falsas, claro y la realidad es el contraplano: la cara ojerosa de Ingrid mirando el afiche en un psiquiátrico.

Ingrid Goes West Aubrey Plaza

Después de pasar un tiempo recuperándose, Ingrid sale y nos enteramos de que la novia en cuestión apenas la conocía. Ingrid era apenas una seguidora de Instagram que le dejó un comentario. Y es que obsesionarse por Instagram es el único pasamiento de Ingrid, que likea fotos mientras se lava los dientes, mientras caga, mientras se baña. Y enseguida (no pasamos los diez minutos de película aún), encuentra otra figura perfecta de instagram para obsesionarne. Taylor Sloane (Elizabeth Olsen, lejos de la megafactoría Marvel, y poniendo su belleza preternatural al servicio de una performance naturalista) es una de esas influencers de instagram que permanentemente dan la ilusión de vivir una vida imposible, llena de fotos cenitales de objetos boutique, atardeceres en la playa, hashtag romance, hashtag buenas vibras, hashtag etcétera. Ingrid agarra las 60 lucas que le dejó su madre al morir y decide mudarse para vivir una vida plena de felicidad en Los Angeles, California. O al menos a aparentar una vida plena de felicidad copiándole la vida a la Olsen, comiendo en los mismos lugares, lookeándose en sus peluquerías, comprando la misma ropa. Se alquila una habitación y se encuentra con un personaje que apunta a ser guionista y es fanático de Batman. Dan Pinto (O’Shea Jackson Jr., muy parecido en look y modismos a su viejo Ice Cube, pero totalmente opuesto a su típico Angry Black Man) es el dueño de la pieza, un guionista wannabe fanático de Batman (hasta de Batman Forever, tiene el soundtrack en el auto y todo).

Aubrey Plaza sostiene la película con una actuación extraordinaria, que logra transmitir el estado perturbado de Ingrid de forma creíble, sin recurrir a la sobreactuación. De por sí su cara de ojos saltones y el hecho de que nunca ensaya una sonrisa contribuyen, pero Plaza aprovecha su talento natural para el deadpan y para transmitir mucho con poco y delinea un personaje fascinante. Elizabeth Olsen sostiene su personaje evidenciando aquí y allá su alienación, en exabruptos pequeños y casuales, ya naturalizados: es re-amiga de Aubrey Plaza hasta que se cruza con otra influencer como ella (‘un millón de seguidores!’, dice) y le empieza a cancelar planes a Ingrid. Ante la posibilidad de una selfie casual, le pide al tipo que se la estaba sacando que le saque otra acostándose en el piso hasta encontrar el encuadre justo. Toda la vida del personaje de Olsen es una fachada pura y dura, pero lo interesante es como el personaje no cae en el lugar obvio de eventualmente reconocer su esquizofrenia virtual. Ese lugar poco feliz y algo expositivo le toca al personaje del novio, que añora los días en que Taylor era una chica ingenua con una vida más real, antes de que la convenciera de que hiciera pinturas de mierda y abandonara su trabajo para vivir de posteos esponsoreados.

El tema de la dualidad recorre toda la película, el fanatismo por Batman que tiene el personaje del guionista lo deja más que claro: es el único personaje más o menos cuerdo de la película, pero aún así tiene la fantasía de ser un playboy torturado de día, un vigilante fascista de noche. Ingrid empieza su amistad con Taylor fingiendo ser Bruce Wayne, con un estilo de vida derrochador, lleno de lujos innecesarios, macetas de 1000 dólares y una lista creciente de seguidores. Pero claro, Ingrid no es Bruce Wayne, está más bien cerca de la personalidad tóxica de Batman, que se obsesiona con el control y con cazar criminales de la misma forma que Ingrid se obsesiona con mantener su fachada de falsedad y sanidad mental. Obviamente llega el punto de quiebre y de nuevo la película se evita el lugar común de la posible redención: Cuando Ingrid confronta a Taylor luego de que ésta descubre su inquietante estado mental, le dice que ella vive una vida tan falsa como la de ella, con un novio que no la quiere y con una superficialidad adquirida que cubre el hecho de que Taylor es en el fondo una chica como cualquiera, incluso hasta como ella. Pero la película se ahorra la posibilidad conciliatoria de decirnos ‘todos estamos alienados por las redes sociales’. Para Ingrid solo queda la realidad fuera de instagram, y para ella esto es una vida de profunda soledad y desolación. Tal vez todos estamos alienados viviendo una doble vida en las redes sociales, pero además ella está realmente perturbada: luego de un intento de suicido rescatada por la única persona con la que logró construir un vínculo más o menos real, sólo le queda la fascinación por seguir juntando followers. Pero más allá de abordar un tema contemporáneo y representarlo con precisión y de tener a una protagonista perturbada (y perturbadora), IGW se sostiene por apoyarse también en los géneros: hay algo de coqueteo con el neo-noir, con una secuencia de secuestro-chantaje fallida y la iluminación nocturna de California, hecha de neón, fogatas, velas y pantallas de celulares, que, sumado al humor seco, construyen una especie de thriller, incluso apto para la sensibilidad hashtag millenial.

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