La economía eastwoodiana

Por Varios Autores

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Cuidar los lirios

Por Ariel Esteban Ramos

Si hay algo fascinante del cine de Clint es esa engañosa y extraordinaria simplicidad. Todo ocurre en una superficie anecdótica, cotidiana, habitada por dramas modestos que no necesitan ser puntuados o apuntalados por algún inconsciente musical wagneriano. Conflictos personales que a simple vista no llegan a hacer olas en la trama de la vida de nadie más allá de la familia. Pero en este gesto tan despojado, casi chejoviano, está el proyecto de una forma muy personal y lograda de realismo basada una concepción profundamente humanista de la vida. Ese humanismo se manifiesta en La mula en varios frentes.

Clint Eastwood

  • La negativa a transmitir o recurrir a una moral trascendente a través de una resolución trágica, un relato de heroísmo o una excusa mendaz. Ni la muerte, ni el exilio, ni me arranco los ojos. Yo sabía que esto estaba mal desde el principio. La sabiduría es ir desde A hasta B derecho… viejo.
  • La negativa a expresar una idea demasiado esquemática, optando por un mosaico de situaciones, como una sonata que arrancara con las variaciones sin haber presentado el tema. Y siempre con notas disonantes, como el caso del racismo y sus estereotipos, que atraviesa toda la narración pero se lo aborda desde puntos de vista incómodos: el norteamericano latino que asigna erróneamente la nacionalidad mexicana a un ¿indio? o a un filipino, el arresto de un matón que no era el buscado, el apremio policial discriminatorio de dos personajes mexicanos que son realmente criminales, la gauchada para resolver la pinchadura de una familia ¿afroamericana está bien? con un apelativo políticamente incorrecto (negro), y por supuesto, el hecho de que siendo hombre, blanco y viejo, Eastwood sea la mula perfecta, prácticamente invisible. Senior privilege.
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  • La representación diría cariñosa de una working class estadounidense que no es condescendiente, que a diferencia por ejemplo de About Schmidt no juega al límite del kitsch ni está leída desde relaciones centro-periferia (porteño-provinciano). Salvo por la DEA, todo esta serie, este partido, se juega en el Chaco norteamericano. El club de veteranos, la polka, la carrera terciaria de la nieta, el motel, fat bottomed girls, los personajes del concurso de flores… no instala una mirada del afuera. Son los inmigrantes los que logran abrir la puertita un momento fugaz para mostrar con una palabra o un gesto que la alteridad y la asimilación forman un movimiento pendular en cualquier sociedad, también en la norteamericana. 
  • Un pie de cada lado: el humanismo histórico, como protoglobalización europea, fue bifronte: una cultura intelectual trasnacional que buscó rescatar lo vernáculo. El humanismo de Eastwood es la búsqueda de un múltiplo común mínimo, vincular, dentro de la ecuación compleja, de la melange intercultural y tecnológica de un mundo que un veterano de guerra ya no puede controlar (porque nosotros sí, ja ja ja). Así va preguntándole a sus prójimos asesinos y policías cómo anda tu hijo, cómo andás querido, la familia es lo importante, a vos y a mí nos gustan las minas, etc. No sólo jugar el juego del chit-chat, sino ver qué link es posible con un ser humano con el que no tengo un pomo que ver. Mi prójimo, el traficante asesino.
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  • Un cuadro emocionante de la vejez en dos planos: imposible no verlo tanto en el personaje como en el director. Un personaje que puede vivir sin pretender que no es consciente o responsable de sus actos. Un director veteranísimo que se permite la irreverencia: que si ladran o no ladran, le importa un lirio y la mitad del otro porque mañana los ve crecer desde abajo, igual que todos nosotros. Sin sacar el imperativo categórico de la caja y con los táleros en el bolsillo.
  • Siempre el sentido del humor, la mejor vacuna para cualquier relato o interpretación totalizante.
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