La mano que mece la cuna

Por Patricio Beltrami

The hand that rocks the cradle
Estados Unidos, 2025, 110’
Dirigida por Michelle Garza
Con Mary Elizabeth Winstead, Maika Monroe, Raúl Castillo, Mileiah Vega, Martin Starr, Riki Lindhome, Nora Contreras y Lola Contreras.

El Desencanto

La versión original de La mano que mece la cuna no era más que uno de los tantos thrillers de comienzos de los noventa con algunos pasajes de lucidez narrativa. En ese sentido, una de sus grandes virtudes consistía en que, contrario al cine de estos tiempos, ni siquiera en sus momentos más sórdidos y desgarradores se transformaba en un relato solemne. Justamente, la venganza y la violencia estaban exacerbadas, casi al borde del disparate, para explotar de manera lúdica y autoconsciente el lado oscuro y salvaje de eso que conocemos como «el sueño americano». Lamentablemente, la remake de La mano que mece la cuna sólo retoma la temática de venganza para confeccionar un relato apático y desencantado, condicionado por el respeto autoimpuesto de cierta corrección política.

Tras el breve flashback de una niña viendo cómo se incendiaba su hogar, en el presente la joven niñera Polly conoce a la embarazada Caitlin, quien la asesora en un litigio por el alquiler de un departamento. Tiempo después, los caminos de ambas vuelven a cruzarse aparentemente por casualidad. Después de que Caitlin la contrata como niñera de sus hijas, Polly pondrá en marcha su venganza por alguna deuda pendiente del pasado. Si bien la premisa es similar a la de la película de 1992, el resto de la historia lucirá completamente distinto, para mal. En primera instancia, la apuesta por un relato demasiado serio y solemne atenta contra el thriller, que se construye desde la apatía de principio a fin. No hay rastros de picardía ni de cinismo, al tiempo que la sensualidad y la sexualidad aparecen a cuentagotas, tan lavadas y mal ejecutadas como la escasa violencia.

Más allá de actuaciones apenas correctas, La mano que mece la cuna también falla en la construcción de la venganza. Mientras que en 1992 había una villana tan sádica como inteligente con un plan sólido, en este caso pareciera que el fin justifica los medios. Sólo resulta efectiva la manipulación de la hija mayor, al tiempo que el vínculo de la niñera con el bebé sólo es el disparador de la historia. Además, a Polly no le interesa quedar en evidencia por mala praxis, ya que se disfrazan sus recurrentes errores en los problemas de salud mental de la protagonista, abusando de un recurso que rompe el verosímil que tanto se empecina en respetar. Asimismo, la película decide no escapar a ciertas cuestiones de agenda. Por ello, la corrección política expresada en la diversidad étnica y sexual, elementos presuntamente relevantes para los protagonistas, termina estancada en abordajes superficiales. Una revelación previsible con ribetes demasiado escabrosos, un clímax fugaz y un desenlace tan anunciado como mal ejecutado ilustran los problemas de identidad de un thriller perdido en el desencanto y la solemnidad.

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