La noche

Por Federico Karstulovich

La noche
Argentina, 2015′, 135′
Dirigida por Edgardo Castro
Con Edgardo Castro, Dolores Guadalupe Olivares, Federico Figari, Paula Ituriza, Willy Prociuk, Luis Leiva

Entre caníbales

Por Federico Karstulovich

Había que poner el cuerpo. Como exorcismo, como un modo de repolitizarlo, de reterritorializar lo político por otros medios (como si Churchill se hubiera metido en el mundo del cine). Los Eustache, los Pialat, los Doillon pero muchos otros más de esa generación post-Nouvelle vague entendieron la lección que del otro lado del atlántico ya venía pregonando Casavettes y que en el continente europeo materializaban sujetos como Ferreri y Pasolini. Había que recuperar el cuerpo al cine, llenarlo de interrogantes, hacerlo límite, vaciar el envase de sentimientos y explicaciones. Y que la carne, la piel, los cartílagos, los fluidos hablen lo que no dice la boca. Ese cine de la carne es un cine que, como decía Wilde, logra profundidad porque es pura piel, pura superficie. Sobre ese giro en el vacío de los cuerpos, de las acciones desmadradas, sobre el exceso como política de apropiación del mundo es que trabaja la ópera prima de Edgardo Castro, quien no le debe nada a nadie del mundo del cine argentino reciente y por eso su película resuena a la presencia de un ovni sobre nuestras cabezas.

El cuerpo, a su vez, determinante en el cine de acción mainstream, no es igual si se expone al límite de la hipérbole inverosimil de los saltos, las piruetas que si se expone a otra clase de límites. Por eso la presencia del cuerpo como peso, como decisión narrativa es también un dispositivo que dinamita preconceptos. Imntentemos desarrollar el punto.

En La noche, Edgardo Castro dirige y le pone el propio cuerpo actoral a un mundo de materialidades sexuales en excitación. Sin embargo logra sortear cualquier previsibilidad justamente porque la película aborda un mundo desde su costado más inesperado. Quizás esto se deba a que cuando esperábamos una sucesión indivisa de escenas pornográficas (los rumores indicaban que la película era una suma de escenas de sexo explícito casi sin solución de continuidad) terminamos encontrando una estrategia que no puede sino pensarse desde la ternura y la piedad: ahí donde muchas veces el mundo del sexo en pantalla es mostrado desde su costado más marginal (y en algún modo emite un juicio sobre el sexo como medio expresivo) en La noche se produce un hecho notable, y es que el sexo no es material sexual que provea alguna clase de excitación. De hecho casi ni la sugiere. Bien por el contrario, el sexo en el film es una sumatoria de actividades relativamente mecánicas, no demasiado lejanas a el cumplimiento de una tarea habitual en una oficina o en un trabajo de jornada de ocho horas.
Esa idea –deserotizar al sexo sin condenarlo y poner en el centro las acciones que lo rodean como un modo de convocar la ternura de cuerpos que deben cuidarse ahí donde el sexo es visto por el cine como lujuria y no como juego de entendimiento mutuo- es quizá la mayor radicalidad de la propuesta del film de Castro, quien ya de por si cuenta con una extensa trayectoria teatral y una no tan conocida trayectoria cinematográfica.

Cine de cuerpos que se penetran, se lamen, se tocan, se estiran, se agarran con fuerza como si se fueran a caer de si mismos en un abismo interminable, el hallazgo que supone La noche para el pacato panorama del cine latinoamericano (demasiado concentrado acaso en las ventanas de colocación de un producto en festivales internacionales y no en la búsqueda de un discurso genuino) es precisamente el de haber (re)encontrado un material que parecía reservado solamente a los provocadores profesionales (escuché Carlos Reygadas?) o a las representaciones adocenadas de los cuerpos proto-sexuados. Albricias, pues.

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