La voz humana

Por Amilcar Boetto

The Human Voice 
España, 2020, 30′
Dirigida por Pedro Almodóvar
Con Tilda SwintonAgustín AlmodóvarMiguel AlmodóvarPablo Almodóvar

La flor de mi secreto

El cuerpo recostado y erotizado de la mujer ya fue un tema problematizado por Almodóvar en Hable Con Ella. La posición de la Venus que se ve en el cuadro Venus y Cupido de Artemisia Gentileschi denota la comodidad de estar recostada recibiendo el agasajo de quien se ama, posición completamente contraria a la del personaje de Tilda Swinton en La Voz Humana, quien apenas tiene ese cuadro colgado en su dormitorio. Aquel deseo -moralmente condenable, pero tan  profundo como para ser digno de ternura aún en su propia autodestrucción que el personaje principal de Hable con Ella manifiesta hacia la mujer inmóvil y recostada- no está tan lejos de la desesperación romántica del personaje de Swinton. O del amor incondicional y trasmitido a través de cartas del  director de La Ley del Deseo a Juan.  

No es nada nuevo lo que estoy diciendo: los personajes de Almodóvar siempre son presos de su propio deseo. Esa omnipresencia en la vida de sus protagonistas habilita a que no haga falta filmar al ser deseado. Lo que importa es el sufrimiento interno del personaje viéndose atravesado por un deseo que no puede expresar. En este sentido, La Voz Humana extremó la operación que nos resultaba harto conocida: mientras en Hable con Ella la persona deseada estaba en coma y en La Ley del  Deseo el ser deseado estaba lejos -y casi que solo lo conocíamos por cartas-, en La Voz Humana el  deseado directamente no existe, no tiene voz ni presencia. El vacío total de la figura del otro da lugar a un monologo en el que Swinton tiene que demostrarse a ella misma (y a nosotros como espectadores) ese fuego interno que está ardiendo por no poder ver a su amado, al sujeto de su deseo, convertido en un objeto presente (de su ausencia).  

La imagen, entonces, deriva en un teatro de caretas sacadas, un intento de desnudar las  intenciones del personaje de Tilda Swinton consigo misma: permitirse el sufrimiento. El teatro se desnuda de tal forma que se muestra el set, dando lugar a la inevitable evidencia del artificio (Almodóvar no la plantea  como una sorpresa o un develación -¿que revelación nos podría significar algo tan harto filmado  en la historia del cine?- sino como una condición que se presenta desde el principio, que da lugar  a ese clima de encierro y de desolación ante la falta buscada de verosimilitud -esto nos deja en  un estado de suspensión en donde la falta de construcción de un mundo diegético alrededor del  set nos desconcierta y hasta nos angustia, nos deja solos ante la protagonista-).

El  cuadro postrado, magnífico, sobre la cama, es, entonces, la única presencia del deseo. La Venus  desnuda, emulando a la chica postrada en coma de Hable con Ella, en su quietud, es el único  lugar donde podemos ver la imagen de un objeto de deseo. Alrededor de ese cuadro hay un set  que se nos demuestra artificial, lleno de utilería contemporánea (los airpods, la cafetera de  cápsula, esa ducha, pareciera que el juego de adaptación que hace Almodóvar de la obra de  Cocteau es, por momentos, usarla como excusa para filmar objetos que no son impensados en el  texto original, como si de eso se tratase gran parte de su experimentación) que Almodóvar  aprovecha como un juego visual entre el mundo antiguo (o el del arte elevado, la ya mencionada  obra de Gentileschi) y el mundo moderno, de la mercancía apoderada de la vida cotidiana.  

La operación formal del despojo del deseado, así como de la evidente falsedad del mundo que  rodea a la deseadora, está logrado en el momento en que nos damos cuenta que estamos  realmente cara a cara con Tilda Swinton como estaríamos en un teatro mientras un actor interpreta un soliloquio. El problema principal de la película radica en que una vez que nos  enfrentamos cara a cara con ese personaje, le conocemos el sufrimiento y el dolor…realmente no tiene nada nuevo para decirnos. Tal operación formal supone el riesgo de que lo dicho no sea lo suficientemente interesante como para que la depuración del mundo que rodea al personaje este justificada. El discurso y la interpretación de Tilda Swinton pareciera, por muchos  momentos carecer de la conciencia que Almodóvar casi siempre tuvo para esquivar los lugares comunes del melodrama y del dolor por la pérdida.

Lejos estamos de la prosa de las ya  mencionadas cartas de La Ley del Deseo. Esa falta de personalidad que hay en el discurso de la protagonista convierte a una potencial gran pequeña película sobre la  perdida, en un ejercicio interesante de ver, si, pero acaso difícil de recordar.

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