Legítima defensa

Por Luciano Salgado

Argentina, 2022, 97′
Dirigida por Andrea Braga
Con Javier Drolas, María Emilia Ladogana, Juan Nemirovsky, Alfonso Tort, Violeta Urtizberea

No surprises

Las formas del cine comercial en Argentina tienen distintas caras. Escribo comercial y me desdigo, cuando en realidad quise decir industrial. Y luego de escribir “industrial” me desdigo y reformulo con el término “un cine de acabado industrial”, es decir, un cine que puede haber sido concebido en el marco de una producción de presupuesto medio pero que claramente apunta a un público medianamente masivo, sin mayores pretensiones, un público que tiene como objeto encontrarse con una película narrativa sin mayores matices. Y que, en todo caso, si en ese plan aparecen novedades, bienvenido sea el exponente. Es algo, aunque no lo creamos, bastante más habitual del promedio que podemos imaginar para el cine argentino, que verbaliza un autorismo que en la práctica no siempre cumple, más bien lo contrario. El tema es a qué precio se sostienen esas decisiones.

Legítima defensa (vista en el festival de Mar Del Plata de 2022) es un rara avis para un festival, pero no tanto para los estrenos comerciales del circuito oficial. Mucho más cercana al tratamiento y las formas de abordar los géneros (en este caso la mezcla es el policial con el melodrama familiar) de cierto cine argentino de corte industrial antes que una historia encuadrable en el esquivo formato de “película de festival”, el cuento que narra Legítima defensa es el de un fiscal que, luego de haber abandonado su pueblo, habiendo dejado muchas cosas pendientes en el lugar, debe volver para investigar una sucesión de asesinatos que de a poco se van revelando como íntimamente ligados a la corrupción de los poderosos del lugar.

Si bien la premisa entrega en mayor o menor medida algo esperable, la película opta por sumarle al combo el componente de la denuncia (el viejo y querido cine de denuncia que nunca abandona al público argentino y al que provee de una tranquilidad moral está presente aquí), elemento nunca ajeno a ciertos modos del cine industrial, como si ese aspecto le agregara un diferencial, denuncia que en esta ocasión incorpora el temor por las derivaciones de los agrotóxicos, un tópico cada vez más presente en la representación del mal y del poder (si, resaltados en su carácter de abstracción casi metafísica, que es un resabio progresista que heredamos con el retorno de la democracia) en el cine argentino (en otras épocas eran las mineras, en otras las financieras/bancos y así). Pero el diferencial tampoco aparece por ese lado.Podemos pensar en el potencial de Legítima defensa desde una tercera perspectiva, entonces. E ingresar en su mundo desde los personajes que propone, pero en clave de film psico-social. En este sentido la película se concentra en el inevitable aspecto personal de su protagonista, pero la excusa narrativa da el pie al plano social de los hechos narrados, como si ese encadenamiento le diera a la película una pátina de legitimación (por momentos algo de la estrategia me recordaba a la muy fallida Un crimen común, que pudo verse hace un par de años también en el Festival de Mar del Plata). Al finalizar la película nos preguntamos si este era su lugar. Y seguimos dudando. Porque el diferencial tampoco aparece. Por lo que vale la pena preguntarse si algunas películas buscan destacarse, encontrar una voz personal o, en todo caso, esconderse detrás de la maraña de posibilidades que proporciona el cine bienpensante industrial, casi inofensivo en sus críticas a abstracciones sin cara ni peso.

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